“El corazón delator” y “El gato negro”. Dos relatos, una receta.

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Hace unos días, para el taller de análisis literario, tuve que releer “El gato negro” y “El corazón delator”, de Edgar Alan Poe. No puedo precisar cuándo fue la primera vez que leí estos relatos, ni cuántas veces los leí; en mi adolescencia y primera juventud, varias veces. Lo cierto es que en esta ocasión logré relevar algunas características compositivas de estos relatos que me permitieron formular una hipótesis que quiero compartir. Creo haber reconocido algo que estuvo ahí, delante de mis ojos, durante muchos años, algo que nunca antes había reconocido o siquiera sospechado, y, a decir verdad, este tipo de “revelaciones”, que uno encuentra en la superficie, son encantadoras, mucho más que cuando el objeto descubierto está oculto en las profundidades.

Todas las historias pueden ser resumidas en una línea; de hecho, esto lo hacemos cotidianamente. Imaginemos una escena donde un amigo le dice a otro: “Leí un relato de terror que me gustó”, y el otro pregunta con naturalidad: “¿De qué se trata?”. La respuesta a este interrogante puede ser variada, pero dada la brevedad que impone el diálogo cotidiano, será sin duda fuertemente selectiva: “Es la historia de un loco que asesina a un viejo porque el ojo de este lo acecha”. Es una respuesta posible. Si el otro está interesado y solicita más información, podría agregarse que el asesino vigila al viejo durante siete días, que una vez que comete el crimen mutila y esconde el cuerpo, que luego el latido del corazón del muerto lleva al asesino a confesar su crimen, entre otras cosas. Ahora hagamos el mismo ejercicio con “El gato negro”: “Es la historia de un loco que asesina a su gato y a su mujer, esconde el cuerpo de ella y el aullido del gato muerto lo lleva a confesar su crimen”. Comencemos, entonces, por el primer elemento en común que parece haber entre los dos relatos, detengámonos en ese “es la historia de un loco”, hablemos de la presunta locura del narrador.

En ambos relatos el narrador es un hombre que asegura, justamente, no estar loco: “No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara (…) Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño”, comienza “El gato negro”(1). Por su parte, “El corazón delator” comienza: “¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco?”(2). Por otro lado, como vimos en estas citas iniciales, la interpelación al lector es directa en ambos cuentos y, además, constante; pues, para el narrador relatar su historia es la oportunidad de reivindicarse ante la sociedad (en “El corazón delator”) y ante él y Dios (en “El gato negro”). A partir de esto, el relato, en ambos casos, porta las características de una confesión. Y es la confesión de un hombre que a los ojos del lector (representante de la sociedad) está decididamente desequilibrado; pues, la negación de esta condición, de esta locura, por parte del narrador opera como la primera prueba que la confirma, luego lo harán los actos que confiesa.

En la misma línea, la postura del narrador frente a los hechos es la misma: el crimen es narrado como si se tratara de una “serie de episodios domésticos”, de un acontecimiento cotidiano, donde el asesino actúa como lo hace porque está bajo el influjo de una enfermedad: “La enfermedad había agudizado mis sentidos”, dice el narrador de “El corazón delator”; “Mi enfermedad se agravaba — pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol — ”, confiesa el narrador de “El gato negro”. En el primer caso esta enfermedad (que no está especificada) exacerba los sentidos del narrador (sentidos que lo impulsan al crimen); en el segundo, el alcohol alimenta su maldad (y a partir del consumo de alcohol, “el mal por el mal mismo” es el motor de las acciones). En ambos relatos, para completar este mecanismo de exculpación, el narrador ubica fuera de sí mismo al culpable de los crímenes: en uno, el culpable es el ojo del viejo que lo acecha; en el otro, son el gato que rehúsa de su presencia y lo muerde y su mujer que se interpone cuando él desea matar al gato.

