Carta abierta (como se decía antes de internet) a Jesús Zamora Bonilla sobre Cataluña

Javier Villate
Apuntes
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7 min readSep 10, 2020

Es para mí un honor tratar de tener una discusión con usted, ya que le tengo como uno de los filósofos españoles más destacados de los últimos tiempos, junto con Javier Muguerza, Jesús Mosterín y Rafael del Águila, entre otros. Siempre he leído con avidez sus textos y sus libros, con la esperanza de que algo nuevo se tambaleará entre mis creencias gracias a su lectura.

Pero lo que no se ha tambaleado es mi visión de la cuestión catalana tras leer su texto “Algunos pensamientos sobre el problema catalán”, con el que tengo pocos acuerdos y en el que veo contradicciones muy sonoras con otros aspectos de sus pensamientos, en referencia, especialmente, con su crítica a los esencialismos.

Para empezar, dice usted que “en los estados democráticos no existe el derecho de un territorio (o de la sociedad que lo habita) a separarse del estado al que pertenece”. Y para reafirmar esta tesis añade que “en ningún caso hay algo así en la legislación internacional como «el derecho de un territorio a separarse unilateralmente del estado (democrático) al que pertenece»”.

Y añade que “existe, como máximo, el derecho del estado a conceder a uno de sus territorios el derecho a decidir si quiere separarse”.

El argumento me parece falaz. No creo que ningún estado conceda el derecho a decidir de un territorio si los habitantes de este territorio no reclaman este último derecho (aunque no exista en la legislación del estado en cuestión). Con otras palabras, para que el estado conceda el derecho a decidir, tiene que haber gentes que reclamen ese derecho (si no las hay, hablar del derecho del estado a conceder el derecho del territorio es una banalidad).

El derecho a una muerte digna tampoco existe en la gran mayoría de los estados democráticos. Si no me equivoco, solo está reconocida en Bélgica, Colombia y Luxemburgo. Hay algunos países, y algunos estados de EEUU, que reconocen el suicidio asistido, pero no la eutanasia. ¿Quiere esto decir que no tiene sentido luchar por el derecho a la eutanasia? ¿Y qué pasaba no hace mucho con el derecho al matrimonio homosexual? ¿Y qué está pasando con el derecho al aborto? Todos estos “derechos” serán reconocidos cuando el estado los reconozca — después de que muchos luchen por ese reconocimiento — , pero si no lo hace seguirán siendo derechos (morales, si se quiere). Pensar, por otro lado, que solo los estados tienen capacidad para establecer derechos requiere de mucha argumentación y, seguramente, no lo conseguirá.

Le remito a mi artículo “Catalunya y Groenlandia”, que escribí en octubre de 2017. Aunque ahora matizaría algunos puntos, sigo pensando lo mismo en sus aspectos esenciales.

Pero lo importante no son mis opiniones, sino los hechos en los que se basan. El 25 de noviembre de 2008, los habitantes de Groenlandia votaron en un referéndum consultivo que ese territorio tenía derecho a la autodeterminación. Y votaron afirmativamente el 75,4 por ciento de los votantes. El 72 por ciento de la población censada de Groenlandia participó en la consulta. Luego, el parlamento de Nuuk (la capital groenlandesa) y el de Copenhague ratificaron la votación. Más que negociaciones, lo que se produjo fue el reconocimiento de que la democracia alcanza a todos y no solo al estado como tal. Es decir, había mentalidad democrática, antes que constituciones, leyes y poder.

Como decía en el artículo, no es cierto que ningún estado democrático reconozca el derecho de autodeterminación. El estatuto de autonomía de Groenlandia aprobado por los parlamentos groenlandés y danés contempla el derecho de autodeterminación. Con otras palabras, el estado de Dinamarca ha reconocido el derecho de autodeterminación de Groenlandia. Y algo parecido ha sucedido con las Islas Feroe.

Hay otra cuestión que no carece de interés. En la constitución de Dinamarca no existe la menor referencia ni insinuación sobre la unidad de la nación ni sobre la soberanía de la nación. Desde luego, no hay ninguna referencia a que las fuerzas armadas tengan “como misión garantizar la soberanía e independencia de España (léase Dinamarca), defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional” (artículo 8.1 de la constitución española).

Para el caso que nos ocupa, no basta con hacer referencias a otros estados democŕaticos cuando se trata del derecho de autodeterminación; también hay que hacer esas referencias cuando se trata de que las fuerzas armadas tengan como misión garantizar la unidad de la patria (una de tantas concesiones que se hicieron en aquella época a los poderes fácticos del franquismo).

Y paso al segundo punto. Dice usted que la sociedad catalana no es un “pueblo oprimido”. Estoy de acuerdo. Pero quiero añadir que su capacidad de autogobierno no es absoluta. Con ello no pretendo situarme en el todo o nada. Lo que quiero decir es que el autogobierno catalán puede ser suspendido y recortado por el estado español. (De hecho, eso fue lo que sucedió con la maniobra del PP ante el estatuto catalán en 2006 que culminó con la sentencia del Tribunal Constitucional, que se impuso taimadamente a las decisiones del parlamento catalán y español.)

