La Pauta en tiempos de resiliencia

Crónica de Pauti La Presidenta en el Choli.

William Rosario
BajoCriterio
12 min readAug 22, 2018

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“Había algo bien raro en San Juan
Y yo me pregunte ‘y las personas dónde están?’” — Vico C

Se me olvidó decirle al pana Arturo que trajera su identificación para recoger los boletos en la entrada posterior del Choli. Caminamos hasta donde se recogen los boletos, presenté mi identificación y mentí mientras pensé en todas las historias de la estricta seguridad con la que cuenta el recinto.

“¿Y tu identificación?”, le preguntó la persona a cargo de permitir el acceso. “No la traje. Tengo una tarjeta de crédito. Mira, soy Arturo.”, le contestó el pana mientras le enseñaba una VISA del Banco Popular. La persona lo miró, le puso la cinta de “producción” en la muñeca y le dijo que para la próxima no entraba sin identificación.

“¿Para la próxima? ¿Qué próxima?”, pensé. “¿Esta persona sabrá que estamos entrando a ver un ‘espectáculo’ llamado Pauti La Presidenta y que esto se da una vez en la vida?”

El “Choli” viene de “Choliseo”, que viene de “Don Cholito”, que viene de “José Miguel Agrelot”, ícono de la comedia puertorriqueña, y su construcción es iniciativa del entonces gobernador Rafael Hernández Colón como parte de la candidatura para albergar los Juegos Olímpicos de 2004. Inicialmente, el Coliseo se utilizaría para gimnasia y baloncesto.

El sitio web oficial del Choliseo intenta reescribir la historia diciendo que la construcción comenzó con el “propósito de obtener las Olimpiadas del 2004 para Puerto Rico”, cuando en realidad los Juegos Olímpicos le fueron otorgados a Atenas en septiembre de 1997 y los trabajos en la Chardón arrancaron en julio de 1998, bajo el gobernador Pedro Rosselló. Terminó costando $252.6 millones, y sin estacionamiento para obligar a los visitantes a utilizar el “transporte público” (Tren Urbano al que le construyeron una estación de “Hato Rey” cerca).

Su construcción tuvo varias controversias desde el alegato que la falta de estacionamiento era para beneficiar a los dueños de lotes privados que fueron donantes de Rosselló, hasta los señalamientos que hizo la administración de Sila Maria Calderón por chapucerías en su desarrollo, y el contrato de exclusividad en la distribución de boletos que le fue otorgado a Ticketpop del Banco Popular sin pasar por los debidos procesos de subasta. Hoy, el Choliseo es administrado por SMG, empresa de manejo, mercadeo y desarrollo de facilidades, que tiene sus oficinas centrales en West Conshohocken, Pennsylvania y cuenta con 240 instalaciones públicas alrededor del mundo.

El nombre de José Miguel Agrelot “Don Cholito” fue escogido cuando ya el coliseo estaba en sus etapas finales construcción, aun cuando el mismo comediante había expresado en su programa de radio que:

“Sólo puedo esperar que mi nombre no será utilizado, ya que me gustaría que Dios me mantenga vivo por un buen tiempo… sería un gran honor y no me opondría a ello si eso es lo que la gente quiere, pero las instalaciones públicas aquí se acostumbra a nombrarlas por personas muertas…ni siquiera me atrevería pensar en eso. Sólo me gustaría que la controversia sobre el nombre pueda parar”.

El asunto es que Agrelot murió cerca de la fecha de inauguración del recinto y como la vida es timing, fue nombrado en su honor. La ironía de este reconocimiento es que en 14 años solo se han producido tres “espectáculos” exclusivamente dedicados a “comediantes” puertorriqueños: “Que Ojones” de Luis Raúl, “El Molusco está apaga’o” del Molusco, y este al que el pana Arturo entró sin identificación, “Pauti La Presidenta” de Joshua Pauta.

