Fetichismo literario

Marissa Vargas Sánchez
Atrabancadas
7 min readAug 17, 2021

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Escribir durante toda la vida, enseña a escribir. No salva de nada.
ーMarguerite Duras

Al inicio de cada círculo de lectura mi primera pregunta hacia los participantes era “¿qué es la literatura?”. Detrás de mí, en la proyección, se veían imágenes de todo aquello a lo que alguna vez se le ha llamado literatura: la Biblia, el periódico, Harry Potter, la Ilíada, la Odisea, Cien años de soledad, Cincuenta sombras de Grey, Bajo la misma estrella: los odiados, los best sellers, los sagrados, los raros. Si a mí me hubieran preguntado hace diez años seguramente habría dicho García Márquez, Vargas Llosa y Octavio Paz; así, como en santísima trinidad: en el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo, amén.

¿Qué es? ¿Es todo aquello que se puede leer? ¿Qué hace que un texto sea literatura? ¿Quién puede hacerla? ¿Qué contiene? ¿Qué logra? Para mí, como moderadora, era relevante que entendieran una cosa: la literatura, por sobre todo, es una convención social; y si deseamos acercarnos a leerla, discutirla y compartirla, es necesario desmontar los mitos alrededor de ella.

Daniel Pennac es un escritor y profesor francés conocido por presentar los derechos de lxs lectorxs en su libro Como una novela (derechos que también ponía a discusión en la primera sesión del círculo). El primer derecho es “el derecho a no leer”; es decir, que si estamos leyendo es porque tenemos el derecho, no la obligación; si leemos es, idealmente, porque sabemos que leer es un placer elegido y no un deber. Parece obvio, hasta tonto, pero en una sociedad (por lo menos la de México) donde la lectura ha sido atravesada por discursos clasistas que refuerzan estereotipos que permean hasta las políticas públicas con los poco exitosos programas de fomento a la lectura, así, generando lectorxs frustradxs y personas que son avergonzadas por no dedicarle tiempo a dicha actividad, reconocerse como unx individux con la agencia para decidir si leer o no, qué leer, cómo leer, cuándo y dónde leer, es liberador.

Durante los últimos años, con la sobreacogedora cantidad de publicidad y contenido digital, he visto el auge del discurso “los libros te salvan”, “libros al rescate”, “leer es liberador”; por supuesto, quienes mantienen estas campañas de mercadotecnia son las editoriales del monopolio. ¿Quieres ser subversivo? Compra un libro.

Sublevarse, en teoría, siempre es cuando se enfrenta a una hegemonía; en el presente, donde los principales valores son el aspiracionismo, el consumismo y la inmediatez, todo aquello que nos haga detenernos, esperar, descansar, reutilizar y no comprar, es subversivo: cuando para resistir necesitas quinientos pesos, híjole, tal vez no estás resistiendo nada.

Es cierto que el mercado es el culpable por su gran adaptabilidad y mutación: también, admito, sí reconozco a la lectura y a la escritura como acciones políticas; hay resistencia en contar las historias por encima de quienes quieren callarnos; hay resistencia en auto publicarse cuando sabotean nuestros esfuerzos; hay resistencia, siempre, en educarnos cuando a la hegemonía le conviene que seamos tontas. No obstante, cuando compramos este fetichismo literario, ¿qué estamos adquiriendo?

Por fetichismo literario me refiero a un sinfín de concepciones alrededor de la lectura y escritura, así como del libro como un bien material: leer te hace mejor persona (?), culto, interesante, leer te hará ser más crítico y es, por encima de todas las actividades recreativas, la superior.

La novelista Sally Rooney dijo para el London Book Review lo siguiente:

No creo en el discurso dominante sobre las novelas y narrativas como un medio para generar empatía (…) creo que sería lindo convencernos a nosotros mismos como escritores que todo lo que hacemos, sin importar lo que diga, tiene un gran propósito político porque nos enseña a querernos el uno al otro y… eso sería muy bueno, no creo en eso y no creo que sea cierto (…) así que soy escéptica respecto a varias afirmaciones a favor de la literatura en este contexto, y no quiero participar acríticamente en estas afirmaciones, por supuesto que soy alguien que ama los libros, pero nos damos demasiado crédito por amar los libros, como una exageración de lo que realmente hacemos al leer o escribir libros, así que me he limitado a afirmar lo que los libros pueden hacer, tal vez, por la ansiedad de exagerar el enunciamiento de la literatura como un agente de cambio social.

Fotografía de Reggienald Suarez/Pexels

Escribo todo esto porque me ha llegado la pregunta “¿por qué escribes?”.

Chale.

He escuchado a colegas que admiro hablar de la capacidad de la escritura como un medio hacia el autoconocimiento; para nada, estoy en contra de las motivaciones que otras personas tienen en escribir. Me pregunto y me persigue: ¿qué tanto hago, realmente, al escribir?

