Que siempre vuelen y vuelvan
Hace un rato salí a tirar la basura. En el jardín yacía un pájaro muerto. No sabemos cómo llegó ahí, y nos intrigó por un rato cómo es que cae muerta un ave a medio jardín sin aparentes heridas.
Esa reflexión me condujo a otra más profunda unas horas después, mientras miraba a los demás pájaros tomar el agua que les dejamos por las tardes debajo de las bugambilias.
Me embargó una duda, acompañada de cierta tristeza extraña, sobre si estos pájaros, los aún vivos, habrían notado que el otro ya no volvió, si habrán sabido qué pasó con él, o si lo vieron morir o solo lo vieron volar.
Me inquieta la idea de si en la parvada nunca supieron que ya no lo verían más. Yo, sentado aquí con la noche encima, sé que el pájaro está muerto envuelto en una bolsa de plástico dentro del bote de basura. Ellas, las demás aves, vienen, toman agua y vuelven a marcharse, ahora incompletas.
Pensé en nosotros, en cada vez que salimos y en las posibilidades que existen de irnos a volar y no volver. Eso me preocupó en cierta medida; pero lo que me estremeció aún más, es pensar en los seres que amo y en la terrible tragedia que sería verlos por última vez sin saberlo.
Pensé también en todas las personas que son pájaros muertos a medio jardín, en las que son aves en bolsas de plástico dentro de botes de basura. Pensé en las parvadas que los vieron irse y nunca supieron dónde quedaron.
No hay nada que desee más que saber siempre que los seres que amo están bien. Quiero verlos volver y abrazarlos de nuevo. Y deseo también, con toda mi fuerza, que nadie tenga que vivir esa desgarradora sensación de ver a sus seres amados salir a volar, y no volver a verlos jamás.
Que siempre vuelen alto y que siempre lleguen lejos. Pero sobre todo, que siempre vuelvan, que siempre vuelvan bien.