Entramos al Choli, agarramos las primeras dos sillas vacías que encontramos y en menos de cinco minutos se apagaron las luces. “Pauti La Presidenta” arrancó con un video que contó la historia de Joshua, the “rags to riches story of Mr. Pauta” que, aunque a simple vista pareció ser un video genérico, la realidad es que al repensarlo uno entiende que su “historia de superación” es el gancho, la espina dorsal del evento y que la decisión de comenzar con esto se hizo con toda la intención de posicionarnos correctamente. Desde el saque se nos dejó saber que Pauta es infalible y que esto ya es un éxito sin importar lo que pase en el espectáculo porque llegó al Choli “desde abajo”. Apeló al corazón y removió cualquier posibilidad de análisis de “su arte”.

Pauta entró al escenario y se paró en el borde de la tarima, en silencio y con el micrófono apuntando al suelo mientras absorbía los aplausos de un público que se componía en su mayoría de señoras de 45–60 años de edad. Cuando mermó la bulla, se escuchó un hombre gritar “papi, estás bien bueno” que Pauta rápido contestó con un “y eso que no me has visto con peluca”. La gente se esmorcilló y una mujer gritó “vente pa’ mi casa” que Pauta contestó con un “si me lo mamas bien, voy”, que causó aún más esmorcillaera. Y empezó el mambo.

En la primera parte de su “espectáculo” Pauta intentó hacer stand-up con un material stock que pasó por el territorio conocido de “Los boricuas estamos cabrones” — “nadie janguea mejor que nosotros”, “Maripili” — “a eso que tiene allá abajo hay que ponerle un bozal”, “Mujeres vs Hombres” — “¿por qué las mujeres preguntan tanto” y “el hombre está pensando solo en dos cosas: como hacer más dinero y un culito”, y por supuesto, el chunk de la combi completa — “los totitos tienen un poder cabrón” y “el pene es como la lámpara de Aladino”…todo con el mismo delivery y movimiento corporal de Luis Raúl.

Hace años escuché a Dane Cook (que no es santo de mi devoción) acusar al comediante Steve Byrne de robarle “su esencia”, concepto que no entendí en su momento hasta que vi a Pauta robarle la esencia a Raúl, aunque con mucho peor material. Bueno, sin material — con dos o tres setups y sin un punchline en hora y media en tarima.

De estos primeros cincuenta minutos en los que Pauta nos gritó su comedia, resaltó un momento en el que nos confesó que descubrió que es un “travesti” y una “draga” luego de buscar la definición de ambos términos. “Un travesti o una draga es un hombre que se viste y se maquilla como una mujer y que, generalmente, actúa en un espectáculo.”, dijo. “¡Cabrones eso es lo que yo hago!”. Y nos contó que le dijo a su papá que iba a dejar de vestirse de mujer. “Y papi me dijo: ‘pero tú estás loco, si hubiese sido yo como tú hace 20 años, me ponía peluca también”. Este es un momento que predije a tal punto que me puse una camisa de Alaska de RuPaul’s Drag Race para ir al “espectáculo”.

Se acabó la primera parte, Pauta abandonó el escenario, se apagaron las luces y en la pantalla se nos presentó un compendio de una serie de videos que habían servido para promocionar el evento. Videos que todos sus fanáticos habían visto un par de semanas antes. Fue un momento surreal. De repente estuvimos todos los presentes viendo juntos un video viejo de Facebook en el Choliseo. Nos pusieron a vivir en comunidad un producto que existió para verse en el timeline de una red social que consumes en tu teléfono mientras te rascas tu totito poderoso o lámpara de Aladino.

Hace un par de meses, hablaba con un amigo que produce contenido digital sobre la palabra “influencer”, la realidad detrás del concepto y la generalización que se establece cuando se agrupa bajo este término a todo aquel que tenga “muchos” seguidores en las redes sociales. No existe una definición como tal de la palabra, pero en nuestra conversación concluimos que se puede dividir en dos categorías: 1) aquellas personas que tienen un cuerpo de trabajo que se consume fuera de las redes sociales y por consecuencia arrastran a esos seguidores al mundo digital, y 2) aquellas personas que se hicieron, crecieron y establecieron a través de contenido publicado en las distintas plataformas de redes sociales.

