“El móvil nos hace más tontos”

Azul Corrosivo
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4 min readAug 31, 2015

Los últimos días ha estado pululando por la red este post de Facebook que defendía el uso de smartphones y demás soportes tecnológicos como, sencillamente, una nueva forma de comunicarnos. Unos minutos después, una señora en cualquier parte del mundo miraba a su alrededor en el metro y se quejaba en alto de que todos tenemos la nariz metida en el móvil o la tablet. Y unas horas después, pasabas de largo por un reportaje de LaSexta que divagaba sobre lo que llaman amnesia digital, una nueva “enfermedad” relacionada con no memorizar números de teléfono. “Los jóvenes de hoy en día ya no leen”, “los jóvenes de hoy en día ya no tienen respeto”, “los jóvenes de hoy en día solo saben estar con el móvil”: elige tu cliché.

Cuando los baby boomers eran “los jóvenes de hoy en día”, vivían pegados a otro medio de comunicación recién salido del horno: la televisión. Sus padres, la generación silenciosa, tenían la prensa y la radio. Por alguna razón, ver la televisión una media de cuatro horas diarias no es motivo de queja o miedo para algunos, a pesar de que es un medio políticamente condicionado. Viendo cualquier programa de televisión o informativo, estamos expuestos a una ideología que nos empujan por el gaznate. Elegimos derecha o izquierda y tragamos una información acorde a nuestras creencias para que no nos chirríe. Si ni siquiera somos conscientes de la manipulación política, ver la tele se convierte en una ruleta rusa. Y aun así, su consumo está menos dramatizado. Porque siempre ha estado ahí; es zona de confort.

El uso de internet es a la carta: no somos usuarios pasivos de un canal o una oferta determinada, sino que buscamos, compartimos y elegimos nuestras fuentes de información. Esa variedad de emisores y receptores enriquece nuestra forma de percibir cada estímulo, y generamos una mayor sensación de proximidad y conexión con el resto de usuarios. La difusión de Internet ha democratizado sensiblemente el control de la información, así como los procesos de toma de decisiones, pero es inútil medir estos cambios en términos clínicos: no se trata de que vivir pegado al teléfono sea o no sea sano, sino del temor más clásico del mundo, que es el de no comprender el entorno. El de sentirse fuera de lugar.

Esta década de adaptación está resultando confusa para todos: ebooks, streamings, TDT, tabletas, nuevos soportes, micropagos, drones, modelos freemium… ¿Qué va a pasar con lo conocido hasta ahora? ¿Van a venir unos señores con monos plateados a quemarme la cinta de Julio Iglesias? Los procesos de cambio dan miedo, sobre todo si no existe una sensación de pertenencia dentro de la era digital. Y esos temores nos llevan a un rechazo de los avances, mientras reafirmamos nuestra identidad y conocimiento de lo que nos es familiar y, por lo tanto, nos parece lo mejor. La traducción al idioma Millennial: “Los youtubers y Snapchat no tienen sentido porque yo no los entiendo.”

Lo que no son capaces de admitir los detractores del “vicio” móvil son los beneficios del uso de las TIC en las aulas o su forma de acortar distancias con ese hijo que ha ido a buscarse la vida a otro país. Es cierto que delegamos al dispositivo móvil la responsabilidad de recordar los números de teléfono y que ya no sabemos buscar una calle sin Google Maps, pero esos pequeños riesgos no suponen una amenaza para el desarrollo intelectual ni nos convierten en unos zombis tontos y sin sangre. Ya está bien: no proyectéis vuestras inseguridades y miedos en los jóvenes. Intentad conocerlos y descubriréis que no son psicópatas sin empatía; solo han crecido entre herramientas que resultan amenazadoras para los reyes del mundo. En realidad, la época que vivimos es excepcional.

Va siendo hora de que dejemos de preocuparnos por lo que se hace en el transporte público como metáfora del “desastre digital”, sobre todo si las posibilidades son tan inofensivas como leer un libro, escribir, contactar con personas queridas, ver el último videoclip de Taylor Swift o compartir impresiones sobre la peli que viste anoche en redes sociales. Llevar la nariz metida en el móvil no es peor que llevar la nariz metida en el periódico, ni peor que sentarnos y mirarnos entre nosotros. El dispositivo digital de turno que tanto molesta a algunos a lo mejor no sirve para mirar a los desconocidos del tren, pero sirve para mantener el contacto (humano y visual) con los que verdaderamente nos importa mantenerlo. Si algo va a mejorar nuestra calidad de vida, más vale bueno por conocer.

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Comunicación audiovisual, cultura y gatos. Never not hungry. Antes en BuzzFeed España y BuzzFeed LOLA.