Fernando Suarezserna
BAMcomunicacion
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4 min readJan 31, 2020

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El Profe Ricardo

Como todos los niños éramos fanáticos de Michael Jordan, en el equipo de básquetbol nos prohibieron agarrar su #23 para evitar peleas. Entonces agarré el #8 de un joven que llevaba poco en los Lakers: Kobe Bryant.

El colegio donde estudié tenía un equipo muy fuerte de básquetbol. Yo era malísimo, jugaba con el segundo equipo y ahí nos divertíamos bastante. Cuando terminábamos de entrenar, llegaban los del primer equipo junto con su coach: el Profe Ricardo.

Él era el clásico entrenador de ligas infantiles: bigote, ceño fruncido, gritos violentos y mucho sobrepeso. Siempre con su camiseta tipo polo color guinda. En una mano, una bola de básquet y, en la otra, una Coca-Cola de 600mL. Y claro, de donde sea de la duela que tirara, siempre encestaba. A veces, sin soltar la botella de refresco, tiraba hasta detrás del tablero sólo para reírse.

Creo que los equipos de mi escuela eran tan buenos porque hacíamos pretemporada. Nos llevaban a subir al cerro y, en la duela, cuando alguien fallaba una colada, a todo el equipo le tocaba dar una vuelta extra a la cancha. Son las únicas veces en mi vida donde llegué a vomitar del esfuerzo.

En mi cumpleaños me regalaron un aro de básquet, mi papá lo colgó en la cochera. En ese entonces me gustaba mucho la película de Space Jam, donde Michael Jordan se quedaba tirando por horas hasta fallar. El problema es que yo fallaba mucho, por lo que tuve que idear otro plan: seguir tirando. Horas y horas, todos los días. Hasta que un día fallé y rompí la ventana. Y después de que pusieron una nueva, seguí tirando. Perdón, papá.

Un buen día me llamaron a un partido con el primer equipo. Salí a la banca y, claro, ahí estaba el Profesor Ricardo.
En retrospectiva, entiendo que se trataba de un juego intrascendente, pero en la mente de niño, yo estaba nervioso. La noche antes de cada juego, siempre me dolía el estómago. Pero ese día, donde había posibilidad de quedarse en el primer equipo, apenas y pude dormir.

Nunca entrené con el primer equipo. Sólo iba a los juegos y me sentaba en la banca. Y de ahí, miraba al Profe Ricardo: gritaba, pero mantenía la compostura frente a los padres de familia.

En uno de esos partidos ganábamos como por treinta puntos, un marcador abismal. El Profe se acercó a la banca: “Suárez, vas a entrar”. En ese momento se me olvidó cómo hablar, pero con la cabeza le indiqué que sí, y él marcó el cambio.

Con la cabeza desconectada empecé a jugar. Un pase picado, y el ala anotó de tres. Otro pase, pero ahora a la izquierda: el otro ala se cuela y anota. Era un equipo que jugaba solo. Y entonces pasó lo que nunca olvidaré.

Le pasé la bola al ala izquierda, y él hace un “fake pass”, me regresa la bola y sonríe. Una jugada de fantasía. Y comenzamos a jugar así. Boté la bola entre mis piernas, y di un pase al poste. Reímos. Él sube una mano para hacer una finta de que va a tirar y, por la espalda, pasa la bola al ala libre. Éste tira de tres y anota. Nos divertíamos bastante. El árbitro tomó la bola e hizo una pausa, nuestro coach había pedido tiempo fuera.

Miré en dirección a la banca. Sentí cómo se me bajó la sangre hasta los pies: el Profe Ricardo tiraba manazos al aire con furia, su cara estaba roja y gritaba sin parar, parecía que se iba a infartar del coraje.

Es el regaño más duro que recuerdo. El Profe ni siquiera usó maldiciones. Intentaba calmarse mientras hablaba, que sólo resultaba más terrorífico. No lo vi a los ojos, creo que nadie nos atrevimos. Dijo que algunos juegos los íbamos a perder, porque siempre existirían equipos mejores, pero el respeto era lo único que siempre dependería de nosotros. Entre enunciados, respiraba para calmarse. “Para que el juego exista, necesitas otros equipos contra quienes jugar y, si no los respetas, eso se acaba”.

Nos dijo que, en deportes, respetar al rival es anotarle todos los puntos que puedas: todos. Si les puedes ganar por cien puntos, debes de ganarles por cien puntos. Porque ‘cuidarte’, ‘jugar a medio gas’ o, peor, hacer ‘jugadas de fantasía’ era faltarles el respeto, y eso en sus equipos jamás iba a pasar.
En aquel entonces el Profe Ricardo vivía enojado, era un hombre simple, y durísimo con sus jugadores. Pero me dio una lección importante: preocúpate cuando cometas un error y no haya quien te regañe por ello, porque ahí es cuando ya se rindieron contigo. Mientras te equivoques y obtengas una reacción, es porque la otra persona sabe que puedes ser mejor, porque aún cree en ti.

Cuando me siento crecido por algún pequeño logro o supuesto éxito, me acuerdo de ese regaño del Profe Ricardo. A la distancia, algunas de las lecciones del viejo no estaban mal.

Por cierto, ganamos ese partido. Y a mí me regresaron al segundo equipo.

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Fernando Suarezserna
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Una vez escribí un Amazon Bestseller. Bueno, dos. Aquí puedes leer mis columnas 🖋️ Tengo un podcast🎙️de los más escuchados en México.