Pokémon Go y la necesidad de un urbanismo feminista

Azul Corrosivo
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5 min readDec 4, 2018

He vuelto a jugar a Pokémon Go dos años después de su boom. No estoy disfrutándolo con la misma intensidad, porque sería imposible, pero me está gustando mucho recuperarlo un par de veranos después, en un momento totalmente diferente de mi vida y de mi formación feminista. Una de las cosas que más me ha impactado es cómo cambia su uso si voy acompañada: paramos a menudo para cazar o unirnos a alguna incursión, los itinerarios se modifican en función de la ubicación de los pokémon y, en definitiva, el juego se vuelve una pata más de nuestra reunión y de nuestro ocio, como pararnos a tomar algo. Cuando juego sola, las dinámicas cambian según mi contexto, la zona o la hora del día: la exploración se reduce a algo puramente complementario que hago de camino a un destino, de noche me cuesta mucho más cazar sola porque tener el juego abierto disminuye mi capacidad de atención, y cuando lo hago, evito ciertas áreas.

La realidad es que la ciudad no responde a las necesidades de todas las personas que la habitan: prioriza los coches, concibe las calles como lugares de tránsito y no de encuentro, está dispuesta para el ámbito productivo pero no el reproductivo o de cuidados, excluye a los mayores y a las personas con diversidad funcional… Y las relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres también deberían jugar un papel muy importante en las políticas de planificación urbana. Las directrices del urbanismo se han tomado dando prioridad a las necesidades de los hombres, partiendo del perfil de un hombre blanco trabajador que se desplaza de casa al trabajo en un vehículo privado, obviando las diversas maneras de vivir de la mayoría de la población: mujeres, jóvenes, niños y ancianos. Y olvidándose también de la percepción de inseguridad por parte de las mujeres, que limita las posibilidades que la ciudad ofrece.

Da mucho miedo andar sola de noche cuando eres una mujer, y esa sensación nunca se esfuma; da igual lo adulta que seas, si tienes conocimientos de autodefensa o si vas informando alguien de confianza de tu ubicación en tiempo real. Algunas de esas cosas alivian la sensación de desamparo, o incluso hay días en los que nos sentimos más empoderadas o seguras y pensamos que podemos con todo, pero el subidón casi siempre se desvanece a la hora de enfrentarnos a una calle desierta, a veces también en plena luz del día. Y los espacios urbanos deshumanizan la experiencia de las mujeres, incluyendo el abuso sexual y el acoso callejero: zonas con alumbrado pobre, lugares de difícil acceso sin opciones de transporte público, paradas de autobús aisladas y autobuses nocturnos con frecuencias ridículas, túneles sin vigilancia…

Con Pokémon Go, la segregación en los usos de la ciudad se hace más evidente. En un juego que te obliga a caminar para completar tareas y llenar la Pokédex, la libertad de transitar los espacios públicos cambia si se te lee como mujer. Desde su lanzamiento, el juego ha enamorado a todos los públicos por su sencillez, sus dinámicas y su aplicación práctica más global, pero sigue teniendo un problema de fondo que no tiene nada que ver con el producto en sí, sino con una discriminación histórica y cultural que lo empaña todo.

Hace poco, una chica compartía en Twitter una experiencia: una amiga y ella se sentaron en un parque para hacer una raid, y un tipo se les acercó para preguntarles “qué hacían arrebatándole su gimnasio”. Se sentó a su lado y empezó a molestarlas hasta que las echó. Y no puedo evitar preguntarme si ese señor habría reaccionado de la misma forma si los jugadores hubieran sido un par de chicos. Si, además, nos planteáramos sentarnos solas en un espacio público para combatir en un gimnasio, podrían entrar en juego otras variables: si es de día o si el lugar está bien iluminado, si está concurrido (y por lo tanto es seguro) o estamos solas, la posibilidad de que se nos una compañía indeseada… Por no hablar de acercarnos a otros jugadores para jugar juntos en una raid y que éstos puedan percibir una simple petición amistosa como una insinuación por enseñanzas del patriarcado.

Es decir: para nosotras, simplemente transitar los espacios urbanos podría suponer un riesgo físico real. Y no estoy diciendo que dejemos de hacer todas esas cosas, o que no salgamos de casa para evitar todos esos peligros, sino que tenemos que replantearnos por qué nosotras debemos pensar en todas esas posibilidades y los hombres no. Hace falta poner en relieve todas esas situaciones cotidianas que las mujeres debemos tener en cuenta para poder vivir en una sociedad hostil para nosotras. Seguramente no pasará nada en la mayoría de esos casos, pero el simple hecho de preocuparnos constantemente por ellas es agotador, injusto y vergonzoso.

El acoso online es algo a lo que tenemos que enfrentarnos las jugadoras a diario (redes sociales, chats de voz, mensajes privados…), pero Pokémon Go nos sitúa en la calle, donde los espacios urbanos no están diseñados para nuestra libertad y seguridad, con una exposición real al peligro físico y con unas limitaciones cortadas por los patrones del universo patriarcal. No es solo no poder capturar a ese Venonat que tengo cerca porque no quiero acercarme a esa calle oscura; es el hecho de rechazar opciones porque mi simple existencia me pone en peligro. El reconocimiento y la actuación sobre las diferentes formas de utilizar el tiempo y el espacio que deriva de los roles de género es imprescindible para la calidad de vida y la autonomía de las personas, e incluso un juego tan aparentemente inofensivo como Pokémon puede hacernos reflexionar sobre la interseccionalidad.

¡La calle y la noche también son nuestras!

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Comunicación audiovisual, cultura y gatos. Never not hungry. Antes en BuzzFeed España y BuzzFeed LOLA.