Foto: Fer Mascorro. CDMX, 2020.

¿Alguna vez han visto un roble?

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Todos lo hemos visto, sus características son conocidas ampliamente en todo el mundo. Crecen en el norte y en el sur, en climas fríos y también en el calor. Son apreciados por su fuerza y resistencia.

Su nombre viene de la palabra robur, y la empleaban los romanos para designar a cualquier tipo de madera dura y de gran solidez. Así que no es coincidencia que en latín “roble”, “fuerza” y “apoyo” se expresen con esta misma palabra: decían ROBUR para hablar de la fuerza física y de la fuerza moral.

Los robles fueron usados para fabricar herramientas mucho antes de que éstas fueran hechas con hierro. Sus hojas son redondas y suaves, y se renuevan cada año dejando atrás cualquier rastro de sus duros inviernos.

El roble enraiza profundo y por su majestuosa presencia muchas culturas lo tomaron por árbol sagrado.

Hablo de un árbol y hablo también de Josefina, a quien amamos y conocimos por su fuerza y resistencia. Su nombre fue sinónimo de solidez y apoyo; encarnó, desde la más remota antigüedad de nuestra familia, lo que debía ser la fuerza física y moral.

Venimos de su raíz profunda, central, enorme hacia dentro; y nos hizo crecer hasta su copa, altísima, frondosa, noble y protectora. La amamos porque para todos, en algún punto de nuestras vidas, o en nuestra vida completa, fue sombra fresca y renovadora.

Su fortaleza, nos hizo fuertes; su resistencia, nos hizo resistentes; y con su vida, que dio mucha más vida, nos enseñó a vivir.

Los robles pueden durar en la Tierra hasta 600 años; Josefina también lo hubiera logrado. Tuvo que venir una pandemia que tiene amenazadas a siete mil millones de personas para derribarla. Vaya fuerza, vaya roble.

Algunas leyendas antiguas dicen que quien llevaba un trozo de madera de roble consigo estaba protegido del mal. Esta enfermedad tremenda y despiadada no imaginó que se encontraría de frente con un roble como Josefina. Una mujer-roble que dio frutos por 88 o 600 años, y cada uno de esos frutos — los que tenemos en ella nuestro origen: sus hijos, sus nietos — estamos hechos por dentro de un trozo de su madera.

Josefina fue el roble del cual se enraizó nuestro mundo: ella fue la raíz y la copa, el tronco, las hojas y la sombra.

Vivamos entonces ahora, los que nos quedamos de este lado del sueño, como frutos dignos de su paso por la Tierra. No nos vamos a morir con su muerte, vamos a estar más vivos que nunca porque venimos de un árbol de 600 años que se renovará, a través de nosotros, invierno tras invierno.

Ahora, cuando digamos que Josefina tenía madera, sabremos que era de roble.

¿Alguna vez han visto un roble? Claro que lo hemos visto: nacimos de uno y de ella creció un robledal.

Hasta donde sea que estés dando fruto ahora. Te extrañaré siempre.

With your arms raised open wide
Singing to the skies
What a mighty soul
With a heart of oak

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Cuando me preguntan en dónde quisiera estar, pienso en personas, no en lugares. (Hago música, letras y fotografías).