La diosa Fortuna

Fernando Suarezserna
BAMcomunicacion
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3 min readApr 3, 2020

Lo que nadie te dice de la operación de miopía es que puedes oler la carne de tus ojos quemarse por el láser. Fueron tres minutos horribles, pero funcionales: a casi diez años de aquel día no he vuelto a usar lentes.

Acabé “molido” tras la operación, y aunque otros cuentan que no les dolió nada, a mí parecía que me habían metido un batazo en la cara. Sin poder abrir los ojos, con ayuda de mi mamá y mi hermana, encontré el camino de vuelta al carro. Pasé un día en cama, fuera de circulación. Además de familiares, la voz de mi amigo Draco alegró mi día de oscuridad, y la siguiente mañana regresé al oftalmólogo. Retiró los pupilentes de protección y listo: ya tienes nueva vista, y en alta definición.

Antes de la operación, el doctor vio en mi expediente la graduación de mis lentes, y luego me miró.

—Si hubieras nacido hace 200 años, hubieras sido discapacitado. No existían ni lentes con tanta graduación.

Nos despedimos, y jamás lo he vuelto a ver. Él no sospecha que además de sanar mi vista, me mandó a un viaje existencial: “Si hubieras nacido hace 200 años, hubieras sido discapacitado”.

Una y otra vez nos encontraremos con la tentación de creer que nuestros éxitos nos los ganamos nosotros y, en contraparte, consideraremos que nuestros fracasos se debieron a “mala suerte”. Eso sucede porque, a primera instancia, parece un trago amargo afrontar que la fortuna es un ingrediente crucial de nuestras vidas. Y negar nuestra circunstancia —favorable o desfavorable— es negar nuestro mundo. Es rechazar la importancia no sólo de nuestra ciudad, sino de nuestra casa. Es olvidarnos de quienes nos cuidaron. Es no darnos cuenta de que el timing juega un rol fundamental: en los negocios, y hasta en el romance.

Es crucial reconocer que no somos el centro del universo, porque entender nuestros límites es —al mismo tiempo— comprender el alcance de nuestras fortalezas.

Ya lo dijo el filósofo español Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Pero aceptar que fuimos bendecidos por la diosa Fortuna es apenas un primer paso. Crucial, pero contemplativo. Lo interesante comienza a suceder cuando, ante la fortuna, decidimos actuar. Tomar la oportunidad y, ahora sí, poner todas nuestras habilidades en marcha para aprovecharla. Aquí pudiera acabar esta columna, pero creo que debemos dar un tercer y final paso, a ver a dónde nos lleva la pluma, la imaginación y la suerte. Porque en mi experiencia, el paso más importante, y donde en realidad se cierra el círculo, es cuando más allá de aprovechar la fortuna que nos presenta la vida, nos presentamos nosotros como fortuna en la vida de los demás.

“Soy muy afortunado de tenerte” es de las frases más potentes que encontraremos, ya sea que la enunciemos o, en una de esas, nos la digan a nosotros. Porque cuando nos convertimos en la diosa Fortuna por un momento, cuando nos encontramos en una situación en donde podemos compartir y multiplicar la suerte, es cuando —por única vez— la fortuna deja de responder al azar, y tenemos algo del destino bajo control. Y esa es una cualidad que la suerte comparte con la felicidad: cuando agregas valor en la vida de los demás, cuando le das fortuna a los otros, afecta tanto a la parte que da como la que recibe la “suerte”: ambos regresan a casa con un regalo.

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Fernando Suarezserna
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