Philip K. Dick en technicolor por Pete Welsch

Bibliofilia presenta La fe de nuestros padres, de Philip K. Dick

El alimento de lo innombrable

Reseña sobre un presente inmediato

cerohd
Published in
6 min readSep 24, 2017

--

P.K. Dick es un autor que remite a antologías de Bruguera en la que eran publicados tanto clásicos que hoy son releídos después de un justo tiempo de olvido, como Philip José Pharmer, como algunos autores populares que en su momento fueron estigmatizados y hoy recuperan el fervor del público, como Stephen King.

Estas antologías fueron el punto de contacto de millares con la ciencia ficción, hoy el verdadero realismo, y el cómic; editadas en un papel que se amarilleaba de solo tocarlo, pero cuya verdad era que contaba con 20 años vista en la década del ochenta, eran lo más futurista disponible en los kioskos o puestos de revistas, verdaderos predecesores del blog y los agregadores virtuales del ahora.

P.K. Dick era otro nombre más en la vorágine. Los más recordarán alguna edición de Orbis en su colección de ciencia ficción de lomo azul. Algunos privilegiados habrán leído, sin comprender (atestiguamos que aún siguen en ese estado) Ubik en Club Bruguera, lomo amarillo, y alguna que otra edición traducida en el peninsular franquista. Unos tendrán algún cómic, fotocopias (¡qué arcaísmo!), o una copia en beta de Blade Runner de la era dorada del impertérrito Harrison Ford.

Afirmamos que era otro nombre porque, en la división entre alta y baja literatura (que aún existe, no crean) era imposible trasladar ese nombre, tan lisérgico y tan porno, al respetabilísimo altar de los autores venerados. Ese prejuicio aún tan contemporáneo que marca líneas donde existen flujos.

Sin embargo, el cambio de siglo y la ingente cantidad de adaptaciones cinematográficas en esos primeros años, trajo una reedición prudente de sus obras dispersas (asumámoslo, esas «obras dispersas» son las que fundamentan toda literatura) y la hipsteria que disfrutaba citando Un artista de mierda, en otra de esas ediciones bruguera, pudo ponerlo sin asco al lado de David Foster Wallace, del que hay una que otra deuda en su trasegar.

Porque P.K. Dick fue un hombre profuso, a imagen y semejanza de otros tantos autores, se nos viene a la mente Bradbury y Herbert, que publicaron en cuanta revista abriera sus páginas para ganar algunas perras por aquí y por allá. Tiempos más amables, sin nostalgia. Explorando líneas temáticas impregnadas por el LSD y demás drogas duras que aliviaban sus delirios pero que también incrementaban su productividad, permitiéndole aparecer en muchas portadas mientras luchaba por hacerse respetar con obras de mierda, es decir, literarias.

Conoce el éxito y un mejor cheque a finales de los setenta, pero no dura mucho. Desaparece en el 82, hace un hueco y comenzamos a indagar, de adultos, quién fue y lo que significó. Algunos, no tan montados en LSD, lo ubican como uno de los autores de la entidad colectiva literaria denominada Thomas Pynchon, otros, los más, afirman que predijo el final de la literatura encasquetada en pantalones de cuero y cambio de sexo, muchos muchos sabemos que hizo parte de nuestra infancia en esos papeles amarillos que hoy son verdes que ingresan por concepto de taquilla o de reproducciones en ese yermo de imágenes que es Netflix.

Para todos, un santo.

Dick visto por Crumb

La visión alimenticia

La fe de nuestros padres ocurre en un presente cercano, cuando Kim Jong Un ha superado los 110 años de edad y rige a la otrora imperial Norteamérica. A través de una serie de guerras de liberación, asienta su feudo en la extensión del continente con la mano blanda de la ideología comunista que le permite conformar una ingente y enmarañada estructura burocrática que controla hasta el último rincón de la cotidianidad de sus habitantes.

Sin embargo, el dominio total no ha sido garantizado. El líder debe conocer muy bien cada entresijo del alma de su pueblo para sofocar cualquier intento de insurrección. Tung Chien, un funcionario de rango medio del Ministerio de Artefactos Culturales, es asignado a una tarea insoportable: revisar los exámenes escritos de los aspirantes a ingresar al Partido, formados en la escuela de San Francisco dirigida por el respetable Darius Pethel, consentido del Benefactor Supremo.

