Orwell en sepia. Fuente.

Las gastadas palabras de siempre

Bibliofilia presenta La política y el lenguaje inglés, de George Orwell.

--

Inicio

La figura de Orwell ha vivido una interesante mutación. Es el escritor con mayor renombre de la cultura pop dado que, debido a su inventiva, anticipó la sociedad de control en la que estamos inmersos.

Sin embargo, tras la paradoja de vaticinar a «Big Brother» y ahora ser parte de él, hay un escritor que debería ser leído de mejor forma: sus ensayos, por ejemplo, son escritos de manera precisa, sin que sobre una palabra, y con una potencia de imágenes que, necesariamente, lo ubican como uno de los grandes autores de la literatura contemporánea.

Es por sus atmósferas, en las que el telón de fondo es la discusión política sobre el fascismo y la opresión, que tenemos a muchos autores que han logrado, con sus obras, acuñar la palabra del siglo XXI, esto es: distopía.

Su influencia ética y estilística es tan fuerte que percibimos ecos de ella en Watchmen o V de Vendetta, ambas de Alan Moore. Hablamos de un autor comprometido con el disenso, considerado éste como una forma de argumentación.

Con este aporte transformamos la imagen que construimos de Orwell, ya que supera el estereotipo del escritor «comprometido» — esa figura comodín del siglo XX — para valorarlo como un libertario cuyo compromiso con las palabras y las ideas es vigente.

George Orwell, o Eric Blair, advirtió al mundo de los riesgos del totalitarismo en momentos en que éste se vestía bajo ropajes de progreso y era apoyado por la intelectualidad que buscaba mantener su statu quo.

El ensayo que reseñaremos es una reflexión sobre la degradación interesada que vive el lenguaje por parte de los políticos, quienes promueven sus agendas a través de las palabras. Su resonancia llega hasta el cuestionamiento de la expresión verbal como transmisora de los mensajes que recibimos de manera permanente. Orwell no duda en señalar que las palabras, al ser degradadas, delatan tanto los mecanismos de control de quienes emiten los mensajes como la sumisión de los receptores al repetir, de manera incesante, lugares comunes sin ningún cuestionamiento.

Es la reflexión que toda persona que ama las palabras debe realizar. Más en momentos de virales y post verdades, en donde el discurso, más que un espacio de libertad y compromiso, se ha transformado en actualización de red social.

Sintaxis y política

En 1946, George Orwell escribe La política y el lenguaje inglés mientras el mundo afronta el inicio de la Guerra Fría. Es un texto corto, no supera las seis páginas, pero transmite las ideas políticas del autor, basadas en la libertad del ser humano y la denuncia de toda opresión que constriña su libertad.

Vibrante como una de sus características, Orwell reflexiona sobre la degradación del lenguaje inglés, que para su época empezaba a mostrar rasgos de cansancio en la repetición sistemática de lugares comunes y en la acumulación de metáforas sin significado.

Nuestro autor subraya la importancia de tomar partido por un lenguaje concreto, compuesto por palabras del común, que acuñe metáforas de carácter explicativo y evada, al máximo, el riesgo de

Sin embargo, para llegar a esta conclusión, Orwell señala que una de las formas de la degradación del lenguaje pasa por el accionar de sectores políticos comprometidos con manipular las estructuras del lenguaje (sintaxis y semántica) para promover sus intereses.

Subraya que el interés por un discurso repleto de lugares comunes, repetido ad nauseam por los medios de comunicación, los académicos y el vulgo, es una forma efectiva de control sobre las ideas.

Asigna un rol pasivo a los receptores, dado que al repetir las formas, sin establecer ningún cuestionamiento, están perpetuando el statu quo.

Por los motivos anteriores, Orwell parte una lanza por un lenguaje que apunte a las causas de la opresión. Entendida ésta como el control ejercido por los políticos para vaciar de significado al discurso, lo que les facilita su accionar de cara a la galería que no interpreta sus movimientos.

