Olas en el Mediterráneo

Christopher Pierce
BCN 1.0
Published in
4 min readNov 17, 2019

He tenido una relación cercana con el océano desde que tengo memoria, pero sólo aprendí a pararme en una tabla después de cumplir los 12 años. Desde ese entonces hasta el día de hoy, las olas han jugado un rol importante en quién soy y cómo me desenvuelvo en el mundo, justamente porque me ayuda a desconectarme de él. Cuando estoy en el mar lo único que importa es la siguiente serie de olas y, cuando finalmente estoy sobre una de ellas, toda mi concentración se centra en lo que quiero hacer en esos pocos segundos antes de que desaparezca para siempre de la faz de la Tierra. Todo lo demás pierde importancia.

En Barcelona el surfing es una rareza, un deporte para algunos cuantos locos que se meten al mar cuando el mar decide perder la cordura, lo cual pasa muy poco por estas latitudes. Lo normal es que las playas parezcan piscinas artificiales separadas por muelles, lugares tranquilos para bañistas que disfrutan más del sol que del agua. Es por eso que antes de venir a esta ciudad me estresaba el solo hecho de pensar que no iba a correr olas durante un año entero. Créanme, para alguien como yo que se levantaba a las 5 am en promedio cuatro veces a la semana para meterse en el mar, eso consitutye una pequeña tortura mental y física. Es como si tuvieras la costumbre de tomar un café antes de empezar a trabajar durante 25 años y de repente te mudas a un lugar donde el café sencillamente no existe.

Sin embargo, las olas me encontraron en mi segundo día aquí, cuando una tormenta (una DANA para ser exactos) azotó el Este de España con lluvias y vientos fuertes que inundaron comunidades enteras, pero que también lograron convulsionar el mar Mediterráneo.

Un colega en la Barceloneta

Lo primero que hice fue coger el metro e ir hacia la Barceloneta, la playa central y más popular de Barcelona. Cuando llegué el viento soplaba fuerte y había unas cuantas personas bajando picos de ente 1.5 m y 1.8 m. Alquilé una tabla y un wetsuit inmediatamente y fui directo al mar. El agua estaba más cálida de los que pensaba. La remada no era larga y la corriente no tenía mucha fuerza, así que llegué rápido al point.

Las condiciones del mar eran difíciles de leer. El Mediterráneo no es como nada de lo que yo conocía. La crecida era extraña, desordenada, caprichosa. No sabía cuándo o a qué altura exactamente entraban las series, pero conseguí coger un par a los pocos minutos. Las olas era chanchas, cortas, no había mucho para trabajar, a penas una bajada y algo de recorrido con un poco de suerte.

Con la tormenta la ciudad entera parecía vaciarse en el mar. Hojas secas y papeles flotaban por allí, cruzándose en tu camino. En un momento, cuando estaba remando de regreso al point después de coger una ola corta y rápida, un chico de barba roja gritó emocionado cuando un poco más allá reventó uno de los picos más grandes de la mañana.

–Es que nunca lo había visto así –me dijo–. ¡Pero que olas eh!

–¿Vives acá? –le pregunté.

–Si, si. Soy de Barcelona.

–Entonces yo he tenido suerte. Este es mi segundo día aquí.

–Pues sí eh, porque probablemente no volverás a verlo así.

La Barceloneta a toda máquina

Pero sí volví a verlo así, sólo que tuvo que pasar un mes y medio, seis semanas de estar mirando todos los días el pronóstico para ver si aparecía algún bulto en ese mar inocente y sosegado.

Hasta que llegó otra tormenta.

Y esta fue más grande.

Duró tres días, dos de los cuales fueron un auténtico desastre. El primer día las olas eran desordenadas, chicas, con nada de recorrido. Mientras estuve dentro cayó una lluvia que no me dejaba ver más allá de un metro. Lo único que podía hacer era usar la mano como visera y tratar de remar solo con el brazo derecho, esperando ver a alguien más para lograr ubicarme en el point. El segundo día no había lluvia, pero las olas (quién iba a imaginarse) estaban grandes, diría que algunas llegaban a los 2.5 metros, con una fuerza que no había sentido la vez pasada, y seguía desordenado y furibundo. El tercer día salió el sol, se fue el viento y bajó el tamaño de las olas, las cuales entraban en forma de picos ordenados, limpios, casi como si fueran dibujados. Encontré mi lugar en la playa pude coger varias. La mayoría no tenían mucho recorrido, pero en un par de ellas pude hacer un carving y eso es todo lo que necesitaba. Para alguien que lleva el océano dentro, la felicidad se logra con muy poco. Puedes tener 48 horas de miseria, pero basta una sola ola para que todo eso se borre.

De eso han pasado más de 3 semanas. Desde entonces el Mediterráneo sigue mudo. Quién sabe cuando entre otra tormenta.

La espero con ansias.

--

--

Christopher Pierce
BCN 1.0
Editor for

Brand & Business Innovation. Design Director Creativo at Partn&rs (www.partners.pe)