Lo que parece una tarea obligatoria para Chien podría significar una posibilidad de ascenso dentro del aparato burocrático, así lo da a entender el ladino señor Sau-Ma Tso-Pin, quien además cuenta entre sus virtudes con el mal dominio del cantonés.

Minutos antes de esta reunión definitiva para sus aspiraciones, Tung Chien había tenido que comprar una vitualla a un veterano de guerra. Todo por prescripción del régimen, pero también por insistencia del anciano, quien lee entre líneas los afanes que habitan la vida del funcionario: su labor diaria, entre la burocracia sedienta de errores y la molicie que su cargo le procura, está milimétricamente controlada.

Al asumir esta nueva responsabilidad, así como la consiguiente preocupación por conocer quién o qué busca su caída, Chien recibe una alocución directa del Benefactor Supremo que lo exhorta a cumplir con la altura y dignidad necesaria que semejante encargo cuenta.

Sin embargo, mientras se evade en el rapé comprado al veterano descubre la forma del horror: el Benefactor Supremo es una entidad que irrumpe desde el videófono, provista de tentáculos, amenazadora.

No es una alucinación, como lo descubre Tung Chien, sino parte de un complot en el que hace parte al ser elegido como la pieza clave para desenmascarar al Líder y conducir a una resistencia, que se antoja global, en los pasos hacia la liberación de la humanidad.

Le es develada su suerte después de recibir el examen médico que certifica que no ha consumido ningún alucinógeno. Una mujer llega a su puerta para contarle que todo esfuerzo ha sido vano: las formas del Líder remiten a colores y terrores de acuerdo a cada percepción del observador.

Sorpresa de Chien al descubrir que su imagen es inédita: ese seudópodo con extensiones y aristas de metal cuyo cuerpo es la caja de su videófono, ha estado siempre ahí, a la espera. La mujer describe 12 grupos para categorizar a la «supraconciencia» que asume la forma del Benefactor Supremo, siendo el horror mecánico cuyo mensaje es transmitido al mundo a través de los videófonos interconectados, la más reciente, y peligrosa, manifestación.

Involucrado en el complot contra su voluntad, Chieng es invitado a departir con el Líder en una bacanal organizada para satisfacer a la camarilla de funcionarios que secundan sus planes. Entre la angustia de considerar su locura y la ansiedad de conocerlo, el funcionario intenta evadir a los conjurados antes de viaje: la mujer y el anciano le instruyen para que utilice la droga antes de volar a Asia para la reunión definitiva.

Después de cruzar la seguridad y espoleado por la curiosidad, Tsun Cheng descubre que no tendrá ninguna posibilidad de ascender si no se pliega a las demandas del Líder, que recorre, informe, el salón devorando a cada ser que ocupa ese espacio, sin que nadie perciba la atrocidad.

Con odio y aborrecimiento, el Líder traga y expulsa lo que extrae de su camarilla. Y como la vez anterior, apela a Chieng, lo ridiculiza en su intento de descubrirlo. Queda la muerte, pensará Cheng, quien se encuentra embriagado en la contemplación del horror.

También el olvido. Tsun Chieng atina a descubrir algunas verdades inconexas a la mujer. Resta el sexo, pero ahora será necesario, a la manera de un paliativo. Una aceptación.

La cabeza perdida de P.K.Dick. Fuente.

¡Hail to the void!

P.K.Dick sienta las bases de una ucronía en la que una proyección del mal nos rige y es ineludible. En La fe de nuestros padres, la humanidad no es consciente de su dominación hasta que da un paso inverso: no es sobre excitando los sentidos sino recuperándolos, lo que facilita descubrir una opresión de dimensión cósmica, pero también profundamente humana, como se descubre en el diálogo entre el Líder y Chieng antes que éste desee abandonar el sueño, o el delirio. No es una alegoría: la fe requiere creer. Pero, ¿en qué? Nuestra fe, frente a las pantallas y estimulados por las notificaciones, no ha sido como la imaginaron nuestros padres.

Esta entrada cuenta con hilo de Twitter:

Suscríbanse al boletín para recibir las novedades de Bibliofilia. Prometemos 3 al mes, ni uno más y tal vez uno menos.

Comenten a placer y recomienden con un ¡aplauso! en la parte inferior de esta entrada. Sean bienvenidos a esta pasión.

--

--

cerohd
Bibliofilia

★ Creado en 2013, este es el blog del Imaginauta, conocido bajo un anterior avatar como Hijo de la máquina★