Si nos liberamos de estos hábitos podemos pensar con más claridad y pensar con claridad es un primer paso hacia la regeneración política: de modo que la lucha contra el mal inglés no es una preocupación frívola y exclusiva de los escritores profesionales. El inglés escrito hoy en día tienen dos cualidades comunes. La primera, las imágenes trilladas; la segunda, la falta de precisión. O el escritor tiene un significado y no puede expresarlo o dice inadvertidamente otra cosa o le es casi indiferente que sus palabras tengan o no significado. Esta mezcla de vaguedad y pura incompetencia es la característica más notoria de la prosa inglesa moderna y en particular de toda clase de escritos políticos. Tan pronto se tocan ciertos asuntos, lo concreto se disuelve en lo abstracto y nadie parece capaz de emplear giros del lenguaje que no sean trillados: la prosa emplea menos y menos palabras elegidas a causa de su significado y más y más expresiones unidas como las secciones de un gallinero prefabricado.

Orwell muestra una preocupación con respecto al uso de expresiones encadenadas sin significado. Anticipa una forma de escribir cuyo exceso radica en decir nada con la pretensión de afirmar una verdad. Esta manera «postmodernista» ha surtido un tránsito interesante en el discurso filosófico, legislativo y — ¿cómo no? — político del presente.

(…) lo peor de la escritura moderna no consiste en elegir las palabras a causa de su significado e inventar imágenes para hacer más claro el significado. Consiste en pegar largas tiras de palabras cuyo orden ya fijó algún otro y hacer presentables los resultados mediante trucos. El atractivo de esta forma de escritura es que es fácil. Es más fácil — y más rápido, una vez se tiene el hábito — decir «En mi opinión no es un supuesto injustificable» que decir «Pienso»

Al hacer énfasis en el ardid discursivo de presentar lo aparente a través del encadenamiento sin significado de expresiones, Orwell subraya las intenciones políticas de todos los actores que buscan controlar a la población a través de las palabras.

Subraya la complicidad de los letrados al adherir a este tipo de escritura, dada su influencia en la circulación de las ideas. Este activismo «pasivo» es de importancia para los actores políticos ya que cuentan con un impacto aún más grande y legitimado por las pretensiones de verdad con la que éstos elaboran sus discursos. Lo que para Orwell es inaceptable:

En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible. Cosas como la continuación del dominio británico en la India, las purgas y deportaciones rusas, el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón, se pueden efectivamente defender, pero sólo con argumentos que son demasiado brutales para que la mayoría de las personas puedan enfrentarse a ellas y que son incompatibles con los fines que profesan los partidos políticos. Por tanto, el lenguaje político debe consistir principalmente de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras.

Asistimos a la legitimación de la violencia por la escritura. Ese es el factor que Orwell señala como el causante de la degradación del lenguaje: instrumentalizar las palabras, vaciar el significado, oscurecer el discurso. El siglo XXI nos ha dado suficientes ejemplos.

Las palabras y las expresiones necias suelen desaparecer, no mediante un proceso evolutivo sino a causa de la acción consciente de una minoría

Más que buscar la expresión correcta — Orwell no es un manierista — la intención es desmantelar las intenciones al interior de todos los mensajes. Ambicioso propósito que debería ser de estricto cumplimiento para las personas que trabajan con las palabras.

Como ejercicio de depuración, por ende de honestidad, Orwell fue coherente con los mandatos de una escritura que señalaba cuando el lugar común aparecía en la mente y en los mensajes de sus lectores. Su crítica a todo totalitarismo sigue vigente por la fuerza de sus palabras.

Ese es su legado, que esboza con claridad en La política y el lenguaje inglés.

Uno no puede cambiar esto en un instante, pero puede cambiar los hábitos personales y de vez en cuando puede incluso, si se burla en voz bastante alta, lanzar alguna frase trillada e inútil — alguna bota militar, talón de Aquiles, crisol, prueba ácida, verdadero infierno, o algún otro desecho o residuo verbal — a la basura, que es donde pertenece.

Para concluir, compartimos un texto que comulga en la línea que hemos descrito del escritor.

Nuestro hombre mirando al presente. Fuente.

Siguiente entrega: La autoridad y el uso del inglés americano, David Foster Wallace, 18/06/2017

Suscríbanse al boletín para recibir las novedades de Bibliofilia. Prometemos 3 al mes, ni uno más y tal vez uno menos.

Comenten a placer y recomienden con un ❤ en la parte inferior de esta entrada. Sean bienvenidos a esta pasión.

--

--

cerohd
Bibliofilia

★ Creado en 2013, este es el blog del Imaginauta, conocido bajo un anterior avatar como Hijo de la máquina★