La otra cara de lo extraordinario

Un acontecimiento extraordinario es, por definición, aquel que trasciende lo regular, lo cotidiano. Puede ser más o menos esperado, pero (incluso para un brasileño o para un alemán) que el equipo de fútbol que representa a tu país juegue la final de la Copa del Mundo es, sin dudas, un acontecimiento extraordinario. A su vez, los acontecimientos extraordinarios (los deseados y los no deseados) provocan, como es de esperar, reacciones extraordinarias.

Son las 19 Hs. del martes 13 de diciembre del 2022. La selección Argentina de fútbol se clasificó a la final de la Copa del Mundo y un muchacho está sentado arriba de un semáforo. La calle está repleta de gente vestida de celeste y blanco que canta y se abraza. Los bocinazos y las cornetas se hacen escuchar a la distancia y seguirán sonando hasta bien entrada la noche. En la televisión los comentaristas y reporteros hablan con un nudo en la garganta. Miro al muchacho del semáforo. Agita un brazo y grita al cielo.

Aristóteles decía que solo al final de la vida uno puede saber si fue o no feliz. Es esta una definición de “felicidad” que podríamos completar del siguiente modo: al final de la vida uno mira atrás; si se encuentra con más momentos de dicha que de tristeza, dirá que fue feliz, de lo contrario, dirá que no. El muchacho del semáforo está experimentando un momento de dicha, eso es evidente, al igual que todas las personas que están debajo. Este será uno de esos momentos que al final del día inclinen la balanza hacia el lado del “fui feliz” aristotélico.

Hoy día vivimos tiempos en que la pasión, como idea, como concepto, al menos en Argentina, es celebrada y ponderada como una virtud. De hecho, experimentamos cierto orgullo cuando un extranjero nos define como pasionales. “Muchachos…”, corea la gente en la calle. Argentina en la final, pienso de nuevo.

¿Por qué todo esto?

El discurso que busca desvalorizar las pasiones por irracionales es absurdo. Las pasiones son (claro está) un acto irracional, y existen porque somos seres parcialmente racionales y parcialmente pasionales. De modo que cualquier expresión tal como “no sé por qué tanto escándalo, son veintidós tipos corriendo atrás de una pelota” es una completa idiotez, pues sí, son eso, pero en la vida prácticamente nada tiene un valor en sí mismo; el valor, la importancia de un acontecimiento surge de la construcción cultural que hace de él cada ser humano y cada sociedad. En nuestra cultura, el fútbol es vivido con pasión; por lo tanto, las reacciones que sucedan a un acontecimiento futbolístico extraordinario serán reacciones pasionales. ¿Pero por qué esta reacción es tan grande, tan ruidosa, tan efusiva? ¿Tiene que ver con que la pasión que la motiva tiene esa dimensión? Puede ser, pero esta respuesta agotaría el problema demasiado rápido y de una manera muy sencilla: tanto para el triunfo como para la derrota, la alegría o la tristeza que padece el simpatizante es proporcional a la cantidad de pasión con la que vive el acontecimiento. Es probable que este axioma sea en parte acertado, pero creo encontrar otra respuesta, que acaso complementa esta, y está basada en lo extraordinario.

Pues, el acontecimiento extraordinario no radica únicamente en la llegada de una selección a la final de la Copa del Mundo, sino también en las reacciones: la dicha que esto produce es extraordinaria, los gritos en la calle son extraordinarios, los abrazos con desconocidos son extraordinarios. Quiero decir: si solo puede haber reacciones extraordinarias para acontecimientos extraordinarios, estas reacciones nos dirán qué es extraordinario en nuestras vidas. Por ende, lo extraordinario en nuestras vidas es: la dicha colectiva, la libertad de gritar y cantar en el medio de la calle, la sensación de que uno tiene algo en común con el otro, el abrazo de un desconocido, las sonrisas que duran 24Hs. Es decir, esta explosión de alegría, de libertad corporal y sociabilidad solo puede existir porque lo ordinario, lo de todos los días, es reprimir nuestros cuerpos, nuestros gritos y el impulso innato a vivir en sociedad. Esta explosión de alegría es un espejo que tiene en su marco la alegría de un pueblo y en su reflejo la miseria y soledad de los individuos.

Lo cierto es que los tiempos ordinarios que nos tocan vivir (a nivel mundial) son tiempos oscuros (y no lo digo solo porque estemos destruyendo el planeta). Me refiero a que, a través de celulares y redes sociales, los seres humanos vivimos la ilusión de una vida en sociedad, de una vida libre y con libertad de expresión, pero nunca como ahora el ser humano ha estado tan solo, con tanto miedo al otro, tan incomunicado, tan enfrascado, tan convencido de que no necesita a nadie más para vivir.

El mundial terminará y el miedo al otro aflorará en cada tren, en cada esquina, como una sombra que gana el callejón. Y la gente dejará de gritar cuando padezca alegrías o tristezas, porque en la vida cotidiana se ve mal gritar. ¿Cómo vas a gritar en medio de la calle? ¿Cómo vas a correr? ¿Te robaste algo? Nuestros cuerpos disciplinados se volverán a reprimir. Ya nadie llorará en público. Ya nadie abrazará a un extraño. Ya no habrá sensación de comunidad. Ya no necesitaremos de otros, porque alguien le dará like a nuestra foto en Instagram, porque alguien compartirá nuestro video en Tik Tok.

Tal vez el Domingo se nos dé, pienso y sonrío. El muchacho sigue en el semáforo.

Ya todo volverá a ser ordinario, y, algún día, con el recuerdo de aquella calle repleta de gente, diremos, aún ciegos: “qué felices fuimos”.

Para citar este artículo:

Carbone Costa, F. A. (15 de Diciembre de 2022) La otra cara de lo extraordinario. Aunque sea un homo sapiens. Disponible en: https://medium.com/@facarbonecosta/la-otra-cara-de-lo-extraordinario-24663989c866

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Franco Agustín Carbone Costa
Aunque sea un homo sapiens

Soy profesor de Lengua y Literatura, escribo reseñas y ensayos literarios y doy cursos a distancia de literatura, lingüística y composición literaria.