Casas GEO

meli castillo
Atrabancadas
6 min readJan 15, 2021

--

Foto: Alfonso Escudero de Pachuca, México, CC BY 2.0, vía Wikimedia Commons.

Buscando el sueño de tener una casa propia, nos mudamos a Veracruz. Antes, conocíamos la ciudad como turistas, paseando cada año por la playa, el centro y plaza Las Américas. Pronto seríamos habitantes, y conoceríamos más allá de esos espacios. También estaba el deseo de salir del campo: que hubiera un Chedraui, un cine y un Domino’s lo considerábamos erróneamente símbolo de bienestar. Como en México es muy difícil conseguir una casa sin crédito, nuestra única opción fue vivir en casas de interés social: es ahora un sueño de mi adultez juntar los suficientes puntos de Infonavit. Veníamos de vivir en una casa grande, pero con la calle sin pavimentar y eso ya era un indicador de que ahí no había progreso. Ahora nos mudaríamos a una casa pequeña, pero en la ciudad.

Cuando mis padres mencionaron sobre mudarnos a Veracruz, mis fantasías de niña se imaginaban la playa a unos pasos para poder nadar todos los días. El trayecto a nuestro destino fue de unas diez horas desde nuestra antigua casa y nos llevamos todo lo que cupiera en el viejo Cavalier de la familia. La música de fondo eran corridos y, todavía, durante mucho tiempo después, escuchar esas canciones me provocaba mareos: mi cuerpo recordaba las vueltas pronunciadas de ese viaje por la carretera libre de Oaxaca a Veracruz, para ahorrar las casetas.

Me emocionó lo nuevo, el comienzo, los cambios. Ahora culpo a mis constantes mudanzas la incomodidad que siento al quedarme mucho tiempo en un solo lugar. Pero la emoción disminuyó al llegar al fraccionamiento. Todas las casas, por cuadras y cuadras eran iguales ¿Cómo iba a encontrar la nuestra? Si orientarme no era mi fuerte, ahí solo podría imaginarme perdida eternamente. Lo único que podía hacer era aferrarme al número de mi casa porque aún no se instalaban los letreros con los nombres de las calles. La playa quedaba a más de una hora de camino y supe que no había manera de nadar todos los días.

Al principio no se permitían las tienditas en el lugar, una regla para evitar el desorden. Tampoco pintar tu casa de colores chillones y los vecinos decidieron usar solo un tipo de protecciones para las ventanas.

Estos acuerdos, surgidos en la primera junta vecinal, fueron rápidamente transgredidos. Conforme más casas se vendían, surgían más diferencias, entre los muros de cemento cada familia iba haciéndola suya: llenando el patio de plantas, pintando con colores chillones la fachada o hay hasta el que se montó un taller mecánico y estacionaba los autos destartalados en toda la cuadra. También unos se aferraron a la igualdad, pero al ser los menos, más bien seguían siendo diferentes. Cuartos extra o un nuevo piso los más pudientes. Dejó de ser la perfecta estampa, idéntica a los vídeos de las oficinas de Casas GEO, que eran falsas ideas que no contemplaban todas las posibilidades de vida. Se había acabado la monotonía.

Otra regla fue que ahí no entraran camiones: se veían feo y hacían mucho ruido. Bien para la mayoría que tenía carro en ese entonces, no nos imaginamos que todo iría en picada. Se arrepentirían después, aún con carro, pero sin suficiente varo para ponerle gasolina cada semana o de plano sin carro porque hubo que venderlo. Entonces caminábamos diez cuadras para esperar en la parada a que pasaran uno de los pocos camiones que fueran para el centro. En el tramo de ida para la escuela o el trabajo todavía se veía la luna y de regreso casi no se aguantaba el sol. Al tomar la ruta, nos esperaba media hora de vueltas y vueltas hasta llegar a la carretera. De ahí seguía otro tramo más y hasta entonces aparecía un letrero que decía “Bienvenidos a Veracruz” ¿Dónde vivíamos entonces? A partir de ahí las casas no eran copias la una de la otra.

Conforme fue habiendo más gente, empezaron a surgir negocios: estéticas, fonditas y un mini Bodega Aurrera. Cuando eso pasó, había personas que ya ni salían de ahí ーNo hay pa’ quéー decían, pero tampoco hay tiempo; irse al centro para algunos ya era como irse de vacaciones.

