Acto III. El descanso

Azul Corrosivo
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3 min readDec 7, 2021

Llevo todo el año leyendo ensayos y distintos escritos sobre la llamada economía de la atención, el trabajo y la desconexión digital. ‘Cómo no hacer nada’ de Jenny Odell o ‘Frágiles’ de Remedios Zafra han hecho florecer en mi cabecita todas las semillas que ya habían plantado otras autoras y, sin hablar necesariamente de artefactos culturales, todas mis amigas. Están agotadas, se pasan el 70% de su tiempo despiertas trabajando y, cuando empieza el tercer acto del descanso, no lo disfrutan porque el trabajo ha absorbido toda su energía. Lo cuenta mucho mejor que yo Bea Serrano, una de esas amigas con las que me comunico casi exclusivamente en forma de audios larguísimos de desahogo y memes sobre sacar el capitalismo en cualquier conversación.

Tiene que haber otra vida, ¿no? Una vida donde los martes no sean una cosa que quitarse de encima cuanto antes. No dejo de pensarlo. Estoy obsesionada con ese pensamiento. Tiene que haber algo más porque esto no puede ser así siempre. Algo mejor. Algo distinto. “La vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado”.

Llevo todo el año afianzando lo que ya sabía, leyendo textos más o menos académicos que respaldaran todo esto que no podemos creernos con palabrería sofisticada. Pero la realidad es que el mayor desencadenante del pensamiento marxista es escuchar a otras compañeras obreras. A nuestras abuelas y madres y a nuestras amigas agotadas, pero también a las vecinas que te cruzas en la calle solo a partir de las 19h, cuando el comercio y la vida exterior está a punto de cerrar con llave pero las esclavas de las 40 horas semanales salimos del sarcófago para comprar ese capricho minúsculo que nos haga sobrevivir hasta la siguiente jornada.

Últimamente pienso mucho en cómo habito el mundo: cuándo salgo a la calle y por qué, cómo organizo mi tiempo y en función a qué, cuánto espacio ocupo en el teatrillo de la vida. Si cierro a mi hora o hago horas extra, si bajo a la frutería o me espero a mañana por si estoy menos cansada, si hago planes para el domingo o me lo paso aislada recargándome. En esta obsesión por La Naturaleza de Todo, todas las decisiones me parecen determinantes, todas son sobreanalizadas y afectan a mi siguiente movimiento: “No he sido capaz de bajar al gym, pero escucha, el sábado cojo la bici”. Chúpate esa, capitalismo, volvemos al equilibrio. Pienso en nuestra lucha constante por subsistir dentro del sistema pero queriendo explorar sus márgenes como un castillo de naipes, frágil pero con la fortaleza añadida de las demás cartas que nos sostienen.

A todas esas cosas que he abandonado paulatinamente y sin mucha reflexión (los debates cíclicos de Twitter, escribir, la repostería) le han seguido y seguirán otras. Cuando el sistema me deje seca y me arruine cualquiera de las cosas que me gustaba hacer, encontraré otras casi sin proponérmelo. Haré punto, me dejaré largas las uñas, me leeré la última novela de Sally Rooney. Porque eso es lo mejor que tenemos las marionetas de esta era: el brillito permanente en los ojos.

Estamos agotadas de existir pero nos queda fuerza para ocupar y exprimir cada minuto del fin de semana, para dedicar tiempo de descanso a aconsejar o calmar a nuestras amigas, para fascinarnos con el perrito con manchas blancas en las patas que parecen calcetines. Y mira, mientras encontremos destellos de felicidad, sean los que sean y aunque cambien con el tiempo, voy a dormir tranquila otro día. Por mí y por todas mis compañeras.

Ojalá no hayas llegado a leer hasta aquí porque estás disfrutando de tu tercer acto de descanso, pero si estás aquí porque has puesto el automático después de cenar y te has embobado hora y media haciendo scroll sin enterarte de nada de lo que lees: da igual, mañana lo subviertes y vuelta al equilibrio. Chúpate esa, capitalismo.

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Comunicación audiovisual, cultura y gatos. Never not hungry. Antes en BuzzFeed España y BuzzFeed LOLA.