Antonio Mainenti “drum set and stick” (CC BY-NC-ND 2.0) vía Flickr

Del pulso al foco o un saludo a Vinnie Colauita

Equipos descubriendo su propia métrica

Juan Daza Arévalo
Baltaca
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5 min readJan 9, 2017

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En 1996 Sting presentó Mercury Falling su quinto álbum de estudio. Era otra época y no pretendo hacer un canto de cómo la música era mejor entonces que ahora. Era otra época, eso sí, y se sienten el par de décadas que hay de tiempo transcurrido. El álbum no fue del todo bien recibido y no tuvo premios importantes pero no era por falta de talento, como pasa muchas veces en la música y en tantos otros oficios. Porque la banda que Sting armó para entonces era impecable. Como él mismo lo decía entonces “the best guns to hire in the business”: las mejores armas del mercado musical de entonces: Vinnie Colaiuta, en la batería; Kenny Kirkland, en los teclados; Branford Marsalis, en el saxo; y otros intérpretes del mismo nivel. Con esos tres nombres ya era suficiente para hacer un trabajo único. Personalmente creo que lo lograron y para mi es una de las mejores muestras de la música del cierre del siglo pasado.

El que no funcionara tan bien en el mercado es algo que no vale la pena revisar. Son cosas que pasan. Pero ahora que me asomo al trabajo con distancia y emociones distintas, confirmo mi sensación de entonces: el lugar de la percusión y el teclado tan importante en todo el álbum. Una base rítmica en la que se sumaba Sting en el bajo. Colaiuta y Kirkland le dan algo al álbum entero que sigue despertando en mi las ganas de cantar, desafinado como lo intento.

Hablar de música no es fácil porque casi siempre se remite a una impresión subjetiva llena de vacíos y cargada de una sola mirada. Es fácil caer en comentarios editoriales e impresiones pero ese también ha sido mi oficio como radialista de modo que me tomo la licencia del caso para señalar la importancia que tiene una batería certera, precisa, con las pausas propias del que sabe callar pero seca y en el punto exacto. Las columnas que levanta Vinnie Colaiuta entre tantas canciones, tan variadas (aún con los muy desacertados intentos de música country que Sting se obstinaba en incluir) son llenas de figuras y recovecos que supo traer del Jazz, la casa en la que también ha habitado. Colaiuta migra al pop por un rato y trae un arsenal de métricas que le dan una complejidad única al trabajo entero. Sabe mantenerse en lo primitivo que puede ser el pop pero no se permite dejar impolutas las canciones. Se da el lujo de romperlas desde adentro. Tiene la cabeza para hacerlo, sabe que puede ampliar la armadura de la canción y dejarla con una nueva cara. Eso fue lo que oí hace 21 años y es lo que sigo oyendo hoy. Colaiuta hablando con varias voces a la vez, en un métrica tejida por capas para que uno se pierda en cada nivel, bajando entre anillos a las profundidades de la música. Grande.

Y sobre un piso de esas características, donde las piruetas son permitidas, se va armando todo el resto. Caben la improvisación y la preparación. Caben la estimación y la suerte. El paso firme que dicta un poco de lo que el tiempo puede ser. Prepara el marco para que se monte el lienzo. Percusión que construye el tiempo: una suerte de relatividad que arma el tejido espacio/temporal donde se perciben las tensiones. El baterista que no deja que se escape el tiempo acelerado ni que se rezague el tiempo que viene lento.

Nosotros vemos el producto terminado, lo que ya está editado, “masterizado” y liberado. No vemos los errores ni las discusiones sobre las fallas y las correcciones. No las vemos pero sospecho que tiene que estar porque en todo equipo pasan, en todo equipo afloran. Este equipo llamado banda no está liderada por una sola persona, es un equipo que se organiza solo a medida que van tejiendo el producto que sienten puede salir pero que casi siempre desconocen. Hay confianza por la altura de los integrantes, hay temores por el ego de los integrantes. Se juegan el prestigio desde la empatía y el saber que las cosas van a pasar como debe ser: se cobran las cientos de horas de entrenamiento desde la infancia.

Si esto le parece similar a lo que pasa en cualquier otro equipo de las industrias creativas, a los lugares de creación bajo presión, a lo que puede suceder en una agencia, a un bufete, a una fábrica de software o un atelier de diseño, es porque los equipos hacen eso: se mueven en la delgada línea de hacer y no hacer con sentido. Por eso es que el foco es vital: para que la versatilidad emerja. Colaiuta trae foco con cada golpe seco de batuta, no trae ritmo, esa es la responsabilidad de cada integrante. La batería no dicta el ritmo, eso está en el oficio del músico; lo que dicta es el pulso sobre el que deben respirar, marca el bombeo que va a correr por las venas de todos por un tiempo corto, unos cuantos minutos.

Poder pasar de un lugar a otro, de un estado a otro consciente del foco, es el reto más grande que tiene una persona que trabaja en creatividad: que se entrega a hacer, a actuar. La canción se va armando iteración tras iteración. Y el pulso del grupo se alinea para que el ritmo individual no rompa la métrica completa pero nada de esto es preciso. Es flow puro al estilo de Mihály Csíkszentmihályi. ¿Tiene a un Vinnie Colauita en su grupo? ¿Hay alguien que tenga esa labor de darle un pulso al reto que están tratando de resolver?

Por eso es que un scrum master no es un rol cualquiera: no es un cargo para copiar actas de las reuniones (se ha visto hacer eso…), cuando se arman los equipos se busca una sinergia particular no que las cosas se hagan más rápido. A diario se rompe la Ley de Brooks que claramente dicta que “Nueve mujeres no pueden tener un bebé en un mes”; se arman equipos para hacer, pero no equipos para que entre ellos encuentren el pulso sostenible que les permita crear. A veces no aparece el batero que tiene la fuerza interior para que la banda suene como podría y en esos casos hay otras rutas de las que ya hablaremos. Por ahora, gracias Colauita.

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Juan Daza Arévalo
Baltaca

Hackeando el bienestar a punta de agilidad (agile).