Para entonces las oficinas de Casas GEO estaban abandonadas. La amabilidad de la corporación sólo duró hasta que se vendió la última casa. Ahora no había a dónde irse a quejar por la falta de agua y luz que duraba días; por la cantidad enorme de baches en las calles y por las tarifas tan grandes que llegaban de Infonavit. No era lo acordado, los pagos se volvieron una condena eterna.

Ahora que pasó el tiempo parece que hay más caos. Una casa abandonada con los vidrios rotos en cada cuadra; huyeron porque ya no había trabajo, no pudieron seguir pagándola o no soportaron la claustrofobia de 30 metros cuadrados. Algunas han sido ocupadas por externos, pero otras son cuidadas gracias a las alianzas que esa familia que se formó con otros vecinos. Cortamos el zacate de enfrente para que parezca que hay gente y nos ofuscamos cuando alguien desconocido se cruza por aquí ¿Qué vendrá a hacer, a checar nomás a dónde se puede meter? Nunca se sabe. Sí era peligroso, supongo que sí, pero una se acostumbra y se cuida de más. Cerca se rumoraba que vivían halconcillos, y sí sabíamos, pero era mejor no meterse. Poco a poco fue más obvio, a veces me pongo a pensar que hay personas que escuchan un helicóptero y no se espantan, creyendo que están correteando a alguien.

No meterse en los asuntos de los demás a veces era difícil: las diminutas paredes no cancelaban el ruido del vecino. Podía escuchar los regaños a las chicas de a lado como si fueran para mí; nunca nos habíamos presentado, pero me sabía sus nombres completos, a qué escuela iban y que un día una se saltó las clases en la secundaria para irse al cine con su novio. El sonido de las voces se acrecentaba en invierno, cuando no era necesario prender el ventilador y la ausencia de ese ruido daba paso a otros. Hay cosas que realmente una no quiere escuchar; le subía a la tele o a la música, pero ellos le subían a su relajo. A otros les gustaba escuchar y también ver: ¿quién llegaba de visita?, ¿quién se iba?, ¿por qué?. Una constante vigilancia que solo servía para entretenimiento, porque el día que escuchamos al vecino pegarle a su esposa, todos en la cuadra repitieron que eran asuntos de familia y nadie debía meterse.

La entrada al lugar tenía un arco enorme que daba la bienvenida. Es interesante la elección de los nombres de los fraccionamientos: “Real de Pinos”, “Chula Vista”, “Barrio de la Solidaridad”, puro nombre pretencioso que a los compradores hacía sentir importantes. Todos en las afueras, del norte o del sur. Cuando visité otro fraccionamiento de Casas GEO, pero al otro lado de la ciudad, me pareció un portal a mi propio fraccionamiento. Así como cada casa que visitaba parecía un portal a mi propia casa, un universo alternativo en la que habíamos decidido arreglarla de una forma y no de otra.

Había ventajas: los niños podían jugar en la calle, sin la afluencia de carros de las calles más cercanas al centro. El lugar seguía teniendo remanentes de su antigua vida como campo, aún había grandes extensiones de terreno a los alrededores que eran monte y ciertos días me despertaba para ver vacas pastando en el parque de enfrente. Las luciérnagas abundaban en un principio, pero fueron ahuyentadas poco a poco por las luces de la ciudad. ¿Se habrá extinto alguna planta insustituible con la llegada del fraccionamiento? El calor cada vez era más sofocante y no se veía un árbol a un kilómetro a la redonda; hasta acá no llegaba brisa del mar que lo hiciera soportable.

Una vez el papá de una amiga que vivía en la zona norte (pero no tan al norte como Casas GEO) me dijo que antes, ahí donde vivían, eran las afueras de la ciudad. Sentía lo mismo que yo ahora, que todo estaba lejos de ahí. Tal vez pronto alguien viva más al norte y piense eso. A lo mejor y La Antigua, el municipio más cercano, termine juntándose con nosotros, a ellos les quedará más lejos el centro. A lo mejor las casas se harán mejores, individuales, ahora que se saben los fraudes de Homex. O llegará alguien más y aprovechará que nadie piensa el más vistoso significado de fraccionamiento: algo que está quebrándose. Dividiéndose.

--

--