Perdonar Como Camino Hacia la Liberación

Biblioteca Humana Ibero
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6 min readNov 17, 2016

E n un mundo en el que pareciera que todo está fuera de nuestro control, el perdón parece no tener cabida. Llegamos aquí sin, al parecer, haber hecho nada para “merecer” el castigo de vivir. Es así que se vuelve muy fácil encontrar a nuestros primeros victimarios: nuestros padres. ¿Quién diablos les dio autorización para traerme aquí? ¿Yo qué tengo que ver en todos sus traumas por perpetuarse, por tener una pequeña imitación de ellos para sentirse más valiosos, más útiles?

Luego, por si fuera poco, no me preguntaron si las condiciones socio-económicas en que ellos vivían me parecían propicias, y mucho menos pidieron mi opinión cuando decidieron hacerme parte de ese odioso clan, llamado religión, al que fui integrado después de recibir un chorro de agua hirviendo en mi cabeza (qué vacilada, ¿no?).

“Ojalá en ese momento, ahora sí, hubiera yo podido empezar a decidir por mí mismo, pero no… eso no había sido ni una décima parte”.

Tú, como yo, te viste enfrentado a esa extraña institución llamada escuela, y creíste que era algo normal, que todos debíamos ir y que así había sido desde la eternidad… cuando por fin te enteraste de que hace ni doscientos años nadie consideraba necesario que un niño de tres años fuera a pasar la mitad de su día en un salón.

Pero como no te lo cuestionaste, seguiste yendo.

Pasaste por la odiosa primaria, en donde un grupo de histéricas maestras que probablemente descargaban su insatisfacción sexual en contra de unos pobres niños –tú, entre ellos, claro– enseñaban cosas inútiles, como la diferenciación entre agudas, graves y esdrújulas, sin que saliera de tu cabeza el repetitivo n, s o vocal. Para empeorar las cosas, seguro, tú, víctima del mundo, tuviste que estar en una escuela religiosa (si no eres de este grupo, te felicito). Creciste escuchando que cada vez que querías juguetear con tus genitales estabas clavándole más profundamente las espinas de la corona a Jesús de Nazaret, quien, como dato curioso, no está en este mundo desde hace más o menos dos mil años. También tuviste que ir a hincarte en un confesionario para aceptar tus terribles culpas, como no haber ido cuarenta y cinco minutos en domingo (o en sábado a partir de las seis de la tarde) a escuchar a un señor vestido con una sábana blanca, para que te dijera qué tan mal cristiano habías sido.

Y bueno, podemos continuar y continuar, llegar hasta el final de la vida de una persona que cumplió ochenta y nueve años antes de morir, y cuyo camino fue uno plagado de infortunios, pero, más importante que nada, infortunios inmerecidos e infringidos por otros. Siempre otros. Siempre afuera.

Ahí está la mirada del ego: afuera.

“No te hagas el que no conoces al ego: lo has visto de pies a cabeza y platicas con él a diario”.

Si estás en un nivel tan hundido de inconsciencia, te lo presento: el ego es el que todos los días te invita, tras la fachada del “éxito” y la “superación”, a menospreciar tu situación actual. Puede confundirte diciendo que tu pasado era mucho mejor, o que tu futuro debería ser infinitamente superior a tu presente.

Sí, el ego es el amo del pasado y del futuro: el chiste es no dejarte ver el momento presente nunca.

El ego nunca vive en el momento, ya que todo juicio del presente lo hace a partir de experiencias pasadas, poniéndole así, un velo a la oportunidad de mirar con ojos nuevos al momento maravilloso que está frente a ti. Por eso, Jesús –y no, no ese Jesús que te enseñaron los que hacen negocio con su imagen– decía que para entrar en el Reino de los Cielos hay que hacerse como niños, como aquel que mira todo como la primera vez. El Reino no es otra cosa más que la conciencia, y ésta, no es otra cosa más que ser feliz, lo cual implica ser responsable y dejar de culpar a los demás por todo lo que nos pasa. ¡Ups! Sí, perdón, se me olvidó decirte al principio, que, aunque no lo recuerdes, sí decidiste venir a este mundo, y tus padres, poco o nada tuvieron que ver con tu decisión. De igual manera, has determinado todas y cada una de las experiencias que vas a vivir confundido en un cuerpo, hasta que se te dé la gana despertar, lo cual puede nunca suceder… eso depende solamente de ti.

