5 poemas: Yessica Puga

Yessica Puga
Atrabancadas
5 min readApr 2, 2021

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ESCRIBIR

Fotografía: “Writing” de Alec Couros/flickr

Escribir, ¿para qué?

Para suturar las heridas

(¿qué heridas?).

Para ofrecer algo al porvenir

(no hay porvenir).

Todo es compulsión y duelo repetido,

helicoidal asciende o desciende.

El dolor es uno y el mismo siempre,

individualizado,

mayor o menor según la esperanza perviva.

La sangre entre las piernas de Ana

mancha mi fe,

lavo mis manos,

pero en sueños me ahoga.

El ideal es uno y el mismo

y se logra en la compenetración:

en consonancia

a veces nos escuchamos.

¿Quién te ha hecho tanto daño

para repetir el daño?

Recuerdo el beso húmedo de madre

antes de dormir,

la canción de cuna

y la oración a un ángel guardián

(que en supuesto no me dejaría).

El baptisterio está lleno de esperma muerto.

Todos los ídolos han caído.

Me has dicho que yo iluminaré al mundo,

pero sólo aprecio sombra y caos.

Firme resisto la inercia

(aquí en el vaivén

de las cosas que no controlo

porque no me pertenecen).

Hoy asciendo, mañana no.

Hoy comprendo, pasado no.

Escribir, entonces, ¿para qué?

Para aceptar las batallas perdidas,

para vivir después de ellas o en ellas.

Ya no quiero escribir.

SÓTANOS

Yo quería habitar

el sótano de casa de abuela,

pero dijeron que era demasiado oscuro

y no me podía quedar.

Yo nunca le temí a la oscuridad,

los monstruos a plena luz

eran peores.

El hombre del sombrero

me miró la falda

pero me imaginó debajo de ella,

aunque no entera

(nunca entera):

cuerpo núbil, muslos blancos;

espíritu inquebrantable pero lacerado.

El hombre no me tocó,

pero yo me sentí tocada.

El hombre sólo me miró

y yo imaginé lo que pensaba.

¿Qué se hace a los diez años?

¿Exiges respeto,

que te miren entera,

que te admiren en tu belleza

pero no te desnuden por ella?

No, todavía,

falta poco…

Hay oscuridades

que papá y mamá conocen más que yo,

me protegen de ellas

y me aconsejan antes de que juegue

en el patio, el parque, los campos.

Pero hay oscuridades,

como la del sótano,

que sólo yo conozco y enfrento.

Papás, si están leyendo esto:

ahí dentro ya veo.

Fotografia: Joanne Adela Low/Pexels

LEAH

Leah en mi regazo,

Leah mi Leah,

más yo de ella

que ella mía.

Veo a mamá sonreírle

y presiento que se me irá la vida

en cuanto alguna de las dos me falte.

Seco el llanto tibio y pacífico

que me resbala por las mejillas,

miro la noche,

Leah mueve la cola,

mamá la consiente,

le da galletas de vainilla

y yo sólo pienso las tantas veces

que le he dicho “no”.

Mamá se está muriendo

como nos morimos un poco a diario todos,

como Leah aunque tenga inocencia en la mirada

y sus ojos de canica aún brillen negros.

Hay en el amor

un equilibrio entre deseo y libertad.

Lo que se quiere se cuida,

pero nunca se limita.

Por eso aunque me aterra

le quito la correa a Leah:

persigue palomas y pájaros,

luego me sonríe con la lengua de fuera

y los ojos brillantes.

Lo que me aterra no es que no vuelva,

sino que se lastime o la lastimen.

La cuido en la distancia

y la llamo por su nombre cuando desaparece.

Leah mi Leah,

más yo de ella

que ella mía,

y sin embargo tan mía

como sólo ella puede.

Mamá, si es que oyes:

disculpa por no contestar.

Y disculpa todo el daño

que voy a causarte

por amarme.

ESCAPISMO

He sepultado el pasado

para darle una oportunidad al porvenir.

Podría quedarme tranquilamente

entre tus brazos

hasta percatarme que ya no estás

tampoco tú aquí.

Tiempo para leer,

para comer,

para salir al mundo;

a veces no quiero ser responsable ni de mí.

Pero hay que vivir:

abrocharse los zapatos,

tender la cama.

Me pido perfección;

es demasiada exigencia para una cama.

Las cosas se mueven de lugar

y no siempre regresan.

Hay que ser tolerantes,

ponerse en los zapatos del otro.

Estamos tan apresurados

como si viviéramos a contra reloj.

La regadera gotea,

los trastes están sucios

(pero siempre vendrán más trastes),

los paseos diarios del perro

cuando tenemos eventos laborales y académicos.

Huir, ¿a dónde?

Y las voces que no se callan.

No quiero recoger la mierda de otros

sólo porque alguien fue negligente

y no se preocupó

(la mierda es literal, negra y pesada,

y hay que recogerla antes de que apeste todo el vecindario

o todos comencemos a dejar la nuestra también).

La vida es el peor esfuerzo constante

y a su vez el más satisfactorio.

Todos estamos cansados

y es muy difícil aceptar la debilidad:

ser ejemplo para otros,

compararse cuando los caminos no tienen por qué ser el mismo,

incluso cuando todos lleven al mismo lugar.

Voy de nuevo a los sitios donde puedo escapar:

encuentro tranquilidad

en pensar un poquito y actuar otro poquito más.

Los lugares son importantes por lo que se siente en ellos,

no porque sean meramente lugares,

al igual que las personas.

El ruido me taladra los oídos,

ruido de siempre querer ir por más,

aunque siempre necesitamos tiempo para volver a comenzar.

Le dije que todos buscábamos escapar,

pero debí añadir que a veces los escapes son también nuestros​ refugios​.

Hay que saber por y para qué se escapa y,

entonces,

con el tiempo,

quizá regresar.

Fotografía: MaLeK Dridi/Pexels

VIVIR

Miro la cópula de los perros

pero nadie entiende el frío que sienten.

Enredaderas trepan sobre la reja.

Los perros miran con ojos enrojecidos,

por sangre de heridas

y vida doliente,

ojos claros con desgana y cansancio:

nadie prefiere la vida ardua bajo el sol

ni el frío duro de invierno.

Los perros no tienen a dónde ir,

a veces corren

y son atropellados.

Otras veces se refugian

bajo el umbral de alguna puerta

o alguien los acoge

y les da comida y calor.

La orfandad es el miedo y sentirse perdidos.

Andrés cojea de su pierna poliomielítica

y piensa en el gran desastre que implica

vivir y desvivirse a veces.

Es el sol de media tarde

sobre este pueblo polvoso

y los perros callejeros se calientan bajo él.

Es la hora de la siesta vespertina y el ensueño.

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Yessica Puga
Atrabancadas

Victorense viviendo en el Edomex. Veo, analizo y me hago bolas sola.