La discapacidad de mi hijo

Biblioteca Humana Ibero
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5 min readNov 21, 2017

Rodrigo nació el 3 de enero de 2006. Desde que nos enteramos que venía en camino, fue un bebé muy esperado y amado por sus papás y su hermana Sofía. A pesar de que tuve una pequeña amenaza de aborto en las primeras semanas de embarazo, el resto de este fue perfectamente normal. A las 36 semanas nació un hermoso y sano bebé, que llegó a su casa 2 días después de haber nacido.

Rodrigo era un bebé hermoso… un poco más chico y bajo de peso de lo normal, pero nada que nos preocupara. A los diez días de nacido lo llevamos a su primera visita de doctor, toda la familia junta.

Fue ahí cuando el pediatra lo vio y dijo: “hay algo que no me gusta, este niño tiene algo genético”.

Al día siguiente nos confirmaron clínicamente que Rodrigo tiene Síndrome de Down. Solo había que hacerle unas pruebas de sangre y un cariotipo para confirmar qué clase de Trisomía 21 tenía.

El primer sentimiento fue de mucho miedo: nadie te prepara para recibir esa noticia. Además, no sabía lo que en realidad era el Síndrome de Down.

Me pasaron muchas preguntas por la cabeza: ¿qué es eso? ¿cómo voy a sacarlo adelante? ¿qué se tiene que hacer? ¿qué le va a pasar a mi bebé? ¿qué voy a hacer si tengo otra bebita de sólo 1 año y pocos meses? ¿voy a poder? Pero el sentimiento más importante que tenía era lo enamorada que estaba de mi Rodrigo: el profundo e incondicional amor que siento por él desde el primer instante en que lo vi sin saber su condición. Es eso lo que me ha impulsado todos los días hasta hoy.

En ese momento empezó mí recorrido por doctores y terapeutas. Empecé a leer y a informarme todo lo posible sobre el tema; a tomar las decisiones que a mi consideración eran las mejores para él y para su rehabilitación. Al mismo tiempo comprendí que mi objetivo más importante con Rodrigo, al igual que con Sofía y con cualquier otro niño, era el de hacer todo lo que estuviera en mis manos para que fuera un niño feliz.

En ese momento empezó mí recorrido por doctores y terapeutas. Empecé a leer y a informarme todo lo posible sobre el tema; a tomar las decisiones que a mi consideración eran las mejores para él y para su rehabilitación. Al mismo tiempo comprendí que mi objetivo más importante con Rodrigo, al igual que con Sofía y con cualquier otro niño, era el de hacer todo lo que estuviera en mis manos para que fuera un niño feliz.

El camino no ha sido fácil; ha estado lleno de momentos de desesperación y de frustración. He aprendido a reconocer todas las bendiciones que nos rodean, por más pequeñas que parezcan.

Rodrigo es el gran maestro de mi vida. Me ha enseñado que lo único que se necesita para lograr las metas que nos fijamos en la vida es tener constancia y paciencia.

Ser la mamá de Rodrigo me llena de un orgullo y una emoción indescriptibles. Cada vez que veo a Rodrigo veo la imagen de un triunfador de la vida. Antes que nada es un niño feliz, pero además es independiente, seguro, simpático y lleno de vitalidad. Es un ejemplo para mí, para su hermana Sofía y para todos los que lo rodeamos; nos ha enseñado cómo vivir la vida de manera simple. Cómo disfrutar los detalles más pequeños que nos rodean. Cómo ser constantes y hacer las cosas con empeño.

Rodrigo empezó entrenando natación en un equipo de Olimpiadas Especiales, una organización dedicada a la inclusión de personas con alguna discapacidad. Desde que entramos a Olimpiadas Especiales, ha participado en diferentes eventos sociales y deportivos, y además ha participado en entrevistas de radio y de televisión haciendo funciones como Atleta Líder.

El deporte ha ayudado muchísimo a sus niveles de concentración y a su condición física; le da la oportunidad de sentirse parte de un equipo.

Además, tiene la virtud de ser un deporte inclusivo y en el que su hermana también entrena; esto ha afianzado su autoestima.

Actualmente, Rodrigo lleva casi un año entrenando en el equipo especial Nido Águila con grandes satisfacciones. Ha aprendido a jugar y trabajar en equipo, a seguir instrucciones, a trabajar por un objetivo común y sobre todo ha desarrollado un gran sentido de pertenencia con su equipo y entrenadores.

Olimpiadas Especiales representa no sólo para Rodrigo, sino para toda nuestra familia, la experiencia de lo que implica vivir la inclusión. El hecho de vivir unificados y de, orgullosamente, formar parte de este movimiento.

Ser la mamá de Rodrigo es una experiencia de vida, de aprendizaje, de crecimiento personal y de amor que difícilmente se puede vivir de otro modo. Para mí, Rodrigo es un ejemplo de vida, ya que no hay discapacidad que lo pueda limitar.

“Llevo casi 4 años trabajando como Directora de Vinculación Institucional de Olimpiadas Especiales México, trabajo que más que ser un trabajo es una experiencia de vida maravillosa que me ha dado la oportunidad de realizar una actividad 100% coherente con mi vida, mi forma de pensar y de sentir. Trabajar de cerca con personas con discapacidad intelectual es una experiencia que todos deberíamos tener, al menos en algún momento de nuestra vida, ya que el aprendizaje diario, el crecimiento personal y la alegría que ellos transmiten difícilmente se encuentran en otra parte”.

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