Pandemia en Prisión

Fernando Suarezserna
BAMcomunicacion
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4 min readMar 19, 2020
El Acusado (Odilón Redón, 1887)

El lunes 6 de septiembre de 1971, Pepe Mujica, expresidente de Uruguay, se arrastró por un túnel de más de 40 metros que atravesaba la cárcel donde estaba detenido. El final del conducto subterráneo — que los mismos prisioneros cavaron — los llevó a una casa en la acera de enfrente. Junto a más de cien presos, Mujica fue parte de la fuga de detenidos políticos más grande de la historia. La actividad del exmandatario como guerrillero lo llevó a caer preso en cuatro ocasiones. En total, pasó casi quince años tras las rejas.

Respecto a sus años detenido, Pepe Mujica nos comparte: “Estuve más de siete años sin leer un libro. No me dejaban leer (…) pero tuve que conversar mucho con el que llevas dentro. Revisar, repensar, argumentar… y pelear, para no volverte loco. La soledad es tal vez lo peor, después de la muerte”.

Es muy atrevido comparar el encarcelamiento de Pepe Mujica — por ideales políticos — con el encierro al que nos afrontamos como civilización por el brote de coronavirus, que ya está clasificado como pandemia. La vida hace sentido cuando la miramos hacia atrás, el problema es que hay que vivirla hacia adelante: en medio del caos, es complicado dimensionar el tamaño del problema. Lo cierto es que, a casi cinco décadas de que Mujica se escapara de la cárcel, muchos nos enfrentamos por primera vez al encierro.

Y mientras el expresidente guerrillero recuerda con dolor el no haber tenido un libro a su alcance durante su condena, nosotros padecemos lo contrario: los tenemos todos. La tecnología nos da acceso a más películas, series, artículos, música, y sí, también libros, de los que podríamos consumir en muchas vidas. Y además de que nuestros teléfonos se han convertido en ventanas a conocimiento infinito, hay otra cosa: nuestras redes nos permiten adentrarnos en el inconsciente colectivo en tiempo real, con todo y trending topics que marcan nuestro imaginario.

La serie de ciencia ficción oscura Black Mirror lleva ese título debido al reflejo opaco que vemos en las pantallas de nuestras televisiones, monitores y celulares apagados. El espejo es un símbolo poderoso y que resuena en nosotros a nivel profundo. La palabra mirror viene del término en latín mirari, que significa maravillarse. En la fantasía, los espejos han sido representados como elementos capaces de robarnos el alma, en donde además podemos mirar nuestra propia esencia. Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, decidió que la secuela de su libro llevara por nombre Alicia a través del espejo. Ya desde entonces asociábamos los espejos con un viaje al inconsciente.

Vivir el encierro acompañado de nuestros teléfonos se ha convertido, tras pocos días, en vivir acompañados de la paranoia. El celular — nuestro portal hacia el inconsciente colectivo — es un espejo defectuoso en el que miramos nuestro reflejo distorsionado todos los días. Y aunque opongamos resistencia, terminamos por pensar que el mundo es el que nos muestra nuestro artefacto. El espejo maldito, en tiempos de crisis, magnifica nuestro miedo. Como usuarios, nuestra atención — la nueva moneda con la que lucran los medios digitales — se acentúa cuando nos sentimos amenazados. Y aunque supuestamente somos la generación con más acceso a información de la historia, nuestros celulares nos enfrentan a lo opuesto de información: a noticias falsas, a chismosos que se creen comunicadores, a comunicadores que se creen epidemiólogos y — peor aún — a epidemiólogos que pisotean su dignidad con tal de quedar bien con un presidente. Nos encontramos acorralados por falsos héroes que quieren ser reconocidos como dueños de la verdad.

Los tiempos de crisis — fácil decirlo, difícil hacerlo — requieren de nuestra mejor versión para enfrentarlos. Requieren que nos comportemos con prudencia, pero sin miedo. Y si alteramos nuestra psique con los Espejos Negros, será aún más difícil dimensionar la batalla que ya empezamos a librar como especie.

Hace unos meses Pepe Mujica vino a México a que le hicieran entrega de un doctorado honoris causa. Aprovechando la visita, una periodista le preguntó sobre el presidente mexicano en turno. El uruguayo reviró la pregunta, y en lugar de hablar sobre el político, habló sobre los mexicanos. Dio un consejo de cómo hacer frente a situaciones difíciles:

“Hay que elegir. Probablemente cuando seas viejo o vieja y el reumatismo y los dolores de los huesos te paralicen, una tarde te mires a un espejo, y te hagas la pregunta: ¿habré traicionado al niño que llevaba dentro?”.

No se trata de romantizar una tragedia, sino de armarnos lo mejor que podamos para enfrentarla. Y no nos equivoquemos, nuestra mente es el arma más poderosa que poseemos. Y la claridad jamás va a llegar acompañada del miedo.

A quienes tenemos fortuna de poder trabajar o estudiar desde casa, valorémoslo, porque se trata de un privilegio que la mayoría de la población no tiene.

Es inevitable que miremos nuestros Espejos Negros, pero podemos hacerlo a conciencia: valorando a quienes logran hacernos reír, a quienes nos impulsan a la unión. Sobre todo, valoremos a quienes, antes que recordarnos que debemos de tener miedo a la muerte, nos recuerdan que debemos de amar la vida.

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Fernando Suarezserna
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