‘Mi año de descanso y relajación’: 3 lecciones para una crisis

Azul Corrosivo
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5 min readApr 1, 2020

“A ver si me duermo un año” es el mantra de nuestra generación y también es la premisa de la novela de Ottessa Moshfegh (Alfaguara, 2018). La protagonista sin nombre organiza una hibernación para resetear su vida y, durante meses, se atiborra de pastillas que le ofrecen ese ansiado entumecimiento que le arrancará el dolor que siente.

“Un descanso de verdad y luego me sentiría mejor. Estaría lista. Mi vida sería más fácil. Mis pensamientos serían fáciles. Mi cerebro fluiría. Miré el surtido de pastillas que tenía en la palma de la mano. Qué instantánea. Adiós, mal sueño”.

El libro que está marcando mi confinamiento es uno sobre echarse a dormir para evitar sentir. Un libro sobre una vida (o una sociedad) desastrosa que necesita reiniciarse para funcionar correctamente. Donde los cambios necesarios son tan sustanciales, trascendentes y aparentemente imposibles que sale a cuenta desenchufar y volver a intentarlo. Como acostarse un día y levantarse con La Internacional bombeando en los altavoces de los ayuntamientos.

Y lo único en lo que podía pensar mientras leía la historia de esta mujer rubia, guapísima y privilegiada que puede permitirse zambullirse en un sueño de un año era en lo bien que nos vendría ahora su táctica. Y hacer un fast forward hasta agosto, más o menos.

1. La sociedad que fue y (no) volverá a ser

El libro se enmarca hace dos décadas y describe a la sociedad norteamericana, “de un optimismo delirante, horripilantemente despreocupada”, en vísperas del 11-S. Como cuando nosotros afirmábamos que 2020 sería un año mejor.

Y yo pensaba en este letargo nuestro, en cómo se ha parado el tiempo y a la vez se ha adelantado cien años. En cuánto deseamos esa falsa sensación de normalidad que desdibuje las miles de personas que hemos perdido y cuyos amigos y familiares no han podido despedirse ni reunirse para recordarlas. Y en el discurso y derribo neoliberal que nos ha traído aquí, a la desmantelación de la sanidad pública y a la miseria de los recursos comunitarios.

Para llegar a un nuevo orden hará falta algo más que haber sobrevivido a la tragedia del COVID-19. Ni los aplausos de las 20:00, ni el impacto social y económico que ha tenido y tendrá este trauma colectivo, ni la certeza de nuestra vulnerabilidad laboral garantiza que al salir de la cuarentena nos convirtamos en lo que queremos ser. La conciencia colectiva es imprescindible, pero tiene que traducirse en más política, medidas y acciones que nos protejan. Necesitamos, para empezar, que no votéis a fachas que gestionen con mapas y botes de pimentón.

“El miedo era igual que el deseo: de pronto quería volver y estar en todos los sitios en los que había estado, en todas las calles por las que había caminado, en todas las habitaciones en las que me he sentado. Quería volver a verlo todo. Intenté recordar mi vida ojeando las Polaroids de mi mente. ‘¡Qué bonito era esto! Era interesante’. Pero sabía que incluso aunque pudiese volver, si tal cosa fuese exactamente posible en la vida real o en sueños, no tenía sentido. Y me sentí desesperadamente sola”.

2. La epidemia de la optimización

En la última fase de su hibernación, la protagonista de Mi año de descanso y relajación permanece despierta un total de cuarenta horas a lo largo de cuatro meses.

Al final del viaje, la narradora tiene una epifanía que sugiere que, tras su año sabático, ha aprendido a hablar el lenguaje de la gente que se siente afortunada de estar viva. Tal y como quería, se enfrenta a una nueva vida tras la muerte de sus padres en sus propios (y cuestionables) términos, aunque finalmente no pueda escapar del dolor.

Las necesidades que se genera la protagonista, aunque nazcan de una neurodivergencia, solo han podido llevarse a cabo gracias a sus privilegios, pero se puede extraer otra enseñanza con la que llevamos luchando toda la cuarentena: la productividad, como concepción capitalista, no es la solución a ningún problema. Las vidas y sus circunstancias van por delante de objetivos y resultados; lo que producimos no determina nuestro valor.

Está bien si en estos días lo único que has conseguido es mantenerte viva. No haber compuesto una sinfonía en el encierro no te hace menos válida. Escuchar las demandas de tu cabeza y tu cuerpo en los momentos difíciles es el mejor autocuidado. Aclarar y repetir hasta despertar en el comunismo.

3. El trabajo innecesario

Durante la primavera del 2000, la protagonista es despedida de su trabajo en una galería de arte donde se pasaba la mayor parte del día durmiendo en un armario. “No hubo ni tristeza ni nostalgia, solo indignación por haber desperdiciado tanto tiempo en un trabajo innecesario cuando podría haber estado durmiendo y no sintiendo nada”.

En la crisis que atravesamos, las profesiones históricamente más denostadas y maltratadas por los vaivenes del neoliberalismo son las que, una vez más, nos están salvando. Los profesionales sanitarios, las cajeras, las cuidadoras o los transportistas están poniendo el cuerpo para garantizar la supervivencia de todos. Mientras, la mayoría de ellas siguen perteneciendo a la definición de “trabajo no cualificado”.

Casi todo el trabajo es innecesario. Si hemos reforzado algo en esta crisis es que la mayoría de nuestros empleos no solo no son esenciales, sino que son superfluos. No cumplen funciones indispensables ni cambian el mundo, y mucho menos en medio de una crisis insólita. Y todo esto debería servir para bajar el ritmo, especialmente los que se enriquecen a nuestra costa (jefes, empresarios, propietarios) pero también los curritos (no vamos a heredar la empresa), porque esta relación desigual nos está matando.

Los que somos prescindibles tenemos una deuda impagable con los que están jugándose la vida ahí fuera. Lo mínimo que podemos hacer es cuidarnos, reordenar nuestras prioridades, sostener a los que ahora llamamos héroes cuando todo esto pase y no ser unos chivatos de balcón. O dormir un año.

“Cuando saliera de la cueva, de regreso a la luz, cuando me despertase por fin, todo, el mundo entero, sería otra vez nuevo”.

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Comunicación audiovisual, cultura y gatos. Never not hungry. Antes en BuzzFeed España y BuzzFeed LOLA.