33: padecer chavoruquismo

El Herrero
BAMcomunicacion
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3 min readFeb 21, 2020

He llegado a los 33 años.

Comienza a succionarme un agujero negro. El de la chavoruquez.

Al espíritu de la época lo seduce la novedad. Lo viejo va quedando marginado como si se tratara de una peste. Pero nadie elige contagiarse de arrugas. Simplemente sucede. A todos nos alcanza esa mordida del tiempo.

Con la gracia de la juventud, nos burlamos de los señores olvidando que marchitarse no es una elección personal. No es un platillo que se agarra del menú de cosas de mal gusto. Nadie se levanta un domingo en la mañana para ir a almorzar y le pide al mesero: “Me da una ruquez de 45, por favor. Pero sin de cáncer próstata, se la encargo”. Simplemente sucede.

Hay dos pataletas que suelen darse frente a este contratiempo:

I. El humano infectado de chavoruquismo sufre su condición de excluido. Y desde ahí critica las nuevas concepciones del mundo. Mientras por dentro se van apagando sus ilusiones una por una. Hasta que queda atrapado para siempre en el pensamiento de que todo pasado fue mejor.

II. El humano infectado de chavoruquismo intenta convencerse a sí mismo que está libre del virus. Tal acto de resiliencia le brinda confianza para adoptar nuevos códigos. Sin embargo, el virus sigue ahí. Los síntomas son visibles para cualquiera menos para él. El choque con la realidad llega a través de algún rechazo. Casi siempre proveniente de una morrita más joven.

Ante el arrollador paso de las manecillas, existen también otras reacciones. La introspección y la apertura mejoran la salud del infectado. Entonces el chavoruco actúa de la manera más genuina posible. Y con esfuerzo razona esas nuevas concepciones, que seguirán pegando como olas salvajes en esa isla desierta llamada vida-adulta. Concluyo que eso es envejecer con dignidad.

El deterioro fisiológico y estético es un temor real a partir del tercer piso. Un señor digno parece aquel que luego de medio siglo conserva enteras su cabellera y sus erecciones. Pero hay otro monstruo debajo de nuestra cama: el deterioro de la ideas. Perder la capacidad de idear. Perder la capacidad de recibir las ideas de otros. La muerte prematura es quedarse sin eurekas. Por otra parte, es imposible atender todas las primicias que surgen cada minuto en la modernidad. Hay un exceso de novedades. Y somos sus adictos. Se refleja en la compulsión por actualizar el feed de nuestras redes sociales, por devorar el siguiente estreno. Igual ese es otro tema que no estoy capacitado para exponer como chavoruco en ciernes.

Llegué a los 33.

Me dio por guglear ese número. Y resulta que -como todos los números- está cargado de “poder y misticismo”. Que es la edad en que murió Alejandro Magno. Que las tres partes de La Divina Comedia (Infierno, Purgatorio y Paraíso) tienen 33 cantos cada una. Que Miguel Ángel empezó su Capilla a los 33. Que la mejor hora para contactar fuerzas ocultas es a las 3:33. Que 33 es el grado más alto de la masonería. Que el 33 lo llevó en su espalda Scottie Pippen. Que el mensaje escrito por los 33 mineros chilenos para avisar que estaban vivos fue de 33 caracteres.

De esos datos que Google arrojó relacionados con mi edad, hay uno que prefiero interiorizar. Es tan absurdo y extraño como el resto. Me basta como idea y símbolo.

En la semana 33 de gestación, junto a los efectos del embarazo, se presenta otro fenómeno: el ser -que nacerá pronto- desarrolla movimientos oculares rápidos; es un indicio de que empieza a soñar.

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