“Existe, además del ego, otra voz que también habla en tu mente, pero con una fuerza tan sutil debido al ruido que le metes, que a veces se vuelve casi imposible oírla. Esta voz es el Espíritu”.

El Espíritu es el que te invita a dejar de culpar, a dejar de buscar culpables adentro para reconocer la inocencia de todos. Si yo soy responsable de lo que elijo vivir, nadie tiene la culpa de lo que a mí me sucede. Ésta es la voz del Espíritu y éste es el verdadero perdón. Existe una confusión de niveles, en la que, en principio, me asumo un cuerpo, vulnerable e imperfecto.

No es que el cuerpo no sea vulnerable e imperfecto: ¡claro que lo es! La confusión existe en tanto que yo creo ser un cuerpo, cuando soy mucho más que eso.

Piensa ahora en todas las personas a las que crees haberles hecho daño, por lo cual te sientes culpable. Imagina, entonces, que vienen a decirte que todo aquello que te hace sentir culpa es una ilusión de ambos, un papel que los dos decidieron jugar: la víctima y el victimario; y que, por lo tanto, no tiene nada que perdonarte, pues el espejo (es decir, la otra persona) sólo les reflejó su nivel de conciencia. ¡Ah, qué alivio! ¿No? Así funciona el verdadero perdón.

“El ego, en sus infinitos intentos por confundirte, te presenta otro tipo de “perdón”, que no tiene ningún efecto real, y lo único que hace es seguir extendiendo la culpa hacia fuera. Este “perdón” dice: hermano, has pecado en mi contra, pero como yo soy mejor que tú, te perdono. Analiza todas las veces que has dicho “te perdono”.

Se parece mucho a esto, ¿no es así? El verdadero perdón es hacia uno mismo por haber creído que era vulnerable y haber querido culpar a otros de esta atormentante idea, queriendo hacer parecer reales los ataques. Claro, en el mundo del cuerpo, templo del ego, eso parece posible. Pero repito, no eres un cuerpo, y por lo tanto, nada en realidad te ha sucedido: ¡eres invulnerable! Esto es justamente lo que Jesús, el hombre más sabio que ha pisado la tierra, vino a enseñar. Claro que es difícil tomarse a Jesús de Nazaret en serio si lo vemos desde la perspectiva de la Iglesia Católica, que en su gran confusión, intenta perpetuar la culpa, como si ése hubiese sido el mensaje de Cristo. Todo lo entienden de manera superficial, y están más preocupados en la “magia” (Jesús está en un pedazo de pan sin levadura, Jesús caminaba sobre el agua) que en su verdadero mensaje. “Si el grano de trigo no muere se quedará solo. Pero si muere, dará un fruto abundante.” Esta frase significa que tenemos que matar al personaje: aquél que se siente víctima, o incluso el que se siente absolutamente exitoso.

“El ego no siempre toma la forma del fracaso, pero una característica es que siempre busca hacernos sentir diferentes, separados de los demás. Si se mata al personaje, entonces podremos dar ese fruto abundante”.

La invulnerabilidad la sentirás el día que decidas ser libre. Tú eres libre aunque no quieras, pero sólo tú eres capaz de reconocer esta verdad. La libertad consiste en elegir la voz de la mente con la que haces frente a las situaciones de la vida: el ego, que reparte culpas, o el Espíritu, que ve hacia dentro y ve en cada experiencia una oportunidad para recordar su verdadera esencia.

“Hasta el día en que sigas echando culpas y sintiéndote víctima de las circunstancias, no hallarás la paz”.

Dale una oportunidad al perdón de entrar a corregir el sufrimiento. Créeme, sé de lo que te hablo.

Por: Luis Fernando Zubieta Ramos

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