A su vez, también es análogo el proceder de ambos personajes una vez perpetrado el asesinato. En ambos casos se oculta el cadáver: el narrador del “El gato negro” lo empareda; el de “El corazón delator” lo oculta en el piso de la habitación; y, al respecto, en los dos relatos el narrador se jacta de su habilidad para esta tarea. Una vez ocultado el cadáver, también en ambos relatos: llegan los agentes de la policía, el narrador los recibe, los invita a inspeccionar en el lugar exacto donde escondió el cadáver, un fenómeno del orden de lo auditivo trastorna al narrador (en un caso el aullido del gato muerto, en el otro el latido del corazón del viejo muerto) y, en un caso, esto lleva a la policía a golpear la pared y descubrir el cuerpo asesinado, y, en el otro, al narrador a confesar su crimen. Hay en este punto una diferencia sustancial entre ambos relatos. En “El gato negro” los policías también oyen este sonido sobrenatural (o al menos eso entiendo a partir de la reacción de estos hombres: “el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror”); en cambio, en “El corazón delator” no hay ninguna señal de que el latido del corazón sea escuchado por alguien más que el narrador. Este detalle convierte a “El gato negro” en un relato donde lo fantástico, el hecho sobrenatural, trasciende la percepción y subjetividad del narrador. “El corazón delator”, por su parte, es un relato que puede ser explicado desde la razón: ‘Ese hombre está loco. El latido del corazón del viejo muerto solo suena en su cabeza, por ejemplo’, podemos conjeturar, si queremos(3).

Por otro lado, como en buena parte de la literatura de Poe, en ambos relatos: el ambiente de acción es el mismo, una casa antigua (lugar propicio para el crimen y el terror, como extensión del castillo en ruinas de la novela gótica); las víctimas no tienen voz, no gozan de ningún parlamento, excepto algún quejido o queja a la hora de morir, y son seres físicamente más débiles que el asesino; el ojo perturba (aquí tenemos el “ojo de buitre” del viejo y el ojo “como de fuego” del gato tuerto)(4); la frontera entre la locura y la inteligencia está problematizada (“Science has not yet taught us if madness is or is not the sublimity of the intelligence”; esta cita que se atribuye a Poe podría ser el epígrafe de casi todos sus relatos).

Recorrido este camino, o mientras lo recorría, descubrí (como ya sospecharán ustedes a esta altura) que ambos relatos son el mismo relato, o bien, como me dijo una alumna, que ‘están hechos con la misma receta’. Hagamos un breve punteo de lo que sucede en ambos, como si se tratara del boceto del escritor: 1) La historia se cuenta en primera persona; 2) un hombre declara que no está loco; 3) se propone relatar/confesar un crimen; 4) este crimen es el asesinato de alguien débil en manos de una persona perturbada; 5) el narrador ubicará la culpa del crimen en algo externo a él: una enfermedad y un objeto que lo acecha (sea un ojo, sea un animal); 6) luego de asesinar, oculta el cadáver; 7) mientras relata su accionar, se jacta de su destreza; 8) se presenta la policía; 9) el asesino, convencido de que no tiene nada que temer, invita a la policía a requisar; 10) a partir de sus acciones o parlamentos, y acechado por un acontecimiento sobrenatural o la exacerbación de sus sentidos, el asesino devela a los oficiales el crimen que cometió.

A esto (y a lo mencionado anteriormente) debemos sumarle: la transición de lo sobrenatural, que se desplaza de lo visual (el ojo, en ambos) a lo auditivo (el aullido, en uno; el corazón, en el otro); y la siguiente operación narrativa, de menos intensidad y ritmo a más: “Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo (…) que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación” es el aullido del gato en “El gato negro”; “Nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso”, se declara el narrador de “El corazón delator”, y en la misma dirección ascendente late el corazón del viejo en el clímax: “Era un resonar apagado y presuroso (…) pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto!”.

Ahora bien, si están de acuerdo conmigo en que ambos relatos tienen la misma estructura compositiva y están contados con los mismos recursos narrativos: ¿cuál creen que se escribió antes? ¿cuál dirían ustedes que es ‘mejor relato’?