Quiero confesar, aquí, que encuentro tedioso escribir sobre escribir, o escribir sobre leer. Hace poco leí que uno de los fenómenos del capitalismo tardío es que el arte que creamos esté basado en nosotras mismas, explotando todas nuestras vivencias y personalidad: ¿para qué escribir sobre escribir? Me pregunto, severamente, solo escribe y ya. Pero hoy, también, confieso algo que no es tan secreto: solo me siento en confianza con una pluma y un papel, o una pantalla y un teclado, en su defecto.

No creo que la escritura sea mágica, solo es lo que es: escribir. Si te pregunto ¿qué piensas sobre la escritura? O ¿cómo te imaginas escribiendo? Podría afirmar que planteas este escenario: estás en una habitación agradable, cómoda; probablemente, la luz del sol se cuela por la cortina o, si no, estás en la profundidad de la madrugada, con una taza de café y un cigarro, si prefieres; tienes una máquina de escribir (que seguro tiene una historia), una pila de libros viejos y una montaña de hojas arrugadas. Luces loca, pero loca sexy; intelectual, pero atractiva; despeinada, pero accidentalmente estética; escribiendo seria pero divertidamente. Terminas, pones punto final, tienes una obra maestra, un verso sin esfuerzo. Eres escritora. Esto es hacer literatura, ¿no?

Te cuento cómo escribo este párrafo: voy en la carretera, sentada en un autobús, con dolor de espalda y cuello. Por la ventana puedo ver montañas, rocas y cactus; algunos tramos tienen basura regada: prendas, bolsas, envolturas, botellas; también, vislumbro paraderos abandonados, ganados en los ranchos; todo pasa mientras tecleo en la pantalla de mi celular. El niño de al lado viene llorando y tosiendo, la señora de atrás me golpea el respaldo y se cambia de lugar por tercera vez.

En otras ocasiones, escribo entre pestañas: me despiertan mis pesadillas y tengo ganas de ir al baño, pero me obligo a escribir diciéndome “si no lo escribes ahora, te olvidarás en un par de minutos”. Escribo de mal humor, escribo llorando y, a veces, prefiero llorar antes de escribir. Nunca he logrado establecer una rutina así que acepto el desorden de escribir.

Escribir está, como casi todo, lejos de ser romántico.

Quiero creer que mis ideas son las que cargan con ese peso pasional, que pensar que escribir en sí lo es. Mis mejores textos, para mi gusto, nunca han salido en los lugares y horas más apropiadas, nunca llegan con mi agenda libre.

Aunque, al final, ¿cómo separo las ideas de las palabras, las palabras del lenguaje, y el lenguaje de la escritura?

Toda arte busca ser socializada; sí creo que esta mantiene una relación interdependiente con la sociedad: alimenta y se alimenta.

Así pues, si tenemos campañas, tanto de políticas educativas como mercantiles, que promueven la literatura, ¿cómo es que son tan inefectivas? No obstante, las cuestiones genuinas son las siguientes: ¿por qué estamos tan empecinadxs en querer que otrxs lean? Y ¿cómo estamos retratando a la literatura?

Creo que si deseamos compartir todo lo bueno que nos ha hecho la literatura, el arte del lenguaje, pues, debemos seguir yendo contra todo discurso y posicionamiento que se ha hecho sobre la misma; desde cómo se crea y cómo se consume.

Hoy en día no pongo mi esperanza de una mejora social en la literatura, ni en el arte; solo reconozco que es una pequeña parte del engrane que comparte responsabilidad como el resto.

Para terminar con estos sentipensares comparto otra cita de Rooney (a quien debo buscar para cobrarle por la promoción) de su novela más reconocida, Normal People, cuando Connell asiste a una lectura en su universidad:

Él sabe que mucha de la gente literata en la universidad ve a los libros como un medio para parecer cultos (…) Era la cultura como la performatividad de clase, la literatura fetichiza su habilidad de llevar a las personas educadas en falsos viajes emocionales para que, así, puedan sentirse superiores por sobre las personas no educadas de las cuales les gusta leer. Incluso si el escritor era una buena persona, e incluso si el libro fuera introspectivo, todos los libros, al final, eran mercantilizados como símbolos de estatus y todos los escritores participaban, en cierto grado, en esta mercantlización; la literatura, de esta forma, en estas lecturas públicas, no tenía potencial de resistencia a nada.

Y (estoy segura) al igual que muchxs de nosotrxs, Sally continúa y concluye:

Sin embargo, Connell fue a casa y leyó algunas notas que hizo para su nueva historia y sintió una ola de placer en su cuerpo, como cuando ve un gol perfecto, como el movimiento de la luz a través de las hojas, una estrofa musical saliendo de la ventana de un coche en movimiento. A pesar de todo, la vida ofrece estos momentos de alegría.
ーSally Rooney, Normal People

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Marissa Vargas Sánchez
Atrabancadas

Tamaulipeca. Tried to be chill and cool but I care a lot about a lot of stuff.