Nuestra pregunta sobre ese segundo grupo en particular era qué exactamente es lo que influencia una persona que carga ese título y si su impacto en redes se trasladaba al mundo real. Seguir, cliquear like o comentar desde un teléfono es un acto que no requiere de un gran compromiso (más allá de que se use la palabra engagement para medir su éxito). Comprar un boleto, levantar el culo del sillón e ir a ver un “espectáculo” es completamente distinto, y si bien es cierto que Pauta llegaba con más de 75 funciones de su “standup” anterior que tituló “Ser mujer está brutal” en algunas salas de teatros y discotecas, no es hasta Pauti La Presidenta que un “influencer” en esa segunda categoría lo puso a prueba en un venue masivo del país.

No sé cuánta gente fue a ver a Pauta, pero había público y bastante. Lo interesante al menos para mí fue estudiar la demográfica que se dio cita en el Choli. Me sorprendió la cantidad de señoras de 45–60 años que vimos en el público, hasta que me senté a repasar los números en específico de sus seguidores en las distintas redes sociales. Pauta tiene 1 millón, 72 mil seguidores en Facebook, 392 mil en Instagram, casi 6 mil en Twitter, y 128 mil subscriptores en YouTube. Y ahí está. Esa demográfica que lo fue a ver es de Facebook, en su mayoría femenina y cada vez más vieja, receptiva o al menos dispuesta a tratar de entender la publicidad pagada que te aparece en el timeline. Es el “sponsored post crowd” en todo su esplendor.

¿Qué significa el hecho de que un “influencer” con esa cantidad de seguidores (que debe rondar por los 2 millones incluyendo Snapchat) no logre que el .01% de esa audiencia vaya a verlo en su “espectáculo más importante”? ¿Qué dice de cómo se traslada al mundo real ese impacto digital de un influencer en nuestra segunda categoría?

Pareciera ser que sin un cuerpo de trabajo que se valga por sí solo fuera del mundo virtual, en el mundo del “espectáculo”, para hacer que un número considerable de seres humanos levanten el culo de la silla, compren tu taquilla y te vayan a ver, el “engagement” digital que un “influencer” tenga en redes sociales es inconsecuente. Y ni hablar de una segunda compra, ¿cuántos vuelven a comprar una taquilla después de lo que presenciaron en ese primer intento?

Pauta se vistió de Pauti y cantó un reggaetón/trap/algo ahí. Dobló la canción y tomó agua cuando se cansó, dejando la música correr sin ni siquiera intentar tararear el chanteo. Lo que desde el inicio no había servido como stand-up, ahora tampoco sirvió como concierto.

Cuando terminó, un espectador gritó el ya patentizado “no te pongas pendejoooo” y el público se volvió a esmorcillar. Ese grito y esa respuesta representaron el clímax de la noche.

La cantidad de “cabrón, yo no entiendo esto” que le dije al pana Arturo se intensificó de aquí en adelante. Él se dedicó a grabar sus reacciones a lo que estaba viviendo.

En la segunda parte, Pauti habló exactamente igual que Pauta en la primera. Con el mismo tono, voz y movimiento corporal…pero con peluca y traje puesto. “La gente cree que porque uno se pone una peluca hizo el show. No, yo trabajo esto mejor que cualquier comediante que puedas encontrar”, le dijo Pauta a Patricia Vargas en una entrevista de promoción que le hiciera para El Nuevo Día. Repensar esta cita en el contexto de lo que se vio en el Choli, es cuestionarse cualquier palabra que pueda salir de su boca de ahora en adelante. Hay un claro desfase.

Su material con traje y peluca también pasó por el mismo stock que el de Pauta, pero desde el “punto de vista de la mujer”. Habló de su “encarcelamiento” — “La cárcel parece un refugio de animales”, de María “tuve que hacer lo que mejor sé hacer: putear” y de cómo los barberos te rozan con “la pinga en el brazo” cuando te recortan.

“Yo sé que no tengo las cuerdas vocales, pero si ustedes me lo permiten me gustaría cantarles una canción.”, dijo, a lo que un fanático respondió gritando: “Noooo”, reacción más que entendible porque los momentos “musicales” fueron lo peor del “espectáculo”, nivel talent show de escuela intermedia.