No sé la respuesta a la primera pregunta; pero, tengo una respuesta para ambas, que es a la vez una especie de hipótesis: creo que “El corazón delator” es una reescritura (superadora) de “El gato negro”. Pues, si ambos relatos cuentan lo mismo, “El corazón delator” lo hace sin rodeos, en menos tiempo, de una manera más intensa y expone, a razón de todo esto, la psiquis del maniático con mayor claridad (acaso, en este sentido, “El gato negro” se ve entorpecido por el detalle del alcohol, el “nerviosismo tibio” del narrador, las digresiones y vueltas del relato, solo útiles para atribuirle condimentos fantásticos(5), pero que atentan contra el ritmo de la narración).

Me divierte imaginar, incluso, a Edgar Alan Poe, caminando por el living de su casa, pensando: «¿Cómo puedo hacer para contar la misma historia que en “El gato negro” en menos tiempo y de una manera más eficaz? Tal vez para ello, acaso, debo dar menos información, que el asesino no declare cuál es su enfermedad, que exista ambigüedad con respecto a la condición de lo sobrenatural… ¿Hay algo sobrenatural o está todo en la cabeza del narrador? Sí, debo ir por ahí. Y no debo abrir puertas narrativas hacia otras direcciones, ¿por qué tuve que utilizar dos gatos(6) y una mujer para contar lo que podría haber hecho con una sola víctima?, ¿para qué abrir la puerta del doble como tema?, como si quisiera contar dos relatos a la vez: el del alcohol y el de la locura, anulando al segundo por el primero. No, debo contar el relato de la locura por la locura misma, del crimen por el crimen mismo, de la exacerbación de los sentidos como una posibilidad de la inteligencia sublime…», etcétera. Es divertido imaginar a Poe hablando solo, es verosímil.

En otro trabajo hablaré acerca de “El corazón delator”, de sus singularidades y de cómo podemos pensar este relato a partir de la teoría de los actos de habla de Searle; una mirada que dejará de manifiesto la genialidad de esta obra y, creo yo, su superioridad sobre “El gato negro”. Pues, si estos dos relatos están realizados con la misma receta, me disculparán la analogía gastronómica, y mi alumna por habérsela robado, “El corazón delator” tiene mejor apariencia y sabor.

F.C. Octubre 2021

Para citar este artículo:

Carbone Costa, F. A. (3 de octubre de 2021) “El corazón delator” y “El gato negro”. Dos relatos, una receta. Aunque sea un Homo Sapiens. Disponible en: https://medium.com/aunque-sea-un-homo-sapiens/el-coraz%C3%B3n-delator-y-el-gato-negro-dos-relatos-una-receta-188331e6fc13

Notas:

  1. Todas las citas de “El gato negro” corresponden a la traducción realizada por Julio Cortázar, disponible en: Poe, E.A. (2009). Cuentos de imaginación y misterio. Trad. Julio Cortázar. Madrid: El zorro rojo.
  2. Todas las citas de “El corazón delator” corresponden a la traducción realizada por Julio Cortázar, disponible en: Poe, E.A. (2009). Cuentos de imaginación y misterio. Trad. Julio Cortázar. Madrid: El zorro rojo.
  3. En línea con la clasificación genérica de Todorov y Barrenechea, este detalle convertiría a “El gato negro” en un relato fantástico y a “El corazón delator” en uno extraño.
  4. Un trabajo interesante sería relevar y analizar “el ojo”, en tanto signo susceptible de ser significado, en la literatura de E. A. Poe.
  5. Como, por ejemplo, la compra de un gato igual al primero, pero después volver a convertir a este en el motor del crimen.
  6. Dos gatos que, en realidad, son uno desdoblado, claro está.

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Franco Agustín Carbone Costa
Aunque sea un homo sapiens

Soy profesor de Lengua y Literatura, escribo reseñas y ensayos literarios y doy cursos a distancia de literatura, lingüística y composición literaria.