El casi imposible derecho de autogobierno

Javier Villate
Apuntes
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5 min readNov 8, 2017

Hoy hemos conocido que, según algunos titulares de prensa, “el gobierno español abre la puerta a un referéndum nacional para aprobar un referéndum legal en Cataluña”.

La noticia es que el ministro de asuntos exteriores, Alfonso Dastis, ha dicho que el gobierno está “abierto” a convocar un referéndum en el Estado español para saber si los ciudadanos españoles quieren que se reforme la Constitución con el fin de permitir un referéndum consultivo en Catalunya.

Lo primero que creo que deberíamos hacer las personas prudentes es dudar. Yo, personalmente, dudo de que esta sea la intención del gobierno. En un país en el que nos gobierna el “imperio de la mentira” (que no el imperio de la ley), es una obligación ciudadana dudar, dudar de quienes nos mienten tan a menudo.

En segundo lugar, la reforma de la Constitución es algo así como una carrera de obstáculos, pero a lo bestia. Lo explica muy bien este artículo del periodista Fernando Garea: “El mito del referéndum pactado: imposible sin una reforma agravada de la Constitución”.

Si fuéramos ciudadanos de Gran Bretaña, Dinamarca, Canadá…, podríamos pensar en un plan realista para realizar un referéndum pactado. Pero aquí… en esta España que, en palabras de Javier Pérez Royo, apesta a franquismo… permítanme que lo dude.

Si bien no comparto el radicalismo independentista que se ha apoderado de las principales fuerzas políticas catalanas, lo cierto es que el principal responsable del punto al que hemos llegado es el gobierno español, con el apoyo histórico (en este asunto) del PSOE. Los independentistas catalanes han tratado una y otra vez de dialogar con Madrid, pero, con su tradicional puesta de perfil, el señor Rajoy se ha hecho el sordo. Los independentistas catalanes han tratado de llegar a un acuerdo, PERO NO HA SIDO POSIBLE. Esta es la cuestión principal en este asunto por lo que se refiere al periodo anterior a la proclamación de la República Catalana.

Cuando digo que no comparto el radicalismo independentista, quiero decir que no se puede buscar la independencia DE INMEDIATO cuando solo se cuenta con del apoyo de alrededor del 45 por ciento de la población. En jerga política, eso es aventurerismo. Es meterse en un lío del que solo se puede salir trasquilado. Un objetivo como la independencia, por muchas y variadas razones, solo se puede perseguir DE INMEDIATO con el apoyo de una amplia mayoría de la población. Muy amplia.

Pero esto no invalida que los catalanes tengan DERECHO a la autodeterminación. En mi opinión, lo tienen, diga lo que diga el derecho internacional positivo. De la misma forma que las mujeres (y los hombres) tenían derecho (llámenlo moral, si quieren) al divorcio antes de que este fuera incorporado al derecho positivo, también toda comunidad humana tiene derecho a autogobernarse, lo reconozcan las legislaciones nacionales e internacionales vigentes o no.

Y habo de TODA COMUNIDAD HUMANA. Históricamente, se ha hablado de “naciones” y “pueblos” como sujetos del derecho de autodeterminación, porque, ciertamente, se pensaba más en los pueblos sometidos por las potencias coloniales. Pero el devenir de la historia y la profundización de los principios democráticos ha ido extendiendo ese principio a otras “naciones” y “pueblos” (vean “La autodeterminación es legal según el derecho internacional”, de Aidan Hehir).

Con ello, se han desatado polémicas con pretensiones teóricas sobre interpretaciones del derecho internacional y de los conceptos de “nación” y “pueblo”. El primer premio en estos ridículos debates se lo debe llevar el Reino de España, con el invento de las “nacionalidades” y las muchas perdices mareadas (“nación de naciones”, “estado plurinacional”, etc.). Se debatía si la “nación” se fundamenta en factores objetivos (la historia, el territorio, la lengua, las instituciones, las costumbres, la cultura, etc.) o en factores subjetivos (la “voluntad” del “pueblo”). Pero no había forma de llegar a conclusiones aceptables.

