El silencio del viento

Crítica de la película puertorriqueña de Álvaro Aponte, que se encuentra actualmente en cartelera en los cines de Plaza las Américas y Montehiedra.

Alejandro Carpio
BajoCriterio
4 min readMay 17, 2018

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Mira, mano, de repente hay buen cine puertorriqueño. Eso es como para alegrarse. Dentro de la farsa (no, no es tragedia: es una farsa) que es Puerto Rico en 2018, el que de repente haya buen cine es un desesperado premio de consolación que le ofrece a uno pequeñas alegrías.

Álvaro cuenta su historia de traficantes de seres humanos vía Carlos Reygadas, como señala Mario Alegre (el tiro aéreo de Río Piedras es un homenaje a Batalla en el cielo), con un elenco en el que se destacan los actores no profesionales. El director afortunadamente decidió no incluir a Cordelia González en el elenco, pero incurrió en Elia Enid Cadilla. Oh, well… Cosa extraña: los boricuas, mientras menos experiencia como actores, mejor actúan (considérese, por ejemplo, el acento de los actores puertorriqueños cuando interpretan personajes puertorriqueños). Valga por caso, Amanda Lugo, quien mejor se desenvuelve en la película, es una actriz principiante; también, los extras haitianos y chinos (ay, Chi Wai bello de mi alma, cómo te extraño!). La excepción a la regla es Israel Lugo, quien pudo darle la vuelta a la decisión de los cineastas de tener cara de circunstancia por hora y media. Mis respetos a Isra en este trabajo en el que carga con la historia sin intentar “botarse” ni lucirse. Muy honesto su trabajo.

Visualmente, la película es impecable; Álvaro una vez me comentó eso de qué hay casamientos entre réalisateurs y DP: en esta hermosa cinta no se sabe quién dirigió la fotografía y quién organizó el mise-en-scène. Y ya que estamos en esas, lo más francés de la película es la nostalgia y el sufrimiento existencial de cada personaje: todos miran al vacío y fuman cariacontecidos. Me explicaba un amigo (que igualmente disfrutó de la peli) que esto no es algo exclusivo de esta película, sino de toda la producción fílmica reciente, que refleja el estado de ánimo general de esta isla devastada. Sí, la peli es un coñazo. Sí, vale la pena verla, para entender las coordenadas morales que vivimos. En el film, lo que nos orienta (el comentario político del autor implícito) es la radio, la televisión: en este sentido, los medios son puertas de luz, no manufactureros de mentiras que debemos superar: la deuda es ilegítima, la Junta es antidemocrática.

Álvaro y co. tienen una sensibilidad estética envidiable, que -lo digo con el corazón en la mano- deberíamos imitar más. Junto con mi admiración va mi atrevimiento: estos artistas deberían prestarle atención a la clase media, a la que pertenecen, aunque sea tan solo en una ocasión. Hay algo del neorrealismo nitty gritty que no termina de cuajarse, en gran medida porque se parte de una mirada extraña: sí, mucho cafetín, mucho Santurce y mucha calle Loíza (desde varios ángulos) pero ¿dónde está Walmart? ¿Dónde los fast foods y dónde el Yaris en el estacionamiento de algún centro comercial? El maestro Nelson Rivera tiene un punto que debemos visitar . Mi comentario va en esta línea: ¿qué tan arrancado está el personaje de Israel? La falta de preocupación económica de la historia se explica por la falta de preocupación económica de quienes la cuentan.

De otra parte, la película decidió (con toda la conciencia) dejar más de un cabo suelto (¿qué pasa con el asesino de Kairiana? ¿tiene repercusiones el que Israel le robe a la mafia? ¿cómo llega Israel a este mundo de traficantes? ¿por qué los inmigrantes son casi todos haitianos y casi ninguno dominicano? ¿qué pasa con los inmigrantes que llegan a la isla: importan sus vidas, además del color de su piel, sus adornos y sus idiomas? ¿qué pasa con la vieja moribunda? ¿quién le pegó en la cara a mi amigo Chi Wai?), pero dejar estos espacios vacíos es refrescante e inteligente. No, no hace falta solucionar cada historia: no, la vida no tiene arcos ni nos presenta soluciones.

Ari Maniel Cruz/Kisha Tikina Burgos (Antes que cante el gallo), Álvaro y Ángel Manuel Soto (La granja) están haciendo un soberano esfuerzo por crear cine decente en Puerto Rico. En esta empresa, se lucha por conquistar al público, que no tiene fe: esto no se debe exclusivamente a que “el gobierno colonial no quiere que apoyemos lo local”; también llevan culpa lo cineastas desorientados. En mis clases, intento enamorar a mis estudiantes de la posibilidad de un cine local: suelo luchar con los referentes que blanden, todos de películas charras e idiotas, tengan buen corazón o no. Así que esto va por el público y por mis estudiantes, sin miedo a sonar como un imbécil (porque whatever, total a mí nunca me llaman para estos proyectos, por lo que no pierdo nada): en trabajos tan poderosos como El silencio del viento no hay espacio para que los chinos sean un comic relief; tampoco para que cobre protagonismo el preciosismo que tanto le criticamos al viejo Jacobo, aunque sea traducido en el lenguaje de la contemporaneidad “dura”. Las aspiraciones y victorias de la película son demasiado serias como para perder tiempo en estas minucias.

La peli es buenísima. Vayan a verla. No sean cutres.

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