El Apple Watch te cambia la vida
Llevábamos meses sabiendo detalles del Apple Watch, su escasa batería, su dudosa usabilidad o incluso utilidad. Pero soy de esa clase de gente que prefiere probar por uno mismo antes que dejarse llevar por la opinión general y decidir si un producto es bueno o malo, útil o inútil. Antes de nada:
¿Si perdiera mi Apple Watch me lo volvería a comprar? Sí.
He titulado el artículo “Apple Watch te cambia la vida” debido a que si hubiera puesto un título menos atractivo no estarías aquí leyendo, así que me esforzaré por mantener tu atención hasta el final del artículo en compensación por ese clic impulsivo que has dado. Entre nosotros, Apple Watch no te va a cambiar la vida en el sentido que no hará hacer más deporte, ni te hará llegar antes a la oficina, ni te hará un persona increíblemente eficaz; pero lo que sí que hará será simplificarte muchas tareas cotidianas, hasta el punto en el que cuando te lo dejes en la mesita de noche recargándose, lo eches en falta de verdad.
Después de un mes de uso de este nuevo gadget de Apple que pretende llegar a unos target más afines con la moda y la tendencia, debo decir que este dispositivo hace muy bien lo que se supone que debe hacer: darte la hora.
El Watch funciona como extensión del iPhone. En sí, es un dispositivo tonto, inútil que poco tiene que ofrecer excepto que te da la hora, te cambia los colores de las esferas y poco más. Sin embargo es el mejor traductor posible entre tus impulsos y tu teléfono hasta llegar al punto de que haya acciones que comiences a hacerlas en tu reloj y las complementes con tu móvil.
Acababa de comprar el reloj, lo llevaba ya en la muñeca y me había dejado el móvil en algún lugar de la casa, enterrado entre papeles, cables y otras cosas típicas de una mudanza, y recibí mi primera llamada. Mi muñeca empezó a vibrar y en la pantalla se mostraba el nombre de mi padre acompañado de dos botones familiares: colgar y descolgar. Decidí descolgar por aquello de que a los padres nunca hay que darles la espalda y escucho: “Víctor, ¿qué tal te viene que mañana vayamos tu madre y yo a verte?” Me acerqué el reloj a los labios con un gesto intuitivo, algo tembloroso y nervioso porque no sabía qué ocurriría, pero sí me imaginaba qué podría ocurrir y con la voz más natural que pude dije: “Claro papá, venid a comer a casa.” Y lo recibió. Continué la conversación con mi padre desde mi reloj. Insólito.
Los primeros días se me hizo extraño consultar tu reloj para ver el email, los SMS (sigo recibiendo SMS, sí) o para ver el listado de tareas. No se me hizo tan raro acostumbrarme a la aplicación de entrenamiento ya que tuve una smart band, en concreto Up de Jawbone (no la compres, me salió realmente mala). Pero poco a poco el reloj te va solucionando necesidades muy puntuales y concretas, y estas las hace mejor que el iPhone. Uso intuitivamente la calculadora del reloj (Calcbot), reviso las pulsaciones cuando estoy haciendo Bodypump o miro el tiempo que hace en el exterior para decidir si me voy dando un paseo desde la oficina a casa o si cojo el metro.
Además, el Apple Watch lleva integrada Siri, con sus bondades y defectos. Y utilizo a Siri de una forma más habitual. Por ejemplo todo lo que tiene que ver con el tiempo se lo pregunto al asistente del reloj: “voy a dormir 30 minutos de siesta” y me pone la alarma, o, “avísame en 10 minutos” y me dice el tiempo exacto para sacar los macarrones del fuego. Además te avisa con unas suaves vibraciones.
En un mes este dispositivo ha pasado de ser un gadget que compré muy dudoso y que tanteé la posibilidad de devolverlo si no me gustaba, a ser un aparato más que cargo gustosamente cada noche porque sé que está ahí para aportar sus pequeñas cosas, tan pequeñas que caben en un display de 38mm.