El Retorno de Jafar

Fernando Suarezserna
BAMcomunicacion
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2 min readFeb 11, 2020
El Retorno de Jafar (VHS), foto de eBay.

Decía Borges que hay historias tan potentes, que no es necesario leer el libro para que éstas afecten nuestras vidas.

La historia de la lámpara de Aladino –con todo y canción de Ricardo Montaner– llegó al cine en 1992: la Alfombra Voladora, la princesa Jazmín, el Sultán, el changuito Abu, el Genio azul y el propio Aladino fueron inmortalizados en animación, juguetes, videojuegos y hasta en pijamas. El éxito de la película fue tal, que la historia volvió a llegar a la pantalla grande después de más de veinticinco años, ahora en una adaptación con actores de carne y hueso.

El antagonista de la película es el asesor político de más confianza del Sultán: el hechicero Jafar. Un brujo de vestimenta negra, siempre acompañado por su loro rojo Iago, poseedor de un cetro dorado en forma de serpiente que utiliza para controlar la mente del Sultán.

Jafar es un hombre ambicioso, mentiroso y vengativo. Pero hay algo más: es inteligente.

Y mientras más vueltas le damos a la inteligencia de Jafar, más tenebrosa se pone la cosa. El Sultán es bonachón, pero es bastante tonto. Jazmín es valiente, el Genio es carismático y Aladino tiene buen corazón. Pero ninguno posee –ni cerca– el intelecto de Jafar.

La mente de Jafar es lo que lo llevó a convertirse en un hombre de mayor ambición. Su capacidad intelectual le permitió ver lo que para otros era invisible y, al mismo tiempo, su mente fue incapaz de hacerlo conseguir el trono de Agrabah. Todo mientras soportaba a su jefe, el Sultán: un idiota que mandaba en el reino por ser el hijo del dueño anterior. La frustración y maldad tuvo origen en la mente superior del hechicero: Jafar fue víctima de la maldición de la inteligencia.

Quienes creemos que poseemos inteligencia, la sobrevaloramos. Por sí mismo, un mayor intelecto no es garantía de mejores resultados: ni profesionales, ni personales. Y ya en el encontronazo con la realidad, al vernos superados una y otra vez por quienes –en lo oscurito y cuando estamos solos– consideramos “más tontos”, es común caer en la frustración.

Es fácil convertirse en el hechicero ambicioso, mentiroso y vengativo que quiere robarse la lámpara, el reino y hasta a la princesa.

La inteligencia es poder, es un privilegio, pero por sí misma no es una virtud. Es una herramienta más, como el carácter, el carisma y hasta la suerte. Reconocer que la inteligencia tiene un lado oscuro nos hará entender una lección invaluable: un mejor intelecto no nos hace mejores personas.

Podemos usar nuestra inteligencia para destruir, como Jafar, o podemos usarla para crear. Y la opción de crear es mucho más difícil, pero también la única con la que evitamos convertimos en monstruos.

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Fernando Suarezserna
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