Hizo el Dura Challenge…porque claro que sí, y cerró su stand-up con el siguiente estribillo: “Yo no tengo tetas, no tengo culo, ¡pero chicho cabrón! ¡Gracias Puerto Rico!”. Y abandonó el escenario ante un público confundido. Entre el silencio, lo único que se escuchó fue a un señor que en voz alta preguntó “¿Otra?”.

Pauti contestó el pedido interrogatorio del fanático y salió a cantar su éxito “Párteme Como Crayola De Kinder”. Wiso G subió a tarima y ayudó hasta donde pudo, rapeó su parte por encima de la canción y cerró diciendo “Joshua, ejemplo de superación”. Wiso, siempre claro, tiró la línea que reintrodujo el tema central de la noche: HISTORIA DE SUPERACIÓN.

Se acabó la canción y un minuto después, Pauta regresó al escenario (sin peluca y traje) y acentuó el asunto: “Esta es la tarima más importante de todo Puerto Rico. Quería que me vieran, soy uno más de ustedes. Un chamaquito que vino de abajo de Cayey. Sí se puede. Si sueñas y lo visualizas, se puede lograr”. El público aplaudió, Pauta se despidió, explotaron cuatro botellitas de string confetti, y se acabó lo que se daba.

“¿Ya se acabó?”, le preguntó a su amiga una mujer que estaba sentada en la fila de atrás.

“Sí, se acabó.”, le contestó su amiga.

El pana Arturo y yo nos quedamos sentados viendo al público salir, sin entender mucho de lo que había sucedido en esa hora y cuarenta minutos de “espectáculo”.

“Necesito tiempo para procesar esta pendejá.”, le dije.

Hace mucho tiempo que decidí soltar los pompones y no hacerle cheerleading a las “historias de superación”. No por falta de empatía o por quitarle mérito, sino porque encubren un mensaje subliminal de demonización a quien “no se supera” que es detestable. He sido utilizado por aquellos que han querido coronar las muletillas de “no hay excusas” y “el que quiere, puede”. Salí de un barrio, criado por unos padres que vivieron de préstamo en préstamo, hice mi grado universitario y tengo seguridad laboral en un país en el que tenerla es un privilegio. Bello. Es mi historia, la he vivido y estoy agradecido de haber podido sacar la cabeza del agua, pero entiendo que es extraordinaria en un país que sistemáticamente pisotea a la inmensa mayoría de los seres humanos que han estado y están en mi posición. Por eso no permito que se me use para trofeo, y me rehúso a adoptar discursos de resiliencia buscando aplausos, golpecitos en la espalda o pescando likes.

El arquitecto (y excelente escritor) Miguel Rodríguez-Casellas, publicó hace menos de un año en su muro de Facebook esto que resume a la perfección mi posición respecto a la resiliencia:

“Donde los tratan”, subraya Rodríguez-Casellas. Esta resiliencia hoy es sonsonete corporativo a través del cual se tira a mondongo a todo el que “no pudo”. Y Pauta adoptó ese código de comunicación. Él “pudo”, él es resiliente y lo demás (su “arte”) no importa, y peor aún, no se puede/debe criticar. Estamos ordenados a suspender el criterio, o de lo contrario somos haters y estamos mordíos. Nos toca ser incondicionalmente positivos.

Y eso es hacer trampa.

No conozco a Pauta, tenemos amigos en común, y es probable que sea un buen chamaco. Es probable también que dentro de la fórmula que conoce y el medio que maneja, entienda que es más fácil encapsular en ese discurso de resiliencia su presentación en El Choli. Es un chamaco de 25 años, y está en esa edad en la que uno tiene la perfecta mezcla de ingenuidad/babilla/enchuletamiento como para decir que “yo trabajo esto mejor que cualquier comediante que puedas encontrar”.

Ojalá y en su proceso de crecimiento y transición de influencer de esa segunda a primera categoría entienda que números tiene cualquiera (hay cuentas de Pomeranians que tienen más números que todos los influencers boricuas juntos), pero que oficio, trabajar y respetar su oficio, es una cualidad mayor.

Igual, es posible que no le importe. Es posible que a nadie le importe. Es posible que me toque a mí no ser tan pendejooo.

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William Rosario
BajoCriterio

Aquí escribo de cine y charlatanería, de vez en cuando.