Y es que solo hay una forma de salir de ese atolladero: prescindir de esos conceptos de “nación” y “pueblo” y reconocer que TODA comunidad humana (sea de las dimensiones que sean y guarden la relación que guarden con los estados realmente existentes, sean “nación”, “pueblo”, región, comarca, condado, isla o como sea “nombrado”) tiene derecho a autogobernarse, es decir, a decidir democráticamente sobre los asuntos que le afectan. Y ya se encargará el principio de realidad de llevar al ejercicio de ese derecho a las negociaciones y acuerdos debidos de cooperación entre unos y otros. El contraargumento de que sería ridículo que Miranda del Ebro, por ejemplo, quisiera independizarse se contesta solo: sería realmente ridículo que Miranda del Ebro quisiera formar un estado independiente. Pero si una mayoría de sus habitantes se hubiera vuelto majareta y se planteara ese objetivo, ¡adelante! ¿Quiénes somos los demás para impedírselo? Evidentemente, el riesgo de que surjan esos “Mirandas del Ebro majaretas” es realmene inexistente; por tanto, me niego a discutir esa eventualidad.

Estoy convencido de que se nos plantearían dos tipos de problemas en el caso de que se reconociera positivamente ese derecho al autogobierno: 1) que lo reclamarían muchas comunidades humanas (algo a lo que mucha gente siente aversión debido a la concepción que tienen sobre las sociedades humanas de corte autoritario y uniformista), y 2) que se abriría paso una visión CONFEDERAL de la cooperación humana. Bendita fuera.

De esa forma, la cooperación no sería algo impuesto (por un estado más o menos centralista, más o menos descentralizado, o más o menos “federal”), sino algo voluntariamente acordado.

Vale, esto es una utopía. Cierto. Por eso, ahora hay que buscar la forma de ir convenciendo mentes y corazones. Muy difícil en un país como España, en el que el nacionalismo del “a por ellos” y “yo soy español, español, español” es de un sentimentalismo tan primario (fruto, probablemente, de los 40 años de franquismo) que resulta prácticamente imposible establecer con él un diálogo razonable. Únase a esto ese otro sentimiento tan español de la envidia (vinculado a un complejo de inferioridad). ¿Pero qué se creen esos catalanes? ¿Se creen mejores que los demás? ¿Qué es eso de hablar en catalán cuando están en Madrid? Envidia. Hija de un complejo de inferioridad, hijo, a su vez, de 40 años de franquismo.

Soy partidario de la independencia de Catalunya, porque… ¿quién puede querer formar parte de un estado como el español con su corrupción votada en elecciones, su derechona, sus capitalistas chapuceros y timadores, su mentalidad tan alejada de la ética liberal y democrática, su economía de pacotilla, su envidia y su falta de civismo…? Podemos y su entorno dicen que hay una alternativa a la independencia catalana por este motivo: cambiar la sociedad española. Adelante, les deseo lo mejor. Pero, mientras tanto, me parece más realista (por inmediatamente imposible que también me parezca) separarse de esa rémora que es el Estado español.

Ahora bien, como decía al principio, esto no puede hacerse forzando la situación y metiéndose en un callejón sin salida, como ha hecho el independentismo. Aplaudo sus esfuerzos, sus movilizaciones cívicas y pacíficas completamente ejemplares y defiendo su indignación. Pero no se puede conquistar la independencia con el apoyo solo del 45 o el 50 por ciento de la población. No solo por respeto a los intereses de la otra mitad, sino porque sería avanzar por un camino sembrado de problemas, trampas y tentaciones autoritarias, con un final tan incierto que no debería ser siquiera intentado. Hay que seguir trabajando aquellas mentes y aquellos corazones en un sentido más democrático.

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