Portada del libro de Ohler. Fuente.

El Reich Químico

Bibliofilia presenta High Hitler, de Norman Ohler

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7 min readMay 2, 2017

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High Hitler. Las Drogas en El Tercer Reich (en inglés: Blitzed: Drugs in Nazi Germany), de Norman Ohler, escritor de ficción que hizo el tránsito a cronista, cuenta el uso institucionalizado de drogas en Alemania entre 1933 a 1945, así como la adicción progresiva del denominado “Paciente A”, etiqueta que ocultó la identidad de Adolf Hitler.

Motivado por rumores sobre el consumo masivo de pervitina “sustancia socialmente aceptada y disponible en cualquier farmacia” así como por la contradicción del régimen nazi en su lucha contra las drogas (mientras la combatía, empresas farmacéuticas como Merck o Bayer conocieron un crecimiento sin parangón durante esos años) Ohler recorrió archivos alemanes y norteamericanos para dar consistencia al mito de una nación atrapada en los delirios químicos de la metanfetamina.

De fondo, la imagen del Führer recibiendo chutes de anfetas de su médico, Theodor Morell, para superar “las sobrecargas de trabajo” y mostrar a un individuo viril, responsable del destino del Reich que duraría mil años.

El denominado “Paciente A” así como su dieta química aparecen consignados metódicamente en las entradas de la bitácora médica, único documento que registra el estado de salud de Hitler que coincide totalmente con el ascenso y la caída del régimen que presidió.

No solo fue éste uno de los asiduos a las inyecciones del médico. Otros miembros de la cúpula nazi como Goebbels, Göring (capturado en flagrancia por los Aliados con un maletín repleto de estimulantes) e incluso Eva Braun, pusieron sus venas a disposición de las jeringuillas cargadas con pervitina. No sorprende la aceptación de la droga cuando encontramos testimonios de Martin Bormann, secretario de Hitler, afirmando que lo que más necesitaba éste no era una película sino “una buena inyección del doctor”

Morell, detrás de Hitler, era conocido como “Canciller aguja”. Fuente.

La historia de un dealer

Pervitina, cocaína en sal y de alta pureza, hígados de cerdo recargados con hormonas de otros animales, sangrías, esteroides y, al final, con el Ejército Rojo ad portas de ingresar al Búnker, una rechazada inyección de cafeína, fueron los elementos de la dieta química del Führer desde 1936 a 1945, provista y defendida por el doctor Theodor Morell, conocido en el círculo cercano a Hitler como “Canciller aguja”.

(…) la imagen del Führer recibiendo chutes de anfetas de su médico, Theodor Morell, para superar “las sobrecargas de trabajo” y mostrar a un individuo viril, responsable del destino del Reich que duraría mil años

Médico de segunda línea que encontró la oportunidad de su vida cuando accedió fue nombrado como “médico personal” en 1936, se hizo famoso por inyectar derivados o mezclas de pervitina a los consumidores diletantes que acudían a su consulta, estableció una relación simbiótica con el dictador, en la que hubo muchas altas y muy pocas bajas.

Despreciado por motivos raciales (su rostro era una conjunción de nariz abotagada y lentes redondos que le daban un vago aire judío), sin galones militares pese a esculpir la vara de Esculapio en su uniforme, Morell fue un médico competente y abnegado a la salud de Hitler, quien lo recompensó en metálico y con propiedades por sus servicios.

Pervitina, cocaína en sal y de alta pureza, hígados de cerdo recargados con hormonas de otros animales, sangrías, esteroides y (…) una rechazada inyección de cafeína, fueron los elementos de la dieta química del Führer

Fue su sentido de la oportunidad lo que le hizo aprovechar los mataderos confiscados en territorio ruso para experimentar combinaciones de órganos de animal con sustancias químicas, que posteriormente inyectaba al “Paciente A” para mantener el ritmo de trabajo y el dominio hipnótico que ejercía ante sus subalternos.

Su “apreciado salvador”, potente y viril, de puño de hierro, verbo inflamado y “titánica” capacidad de trabajo, era el resultado de la sistemática inyección de pervitina: un líder a imagen y semejanza de las drogas de diseño de las que Morell es precursor.

Publicidad de Pervitina del laboratorio Temmler. Fuente.

Logró tener a su disposición la totalidad de la reserva de cocaína de Merck y las de Temmler, que realizaba transacciones con el régimen así como aprovechaba, al igual que otros gigantes de la industria alemana, los reclusos de los campos de concentración (llama la atención como Dachau, por orden de Himmler, fue concebido como un gran herbolario para proveer de especias al pueblo alemán que, para 1944, ya pasaba por periodos de hambruna) para realizar experimentos que les permitieran refinar los productos destinados a los miembros de la Wehrmacht.

