Perdimos por Wanda Nara.
Brasil 2014 y la mejor Selección Argentina que conocí.
“Si se aprendió algo, ganamos”
Javier Mascherano, después de la final.
A medida que transcurran los días, las imágenes del último mundial se van a ir tiñendo de épica. Esa textura con la que percibimos a tantos mundiales que alimentaron nuestro folclore. Y este no fue uno más: es probable que haya sido el mejor de todos los tiempos donde nos tocó perder la final. Borges decía que el éxito y el fracaso son dos impostores. Y cierta experiencia me hace considerar a esa idea como verdadera. A veces, un golpe al ego es el mejor de los aprendizajes para poder crecer. Y Argentina, que en criollo significa tierra de la plata, vio plasmarse en este mundial un tango que nos pinta enteros.
La noche del domingo después de la final no pude pegar un ojo. Vi la bronca brotar en las redes buscando el mismo chivo expiatorio de siempre. Pero a medida que el tiempo fue haciendo lugar a la reflexión, el tono en las redes empezó a virar: muchos, la gran mayoría, empezaron a defender el honor de Messi señalando datos fácticos de su juego y celebrando la humanidad de un pibe que eligió esta camiseta habiendo podido optar por otra. Su llanto en una corrida inolvidable cuando ganamos la semifinal termina por demostrar la clase de sentimientos que dictaron su juego.
Los pensamientos que me dejó la final no son pocos: todavía me pregunto si Agüero entró en el segundo tiempo por cábala (viene de la cantera de Independiente como Burruchaga y Bertoni, los definidores de las finales que ganamos). Y hasta me planteo si Wanda Nara no terminó por frustrar la posibilidad de tenerlo a Mauro Icardi en el equipo, un 9 de área genuino para reemplazar a Higuaín (y que habría sido vetado por un buen amigo de Maxi Lopez en el plantel). Que el fútbol habilite la posibilidad de estas hipótesis contribuye a su magia. Lo cierto es que Alemania fue un justo campeón. No hay vuelo de mariposa que se compare con lo tectónico de un gol en el minuto 112.
El filósofo holandés Johann Huizinga escribió en su tratado Homo Ludens que el acto de jugar esta presente en todo lo que constituye nuestra cultura: desde el sistema financiero hasta la política se basan en representaciones lúdicas. Y no solamente los hombres nos abstraemos en juegos: alcanza con ver a dos cachorros corretearse entre sí para darnos cuenta que ese don se extiende a todos los mamíferos. Nuestra genética expresa que somos seres lúdicos, programados de ese modo por la naturaleza para poder incorporar los conocimientos necesarios para sobrevivir y adaptarnos. Y el fútbol, en lo universal de sus reglas, nos ofrece cada cuatro años un marco en el que el mundo puede observarse a sí mismo jugar para poder aprender.
Si Lio clavaba ese último tiro libre en la final directo en el ángulo, la encumbración de un nuevo d10s con el cual pudiéramos justificar nuestro ego desproporcionado hubiese sido inevitable. Por eso quiero elegir pensar que no había alternativa: perder esta final era necesario para seguir creciendo como nación. Y en ese sentido es que me pregunto si en el fondo no la mandó a la mierda a propósito: si al final, como todo Mesías, nos habló con una parábola…