Pasamos al tercer punto. Usted se muestra partidario de una “salida negociada”. Yo también. Pero en el párrafo anterior he dejado sin precisar que el gobierno de Madrid puede suspender la autonomía o recortarla de forma unilateral, sin tener que negociarlo con nadie. Así que vemos que usted apoya la salida negociada cuando se trata de las iniciativas de Catalunya, pero no cuando se trata de las iniciativas del gobierno español.

Usted añade que esta necesidad del diálogo “tendría que poder servir para que los dirigentes secesionistas se vean incentivados a encontrar fórmulas mediante las que rebajar la tensión social que han alimentado y de la que se han aprovechado políticamente en los últimos años”. También estoy de acuerdo. Pero esperaba que, a continuación, usted dijera que ese diálogo debería servir, igualmente, para rebajar las tensiones anticatalanas en el resto de España, azuzadas por la derecha española y que han servido para que resurja la extrema derecha franquista. Pero no lo ha dicho. Como en el punto anterior, observo una falta de ecuanimidad en sus análisis.

También dice que “el estado debería exigir que los elementos de autogobierno que se conceden a Cataluña no sean deslealmente utilizados en el futuro para seguir alimentando la fiebre independentista”. Estoy de acuerdo. Pero, como federalista convencido, me hubiera gustado leer también que el estado debe ser leal a la “solución negociada” alcanzada. En Euskadi, llevamos 40 años, repito, 40 años, esperando que el estado cumpla lo acordado en el estatuto de autonomía de 1979. Y es que al estado español le cuesta mucho atender a las demandas de autonomía y ser leal a los pactos que firma libremente. No solo eso, sino que hemos visto cómo el estado español ha utilizado las competencias pendientes de transferencia como moneda de cambio en los regateos partidarios, algo realmente no solo desleal, sino lo siguiente. Hay deslealtades por ambos lados, siendo más graves, a todas luces, las cometidas por los gobiernos de Madrid.

Y llego al último punto: las condiciones de aceptación de un referéndum de autodeterminación. Usted dice que “para que el resultado fuese válido se debería establecer una participación mínima muy alta (no menor de tres cuartos del censo), una mayoría reforzada para cambiar el statu quo (sustancialmente mayor que un mero 50% de votos favorables a la independencia; cuánto de mayor ya se vería), y la posibilidad de que los territorios catalanes claramente contrarios a la independencia pudieran seguir formando parte del estado español”.

Estoy de acuerdo con la última parte. Huyendo de todo esencialismo y de presupuestos ocultos nacionalistas, soy partidario de que cualquier comunidad pueda autogobernarse, cualquiera. Paso de naciones, pueblos, estados… (los fantasmas de los que hablara Stirner) como sujetos únicos de autogobierno. Toda comunidad humana debe tener derecho a autogobernarse, desde mi pueblo de Alonsotegi hasta todo el territorio del estado español, o de la Unión Europea, pasando por comarcas, provincias, etc. El diálogo, que usted y yo compartimos como herramienta para solucionar conflictos, determinaría los modos y contenidos de esos autogobiernos. No encuentro ninguna razón para que ese autogobierno solo pueda ser ejercido por los estados, que son, como usted sabe muy bien, creaciones contingentes y en absoluto esenciales de la covivencia humana.

Si mis 3.000 convecinos de Alonsotegi deciden, a ser posible por consenso, autogobernarse en tal y cual aspecto, o en todos… el diálogo con las instituciones afectadas acabará encontrando una solución pactada si somos razonables. Pero hay que rechazar radicalmente todo intento de impedir ese diálogo basándose en ideas esencialistas sobre quién tiene derecho y quién no, sobre que el único que tiene derecho es el estado, etc. Nada por encima de la voluntad razonada y deliberada de los ciudadanos y ciudadanas.

Así que sus condiciones para el referéndum de autodeterminación me parecen arbitrarias y sospechosas. ¿Por qué una mayoría cualificada para una separación y no para una constitución? ¿Y no para la formación de un gobierno? ¿Para la toma de decisiones sobre aspectos de extrema importancia como los presupuestos y el destino de nuestros impuestos? ¿Qué es lo que no está explicitado en aquella opinión?

No deja de ser llamativo que usted argumente las condiciones para un referéndum de autodeterminación de Cataluña y solvente las condiciones por las que unos territorios catalanes quisieran librarse del resultado del referéndum con un lacónico “claramente”. Por cierto, en el caso de que el resultado del referéndum fuera contrario a la independencia de Cataluña, ¿podrían los territorios catalanes contrarios a dicho resultado separarse del estado español? Sería coherente, ¿no?

En mi modesta opinión, se trata de tomarse la democracia y el federalismo en serio.

Esto es todo. Le agradeceré que tenga a bien contestar a estas líneas, pues, entre otras cosas, estoy convencido de que habré incurrido en más de un error que su afilada inteligencia — lo digo con todo el respeto — me descubrirá para, así, poder pensar mejor.

Un abrazo de un positivista gracias a usted.

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