Líneas paralelas
Querida mía. Te escribo para contarte que no hace mucho tuve una noche larga, oscura, fría … El sueño tardó en llegarme, justo como suele sucederme, lo sabes de sobra. En muchas ocasiones es mi subconsciente el que decide la dirección que han de tomar mis noches al momento en que logro conciliar el sueño, a veces solo es un dormitar semi consciente, sino es que son pesadillas de tiempos pasados y a veces solo la oscuridad y yo, unidos por unas horas hasta que mis ojos decidan abrirse con pesadez; no obstante, durante esa noche que te he mencionado no ha sucedido nada de lo anterior.
Estaba cansado. Hubiera apostado a que me quedaría dormido al momento en que mi cara tocara las almohadas, a que solo tendría tiempo de echarme una cobija encima antes de caer rendido ante los encantos de Morfeo, pero estuve equivocado… lo que sucedió fue lo siguiente:
Una vez que me hallaba envuelto entre las sábanas sentí un extraño mareo, como si estuviese por desmayarme. Mi habitación empezó a llenarse de pequeñas volutas de luz que giraban, cada una se ampliaba proyectándome un recuerdo que no me pertenecía; estas volutas crecían y luego explotaban en partículas luminosas, yo era meramente un espectador.
Conforme fueron explotando una a una, las partículas de luz comenzaron a abarcar cada espacio dentro de mi pequeño dormitorio, a pegarse en la piel, quemando el lugar en mí donde habían caído. Asustado, sudoroso, traté de sacudirme este fino polvo similar a una extraña y luminiscente arena. Mi cometido no fue exitoso, y entre más trataba de removerlo frotando mis brazos y piernas más quemaba y más partículas se adherían a mi piel, como si el frotar causara que mi cuerpo les atrajera como los imanes al metal. Hubo un instante en que mi piel parecía estar compuesta de luz blanca e incandescente, mis facciones disueltas en aquel resplandor recientemente adquirido. Dentro de mí se esparció un doloroso calor, empezando por la punta de los dedos de mis manos y pies, recorriendo mis extremidades hasta llegar a mi torso. Este calor me daba la sensación de que me estaba quemando por dentro… Finalmente, el calor se extendió por mi caja torácica y, en un afán de acallar el sufrir, oprimí mi pecho con los brazos y me recosté pesadamente en posición fetal.
Seguido a esto, de mi boca se desprendió un gruñido de dolor…
Mientras de mis labios se escapaban aquellos guturales sonidos, la luz que mi cuerpo manaba se apagaba como una bengala que se ha quedado sin pólvora.
Poco a poco pude hacerme consciente de mi cuerpo nuevamente: mi camisa pegada a mi piel por el sudor, tenía la respiración agitada, las manos cerradas firmemente en puños apretados contra mi pecho y en mis oídos se percibía un ligero sonido similar al de la estática en una radio vieja. De repente, como si todo hubiera sido producto de un sueño febril, una pequeña y gentil mano se posó sobre mi hombro. La sensación era extremadamente familiar, semejante al tacto de alguien que había perdido tiempo atrás.
La estática desapareció para dar lugar al sonido de tu voz…
Posé mi mano sobre la mano que se hallaba sobre mi hombro, incrédulo de lo que acababa de escuchar, me di la vuelta y lo primero que vi al abrir los ojos fue tu mirada, fija en mi rostro, con un gesto de genuina consternación.
Solté un suspiro, aún sin poder creer lo que estaba viendo, toqué tu mejilla para cerciorarme de que no estaba imaginándome que estabas ahí. Una lágrima corrió salvaje a lo largo de mi rostro, tú la secaste con tu pulgar como si ya lo hubieras hecho antes. Cuando volviste a hablar simplemente me dijiste todo aquello que me hacía falta escuchar sin que hubiera sabido antes que lo necesitaba.
Sin pensarlo dos veces, extendí los brazos y te estreché como no había hecho desde el día en que te perdí, tú pasaste tus manos a través de mi cabello y me besaste la mejilla. En ese preciso instante pensé en mil y un maneras de preguntar cómo es que era posible que te encontraras recostada a mi lado después de todo este tiempo, sin embargo, no hicieron falta las palabras al ver que no me encontraba en la habitación donde me había recostado en la noche, sino en un lugar completamente diferente; era lo que parecía ser nuestra habitación.
Entonces todo cobró sentido. Aquellas imágenes que había visto entre flashes de luz no eran otra cosa que los recuerdos que no tenía de nosotros, memorias que hubiera tenido de nuestra vida si el destino no nos hubiera separado.
Respiré profundamente, recuperé la compostura y me propuse a exponerte lo que había sucedido entre nosotros; una crónica completa de cómo fue que no te volví a ver. Mientras, mis ojos derramaban más lágrimas al narrarte nuestro breve relato. Tus dedos se entrelazaron con los míos, tu frente se juntó con la mía y finalmente, con dulzura, me dijiste que solo había sido un mal sueño. Como si fuera alguna especie de hechizo, estas palabras lograron hacerme creer que verdaderamente sí había sido producto de mi imaginación, aun cuando en mi interior nacía una pequeña voz que me recordaba que no lo era.
Me dispuse a disfrutar ese pequeño y condescendiente momento. Tomé tu rostro entre mis manos y te besé los labios; tú me besaste de vuelta, te recostaste en mi pecho y me sugeriste que volviera a intentar dormir, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para estar juntos. Sonreí melancólico ante la idea de que realmente esa podía ser mí vida, de que si me quedaba dormido volvería a abrir los ojos en la mañana y te vería de nuevo recostada junto a mí. Con tristeza te pregunté si me seguirías queriendo cuando llegara el amanecer y abriera los ojos de nuevo, entre suaves murmullos me respondiste afirmativamente antes de volver a quedarte dormida.
Después de haber estado recostada sobre mi pecho, te diste la vuelta y yo simplemente cubrí tu espalda con mi cuerpo, rodeando tu pequeña figura con mis brazos. Inhalé profundamente el aroma de tu cabello, sintiendo nuevamente una paz que creía extraviada. Al poco tiempo me quedé dormido.
Cuando abrí los ojos estaba de vuelta en mi pequeña habitación, a solas.
Todo seguía igual salvo por la marca que mi cuerpo había dejado en las sábanas y ese ligero olor a quemado de cuando todo explotó en cristales luminosos. Fue así como pude darme cuenta de que todo había sido real. Por un pequeño instante pude tener lo que siempre había deseado dentro de una línea paralela producida por el mero deseo de experimentar la vida que siempre quise tener a tu lado.
Ambos sabemos que te escribo pensado en que leerás estas líneas como si se tratara de un delirio causado por alguna toxina que haya logrado conseguir en algún lugar de mala muerte. Sin embargo, te he escrito para narrar cómo es que vivimos juntos entre líneas paralelas, donde nuestra historia no llegó al final puesto que apenas estaba dando inicio. Te preguntarás también porque te mencioné al principio que fue una noche tan sombría y terrible… a lo cuál te respondo que lo que pudo ser la mejor noche de mi vida por tenerte nuevamente, pronto se convirtió en pesadilla al tener que perderte por segunda vez.
Me despido querida mía, esperando que esta noche no sea tan fría como la que te relaté.