5 poemas: Yessica Puga
ESCRIBIR
Escribir, ¿para qué?
Para suturar las heridas
(¿qué heridas?).
Para ofrecer algo al porvenir
(no hay porvenir).
Todo es compulsión y duelo repetido,
helicoidal asciende o desciende.
El dolor es uno y el mismo siempre,
individualizado,
mayor o menor según la esperanza perviva.
La sangre entre las piernas de Ana
mancha mi fe,
lavo mis manos,
pero en sueños me ahoga.
El ideal es uno y el mismo
y se logra en la compenetración:
en consonancia
a veces nos escuchamos.
¿Quién te ha hecho tanto daño
para repetir el daño?
Recuerdo el beso húmedo de madre
antes de dormir,
la canción de cuna
y la oración a un ángel guardián
(que en supuesto no me dejaría).
El baptisterio está lleno de esperma muerto.
Todos los ídolos han caído.
Me has dicho que yo iluminaré al mundo,
pero sólo aprecio sombra y caos.
Firme resisto la inercia
(aquí en el vaivén
de las cosas que no controlo
porque no me pertenecen).
Hoy asciendo, mañana no.
Hoy comprendo, pasado no.
Escribir, entonces, ¿para qué?
Para aceptar las batallas perdidas,
para vivir después de ellas o en ellas.
Ya no quiero escribir.
SÓTANOS
Yo quería habitar
el sótano de casa de abuela,
pero dijeron que era demasiado oscuro
y no me podía quedar.
Yo nunca le temí a la oscuridad,
los monstruos a plena luz
eran peores.
El hombre del sombrero
me miró la falda
pero me imaginó debajo de ella,
aunque no entera
(nunca entera):
cuerpo núbil, muslos blancos;
espíritu inquebrantable pero lacerado.
El hombre no me tocó,
pero yo me sentí tocada.
El hombre sólo me miró
y yo imaginé lo que pensaba.
¿Qué se hace a los diez años?
¿Exiges respeto,
que te miren entera,
que te admiren en tu belleza
pero no te desnuden por ella?
No, todavía,
falta poco…
Hay oscuridades
que papá y mamá conocen más que yo,
me protegen de ellas
y me aconsejan antes de que juegue
en el patio, el parque, los campos.
Pero hay oscuridades,
como la del sótano,
que sólo yo conozco y enfrento.
Papás, si están leyendo esto:
ahí dentro ya veo.
LEAH
Leah en mi regazo,
Leah mi Leah,
más yo de ella
que ella mía.
Veo a mamá sonreírle
y presiento que se me irá la vida
en cuanto alguna de las dos me falte.
Seco el llanto tibio y pacífico
que me resbala por las mejillas,
miro la noche,
Leah mueve la cola,
mamá la consiente,
le da galletas de vainilla
y yo sólo pienso las tantas veces
que le he dicho “no”.
Mamá se está muriendo
como nos morimos un poco a diario todos,
como Leah aunque tenga inocencia en la mirada
y sus ojos de canica aún brillen negros.
Hay en el amor
un equilibrio entre deseo y libertad.
Lo que se quiere se cuida,
pero nunca se limita.
Por eso aunque me aterra
le quito la correa a Leah:
persigue palomas y pájaros,
luego me sonríe con la lengua de fuera
y los ojos brillantes.
Lo que me aterra no es que no vuelva,
sino que se lastime o la lastimen.
La cuido en la distancia
y la llamo por su nombre cuando desaparece.
Leah mi Leah,
más yo de ella
que ella mía,
y sin embargo tan mía
como sólo ella puede.
Mamá, si es que oyes:
disculpa por no contestar.
Y disculpa todo el daño
que voy a causarte
por amarme.
ESCAPISMO
He sepultado el pasado
para darle una oportunidad al porvenir.
Podría quedarme tranquilamente
entre tus brazos
hasta percatarme que ya no estás
tampoco tú aquí.
Tiempo para leer,
para comer,
para salir al mundo;
a veces no quiero ser responsable ni de mí.
Pero hay que vivir:
abrocharse los zapatos,
tender la cama.
Me pido perfección;
es demasiada exigencia para una cama.
Las cosas se mueven de lugar
y no siempre regresan.
Hay que ser tolerantes,
ponerse en los zapatos del otro.
Estamos tan apresurados
como si viviéramos a contra reloj.
La regadera gotea,
los trastes están sucios
(pero siempre vendrán más trastes),
los paseos diarios del perro
cuando tenemos eventos laborales y académicos.
Huir, ¿a dónde?
Y las voces que no se callan.
No quiero recoger la mierda de otros
sólo porque alguien fue negligente
y no se preocupó
(la mierda es literal, negra y pesada,
y hay que recogerla antes de que apeste todo el vecindario
o todos comencemos a dejar la nuestra también).
La vida es el peor esfuerzo constante
y a su vez el más satisfactorio.
Todos estamos cansados
y es muy difícil aceptar la debilidad:
ser ejemplo para otros,
compararse cuando los caminos no tienen por qué ser el mismo,
incluso cuando todos lleven al mismo lugar.
Voy de nuevo a los sitios donde puedo escapar:
encuentro tranquilidad
en pensar un poquito y actuar otro poquito más.
Los lugares son importantes por lo que se siente en ellos,
no porque sean meramente lugares,
al igual que las personas.
El ruido me taladra los oídos,
ruido de siempre querer ir por más,
aunque siempre necesitamos tiempo para volver a comenzar.
Le dije que todos buscábamos escapar,
pero debí añadir que a veces los escapes son también nuestros refugios.
Hay que saber por y para qué se escapa y,
entonces,
con el tiempo,
quizá regresar.
VIVIR
Miro la cópula de los perros
pero nadie entiende el frío que sienten.
Enredaderas trepan sobre la reja.
Los perros miran con ojos enrojecidos,
por sangre de heridas
y vida doliente,
ojos claros con desgana y cansancio:
nadie prefiere la vida ardua bajo el sol
ni el frío duro de invierno.
Los perros no tienen a dónde ir,
a veces corren
y son atropellados.
Otras veces se refugian
bajo el umbral de alguna puerta
o alguien los acoge
y les da comida y calor.
La orfandad es el miedo y sentirse perdidos.
Andrés cojea de su pierna poliomielítica
y piensa en el gran desastre que implica
vivir y desvivirse a veces.
Es el sol de media tarde
sobre este pueblo polvoso
y los perros callejeros se calientan bajo él.
Es la hora de la siesta vespertina y el ensueño.