Punto medio

Marissa Vargas Sánchez
Atrabancadas
4 min readMar 28, 2022

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Fotografía por Sami Aksu de Pexels

Es la tercera llamada de la noche. Ana escucha a Hugo responder el teléfono y puede notar el hastío en los suspiros, en el tono, en la respiración. Detrás del volante, observa las luces del primer semáforo de la ciudad, a punto de llegar al libramiento. Quiere llorar. Cansada, le dice a Hugo que ya pasó de nuevo y que sigue sin encontrarlo.

— ¡Es que estoy aquí! — Hugo grita — . Tengo las luces encendidas, escucha el claxon — a través de la bocina, Ana oye el ruido. Se orilla, voltea hacia atrás, hacia la carretera, pero no hay nada.

—¿Estás seguro de que estás en esta carretera?
— Ana, claro que sí.
— Es que no estás, no te veo, no hay ningún carro, no se ve nadie, no sé cómo es que yo paso por donde dices y no estás.

Entonces, él cuelga. Ana suelta un gritito en el carro, entre desesperada y enojada; siente como si el celular fuera el último hilo que lo ata a él y ahora se estuviera deshaciendo. Le regresa la llamada, pero no contesta. Si no fuera porque sabe que Hugo es tímido y tranquilo, si fuera cualquier patán, aseguraría que está borracho o drogado, haciéndole una broma; aunque siempre está el escenario de que sus amigos lo estén presionando a ello y eso no sería raro de él: sucumbir ante la presión.

Estira el cuello y mueve los hombros. Apenas y se ve un coche pasando a lo lejos, entrando a la ciudad. El reloj de la radio marca las 00:56 minutos. Hugo le regresa la llamada dos minutos después. Si antes sonaba enojado, ahora suena a punto del llanto.

— En serio no sé por qué no me encuentras, estoy aquí, estoy encendiendo y apagando las luces — Ana se lo imagina tan débil, en medio de la carretera, solo, callado, sin edificios que impidan el viento desértico de mayo. ¿Qué podría sugerirle? ¿Que espere a que pase alguien para que le dé ride? ¿O qué por lo menos le diga en dónde está? ¿No se aprovecharían de su desorientación? ¿No es este el escenario de tantas historias de horror? — Puedo ver las luces de la ciudad y las del fraccionamiento, estoy a la mitad, estoy en medio, estoy justo en medio.

Ana toma el retorno: será la cuarta vez que recorre este camino. Lo lleva en voz alta: ahora, no colgará hasta encontrarlo — No estás, no estás… — susurra mientras prende las direccionales, orillada a la derecha, a treinta kilómetros por hora — . No estás, no estás… — , aunque no quiere seguir presionando el acelerador, no quiere alcanzar las luces del fraccionamiento.

— ¿Sabes qué? Voy a caminar. Dejaré el carro aquí.

Es la peor idea de todas. O eso piensa Ana. Pero tiene miedo de que le vuelva a colgar si lo contradice. Piensa que es su culpa que esté en esta posición porque fue ella quien insistió para que saliera, en ese tono maternal tan típico; que se motivara, que viera a sus amigos, que se relajara, que el trabajo ya mejoraría, que se distrajera, dándole unas palmaditas en la espalda para subirle el ánimo. Ahora, intentaba encontrarlo en este bucle.

Ya no se escucha ninguna voz, solo pasos por encima del pavimento y de pastizales, de césped. Intenta recordar la ropa que llevaba puesta antes de marcharse. La idea de escoger una foto para los boletines le hiela la espalda. ¿Cuáles son sus señas particulares? Su lunar en el lado izquierdo del cuello, sus ojeras, su pelo hirsuto. Se le atraviesa la posibilidad de que, pasara lo que pasara, él llegara a ser irreconocible.

Luego, ya no se escuchan más pasos, solo la respiración de él.

— ¿Hugo? — pregunta al teléfono — ¿Hugo?
— No — dice él, pero no hacia ella.

Se corta la línea.

En los próximos días, Ana recibirá una llamada desde el celular de él, a la misma hora: no escuchará nada, solo el mismo “no” antes de cortar. Al principio, esperará la llamada, le hará muchas preguntas, y al final solo quedará en silencio. El sueño se irá de sus noches y comenzará a morderse las uñas, pero para los dos meses, dejará de contestar.

Por mientras, en este momento, ella se encuentra con el volante en ambas manos y el carro detenido, sin saber si quiere volver a pisar el pedal y alcanzar las luces a un par de kilómetros.

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Marissa Vargas Sánchez
Atrabancadas

Tamaulipeca. Tried to be chill and cool but I care a lot about a lot of stuff.