Rogue One y la increíble historia de la Pitufina galáctica

Azul Corrosivo
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4 min readJan 16, 2017

Spoilers ahead.

Llevábamos un año esperando ver otra Rey en pantalla que pudiera hacer avanzar un poco más la representación femenina en los productos de ficción masivos. Con Rogue One, los señores habían vuelto a enfadarse porque una mujer liderara una saga que consideran suya por derecho propio. Los críticos se quejaban de que “los hombres no tenían personajes fuertes”. Todo tenía buena pinta. Y al final llegas al cine y todo es un desastre.

Jyn Erso solo existe en esta historia porque su padre le permite “ver la luz”. Sin ese personaje masculino, la heroína de Rogue One mantendría la posición que tenía al principio de la cinta: “No me puedo permitir el lujo de tener una opinión política”. Su evolución viene dada por la muerte de su padre y el encargo que le deja, y esto es: Jyn Erso no existiría como heroína de la Alianza sin la existencia de un hombre. En El despertar de la fuerza, Rey tenía entidad por sí misma y sus rasgos de personalidad y convicciones no se definían por sus relaciones con figuras masculinas, a pesar de cargar con el abandono de sus padres. De forma similar, Erso necesita el empujón de un padre que no ha visto en 15 años para liderar la búsqueda de los planos de la Estrella de la Muerte. Así, como una epifanía que ha tenido y ahora tiene clarísimo por qué lucha.

Al final, su personaje da un giro de 180 grados en el transcurso de pocos días por culpa de un señor, por muy Mads Mikkelsen que sea. Los daddy issues de Jyn provocan que, en dos horas de película, no la oigamos hablar de otra cosa que no sea él. Ni rastro de sus propias preocupaciones o de opinión propia, y que no falte el interés romántico en medio de una guerra. Y cuando llega el discurso motivador antes de salir a luchar es ella, la nueva, la que se ha unido a la causa casi por orden de su papá, la que pronuncia el alegato. Y no hay quien se lo crea. Porque el diseño de su personaje la ha despojado completamente de autoridad.

Si la intención de Gareth Edwards era darle complejidad y potencia a un personaje femenino dentro de La guerra de las galaxias, como lo hizo Abrams con Rey en El despertar de la fuerza, el personaje que tendría que haber interpretado Felicity Jones es el de Diego Luna. Un tipo de moral férrea que lleva luchando desde los seis años, que sabe de lo que habla y puede liderar una ofensiva. ¿De dónde salen los conocimientos de Jyn Erso sobre la guerra, la logística, los artefactos, las armas? ¿Se los transmitió su padre cuando murió a través de, no sé, un sistema de guiños? No sabemos nada sobre ella, sus intereses, su preparación, sus valores, su entrenamiento. Si tiene todas esas convicciones que exhibe en la reunión rebelde, en la película jamás se ven. Y todas las buenas elecciones que rodean al personaje, como la decisión de abandonar las parejas de protagonistas (Leia y Han, Amidala y Anakin, Rey y Finn) para centrarse solo en una o su vestuario práctico, nos acaban dando igual porque no tiene entidad. Muere por los ideales de su padre. Es una mártir.

Tokenismo galáctico

A lo largo de Rogue One solo conocemos a cuatro mujeres que pronuncian alguna palabra. Jyn, que lidera su equipo de tres millones de hombres; Mon Mothma, la Senadora de la Alianza, que sí, es una mujer en un puesto de poder, pero que se limita a “si no está de acuerdo todo el Consejo, no lo puedo permitir”; otra mujer del Consejo que da brevemente su opinión en esa discusión sobre si luchar o no luchar; y Leia, que tiene una única frase esperanzadora al final de la peli con un CGI regular. Cuatro mujeres. En dos horas. En una película que los machistas han definido como “propaganda feminazi”. Y esa es la idea que se tiene del papel que debemos desempeñar: somos la excepción, la periferia, las intrusas.

Rogue One es el enésimo ejemplo de principio de la Pitufina, que lleva 25 años dando vueltas desde que lo acuñara Katha Pollitt en los 90: un cambio superficial, estético, vacío en la representación de minorías en un grupo. Una sola mujer (o muy pocas) en medio de millones de hombres, que conforman la norma y simbolizan la verdad universal y la pureza de un copo de nieve. Ellos definen el grupo, sus valores y su historia. Y ellas existen solo en relación con ellos. En esta historia tenemos a los señores, muy comprometidos con la causa desde que son pequeños y absolutos conocedores de los procedimientos de la lucha rebelde; y por otro lado tenemos a Jyn Erso, una (única) mujer desencantada y traumatizada que parece haber proyectado los valores de su padre en sí misma porque es lo que tocaba. Podría haber tomado otro camino por sí misma, pero nunca sabremos cuál sería.

No es ningún alegato feminista, y ojalá lo hubiera sido, porque lo necesitamos. Rogue One falla en muchas cosas, pero la primera y la que más impacto tendrá como artefacto cultural es su representación femenina ninguneada. Que no nos engañe el género del personaje protagonista: ese es el único esfuerzo que se ha hecho por representar a la mitad de la población en la casa del árbol de los chicos.

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Comunicación audiovisual, cultura y gatos. Never not hungry. Antes en BuzzFeed España y BuzzFeed LOLA.