Resiste, te amo, amas
Marissa,
Me dio mucho gusto leerte hace más de dos semanas. Hoy, mercurio retrógrado pegó duro y amanecimos sin internet previo a las clases y, después de un buen día, en los últimos minutos se volvió a caer, como yo el miércoles pasado. De mi pie ya estoy mejor y me pareció muy chistoso cómo aprovecho toda la atención que puedo sacar de lo que sea, en este caso, una lesión leve, pero que dejó a mucha gente a mi alrededor preguntándose y preguntándome cómo estaba. Disfruté mucho responder y contar jajaja. Lo del clima, el weather¸ ya sabes, acá el calor es y no existe como allá; el viento pasa suave y no termina de llevarse las nubes cargadas de inundaciones o embotellamientos. Creo, para ti lo mismo que es el viento, para mí son los días como estos, donde cae la chispa y el frío húmedo te retuerce un poco los huesos; te obliga a resguardar tus brazos dentro de la chamarra de la persona que te lo permita (de la persona con quien quieras compartir tu abrazo).
A veces, al observar mis astros y lo que dicen de mí, me parece que estoy hecha para tiempos extraños como éste, claro, mientras exista la comodidad, las anclas. O, como tú las llamaste, las “peculiares influencias”. En épocas así, me alimento de la risa que me provocan mis familiares con sus chistes, de una serie cozy — The Office gringa en este momento — y de amor. No me molesta y nunca me ha molestado que existan historias acerca del amor en medio de todo lo más terrible. Me culpo, también, por mi fascinación con las tontas cosas gringas, como Wes Anderson, o las cosas europeas, como las películas polacas, que poco o nada tienen que ver con México, pero que seguramente me hablan porque mi realidad ha sido demasiado cómoda. Creo que si además hubiera sido hombre y hetero, jamás habría pensado en absolutamente nada “revolucionario”.
¿Has visto Zimna wojna (Cold War fue el nombre con el que la conocí, pero creo que acá la podíamos encontrar como Guerra Fría) o The Gand Budapest Hotel? Ambas cuentan historias que sucedieron durante la guerra. La primera es obvia, pero la de mi amigo Wes se desarrolla poco antes de que iniciara la Segunda Guerra Mundial. En ellas existen personajes cuyas relaciones sexoaferctivas no tienen nada que ver (aparentemente) con la guerra o el sufrimiento directo que esta ocasiona; no te ponen de pretexto “La guerra me separó de mi ser amado” o “La guerra me hizo pasar por x o y trauma”, sino que te dicen “Bueno, yo amaba a esta persona mientras todo sucedía”. Desde mi punto de vista, esa es la realidad en la que estamos ya, inmersas, como una palomita cubierta hasta el fondo de la olla, donde les aventaron el caramelo. El caramelo es la guerra, nosotras palomitas de maíz que, daba la casualidad, estábamos ahí.
Somos a pesar de todo. Confiésome culpable de sentir una falta de algo por el simple hecho de no estar enamorada. Adicta al thrill de saber tu propio secreto, la estrategia y la planificación, los descubrimientos inesperados que te dicen “Sí, lo estoy logrando, también le gusto”. Enamorarte te hace olvidarte un poco de lo que te rodea, ¿no es eso lo que toda la gente quiere cuando las avalanchas de esta dimensión pegan muy duro? Por eso amo esas historias, la evasión es lo más real que existe.
También estaba pensando que hasta hace muy poco comencé a preguntarme qué quería. En mi vida he tenido días en los que siento acariciar mis deseos en el aire de una caminata nocturna, otros en los que creo que debo buscar y perseguir (no me gusta). Recientemente me abrí a la posibilidad de ser yo misma (la bisexual, la que escribe cuentos eróticos, la que quiere que despenalicen el aborto, la que va a misa los domingos y cree en Dios, la que cuida, la que aprende de sus errores y otros ni los ha visto). En terapia estoy intentando encontrar una forma de desestructurarme y parte de eso es aprender a ser yo sin que me importe lo que haya afuera, no porque no afecte o porque llegue a ser inmune, sino porque llevo dos décadas y un poco más de tiempo, tal vez, ajustándome a mi entorno, en lugar de hacer que lo que me rodea se ajuste a mí. Siendo flexible para todos los demás, llegando a ser líquida como gato; viendo de frente cómo casi nadie, ni yo misma, cede un poco de su estructura para darme libertad.
Mi parte favorita del apocalipsis es aprender a navegar. Los planes me gustan, pero desde la universidad, cuando con el profe Rafa Mondragón nos pidieron hacer un proyecto comunitario, nos dijeron, él y Heb, “un proyecto así lleva tiempo de planear, pero tú nunca sabes qué es lo que vas a encontrarte en el camino; así que no se preocupen si las cosas no salen como las previeron… no van a salir así”. Eso es lo que mi mente recuerda de sus palabras y es la forma en la que, creo, sin consciencia, me enfrento a todos los días: yo pienso que voy a hacer esto, pero cualquier cosa podría pasar. Simplemente deseo que no sea una cosa increíblemente devastadora, que, aún así, puede suceder. En parte ha sido un escudo para no decir muchas veces y en voz alta “No sé qué quiero” o, aún más humillante “Quiero esto, pero no sé si soy capaz de tenerlo” o, peor, “Quiero esto, pero no creo obtenerlo”. La planificación y la determinación son cosas que le admiro a muchas personas, que tú misma tienes y que yo quisiera lograr. Poco a poco, también me repito.
Comparto todas tus ideas y, creo, encontramos una salida en el amor que sentimos por las personas y la envoltura tibia de sus afectos. Hace poco pensaba que la única forma en la que podíamos concentrarnos en vencer al capitalismo y todo el CIStema era el amor propio y hacia otras personas. Y por eso este mismo tonto sistema torpe se empeñaba tanto en narrarnos el amor; hacernos creer cosas estúpidas para convencernos de que algo no es amor si no es de color rojo, rosa; si no lleva música efusiva o si no lleva flores por centenares; si no trae cuero con látex o si no tiene suficiente humedad, tal vez no si se tiene lo mismo entre las piernas. Me alegra que cuides a todxs tus amores y me pone feliz que lxs hayas visto en ese momento, cuando te despedías de mí.
Yo estoy con todas las ilusiones en la mente y con mis miedos en la mano, como a diario. Con la frase bien metida: True love Will find you in the end, que la esperanza es otra forma en la que sobrevivo a cada segundo y que no veo mal, porque, ya bien entrados en el sinsentido de existir, ya sabiendo que no hay un fin ulterior grandioso, ¿por qué pasarla mal o estar triste? Estoy contenta de que al fin pude sentarme a escribirte, esperando que sigas siendo feliz hoy y lo mismo quien nos lea (quien no, pos, también).
Te abrazo mucho.
Nos leemos siempre ❤