Morell sobrevivió a los complots de otras figuras que anhelaban el reconocimiento del dictador y evadió el control del ministerio de Salud del Reich, a la cabeza de Leonardo Conti, para mantener artificialmente la salud de Hitler, en declive a partir de 1940; evadir el guante de Himmler, a punto de enviarlo a la horca después del atentado del 20 de julio, para huir del Búnker antes del hundimiento, es un trayecto que puede novelarse sin faltar a la verdad.

Muere en 1948, sin fortuna, en brazos de una enfermera judía, colapsado por la droga que recomendaba con tanto ahínco en las épocas del Reich.

La Wehrmacht reconocida por su fortaleza física debe mucho a la pervitina. Fuente.

Un país colocado

La línea de coca es un ícono de la cultura popular. Proscrita hoy, en la primera mitad del siglo anterior era de fácil consecución. Alemania producía coca de alta calidad que portaba, con orgullo, el eslogan “Made in Germany”

La pervitina, otro nombre para la metanfetamina, era popular en este país, tanto que existían derivados en pastillas de chocolate, utilizados posteriormente como ración para los soldados en territorio ruso. Oxicodona por vía intravenosa y opio, no tan fácil de acceder pero disponibles si se pulsaban los hilos correctos, eran parte del consumo químico alemán entre guerras.

Su “apreciado salvador”, potente y viril, de puño de hierro, verbo inflamado y “titánica” capacidad de trabajo, era el resultado de la sistemática inyección de pervitina: un líder a imagen y semejanza de las drogas de diseño de las que Morell es precursor

El ascenso nazi al poder significó para muchos la depuración de los drogadictos y los pervertidos de las calles. Esto tuvo un giro perverso: la lucha contra las drogas significó el encarcelamiento y la posterior aniquilación de judíos, homosexuales, gitanos, mientras que la droga seguía en las farmacias de Alemania.

La coca y el opio sirvió, por ejemplo, para establecer rutas de tráfico por parte del ejército alemán en África mediterránea; el consumo de pervitina, probado en soldados, fue el detonante de la “Blitzkrieg” que arrojó las primeras victorias de Hitler en Europa y sorprendió por igual a aliados y a enemigos.

Aviso publicitario de cocaína comercializada por Merck. Fuente.

Alemania estaba colocada y buscaba, de acuerdo con Ohler, su “superyonki”, esa figura decisiva que, con carisma y una buena combinación de químicos, transmitiera la potencia que el país consideraba perdida desde el fracaso de 1918. Por lo anterior, el ascenso nazi explicaría el cambio de opinión popular con respecto a los farsantes políticos que condujeron al país durante entreguerras.

El superyonki. Fuente.

El final

La resaca aún persiste porque es un demonio que no puede obviarse. Ohler hace el seguimiento de la bitácora de Morell como una muestra del recorrido de una nación: desde la euforia hasta la depresión. El hundimiento, tal y como lo llaman los alemanes, desde la química.

¿Esto explicaría la hipocresía alrededor del discurso de la lucha contra las drogas? Mientras que, por un lado, se combate, por otro, alguien con mucho poder se pasa unas cuantas rayas de la mejor calidad.

En High Hitler, las consecuencias son enfocadas desde el hecho de una nación que delegó su institucionalidad al delirio de un adicto que hizo tambalear al mundo durante siete años.

Ohler hace una demarcación interesante: el demonio estaba allí, desde antes.

La hipótesis no es cómo las sustancias estimulantes influyeron en las decisiones políticas y militares que condujeron a Alemania a una segunda debacle, sino en su elemento desencadenante, el mismo que permite a los individuos realizar acciones sin las inhibiciones que realizarían en abstinencia.

La coca, la pervitina y otras sustancias, fueron los sucedáneos de un país que afrontó una pérdida militar y una depresión económica en veinte años. Ohler recopila testimonios de Heinrich Boll, Klauss Mann y otros intelectuales que acuden a la pervitina como la única forma de “mantener la moral” y, en el caso de la soldadesca, afrontar el combate sin caer en el sueño y las inhibiciones que el sistema nervioso central produce en el cuerpo, a manera de alertas para mantener la supervivencia.

Sus resultados son conocidos. High Hitler aporta un enfoque inédito que hay que considerar en la forma como es percibida la Segunda Guerra Mundial.

Título original: Blitzed: Drugs in Nazi Germany, Norman Ohler, 2016.

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