Consideraciones sobre Evaluación Institucional Universitaria.

Universidad Adventista del Plata
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4 min readMay 29, 2019

El concepto de evaluación, junto al de acreditación y calidad han evolucionado en las últimas décadas. Por esta razón, quiero formular la pregunta ¿qué entendemos cuándo hablamos de evaluación?

Antes de compartir algunas reflexiones en procura de dar respuesta a la pregunta planteada, me permito mencionar que cuando iniciamos un proceso de evaluación institucional como el que estamos desarrollando en la Universidad Adventista del Plata, hemos decidido avanzar hacia el interior de nuestra institución señalando como punto de partida el debate amplio y participativo.

La evaluación es polisémica, lo que nos determina que cuenta con múltiples significados. Si nos remitimos a la raíz etimológica del término, se puede ver que procede del latín “valere”, que significa la acción de tasar, valorar, justipreciar, es decir “atribuir cierto valor a una cosa” (Lukas, 2005).

Eisner sostiene que: “la evaluación como crítica es válida y confiable cuando capacita a alguien (…) para ver lo que, de otro modo, permanece oculto. De la misma manera que un crítico nos ayuda a ver en la película, en el cuadro, en el espectáculo lo que de otra manera permanecería oculto, el evaluador tiene o debe tener solvencia y experticia para ver y ayudar a ver aspectos ocultos de la situación” (p. 16). Einser (1985)

Desde el punto vista epistemológico, se puede concebir a la evaluación como un proceso de búsqueda de información para la toma de decisiones, En este sentido como la definición de evaluación, viene del mundo empresarial, vemos que el conocimiento es fundamental para tomar decisiones sobre “la mejora” y se basa en la búsqueda de información y el análisis de la misma. “Esto significa que la evaluación ha de ser un medio pero no un fin en sí misma” (p. 33).

Frente a este gran entramado epistemológico que nos aproxima a la cuestión respecto a qué es la evaluación, surgen dos nuevas funciones básicas que nos parece oportuno destacar:

a) La de retroalimentación; y

b) La de dar cuenta, accountability.

Estas dos funciones alejan a la evaluación de la función controladora. La retroalimentación y la accountability, son funciones interactivas e involucran a los actores interesados de la evaluación.

A partir de ello puede concluirse que “toda evaluación es un proceso que produce información intencionada y fundamentada, que genera conocimiento que se vuelve sobre el objeto mismo de la evaluación y lo modifica, es decir, significa o representa un incremento progresivo de conocimiento” (Elola, p. 17).

Si consideramos las funciones de la evaluación, existen diversas tipologías y formas de clasificiación, vamos a destacar y elegir la siguiente:

A. La evaluación diagnóstica: nos permite conocer la realidad, contexto, destinatarios, limitaciones y potencialidades del proceso de evaluación, aspecto que facilita la toma de decisiones.

B. La evaluación formativa: tiene que ver con el desarrollo del proceso en sí, y su propósito está directamente relacionado con la mejora y la optimización de la acción formativa. Permite el ajuste del proceso, modificar las estrategias y el cambio de rumbo.

C. La evaluación sumativa: muestra los resultados obtenidos y la información surgida orienta a la toma de decisiones en lo que respecta a la Certificación, la Promoción, la Habilitación y la Acreditación.

Así, a lo polisémico asociado al término de evaluación tal como fuera mencionado inicialmente, en el contexto de la educación deben considerarse cuestiones particulares. Al respecto, “como señala Simons (1999), la evaluación en el ámbito educativo es un fenómeno altamente político, ya que ‘alimenta’ de distintas formas y a diferentes niveles las decisiones que se toman sobre la realidad educativa. Y es un fenómeno cultural porque implica que se deben realizar cambios en las prácticas y éstas están asentadas en tradiciones culturales, en propensiones y resistencias. En este marco, la evaluación universitaria no está exenta de dimensiones problemáticas” (citado en Aiello, 2011, p. 24).

Resulta fundamental concebir a la evaluación como un proceso sistemático de producción de información intencionada o fundamentada, que genera conocimiento. Consideramos a la evaluación como un proceso de retroalimentación permanente, tanto en cuanto a su finalidad como respecto a sus diversos momentos en los que se desarrolla involucrando a los distintos actores involucrados en la misma.

Tal como argumenta Escotet (2002) reforma y evaluación permanentes se tornan en “procesos interdependientes e interactivos para que la universidad pueda aproximarse a la capacidad de anticipación que se espera de ella” (p. 24). De esta forma, entran en escena conceptos vinculados a la calidad educativa, la mejora continua y la cultura de la evaluación permanente , como parte del proceso de retroalimentación del proceso de evaluación.

Como mencionaba al comienzo, avanzar hacia el interior de nuestras universidades tiene como punto de partida el debate amplio y participativo “para dar nuevas bases conceptuales y metodológicas para procesos de mejoramiento de la calidad de las universidades a partir de nuevos e innovadores modelos de organización institucional y académica que tiendan a alcanzar una gestión autónoma, socialmente eficiente, democrática, participativa, responsable y pertinente” (Fernández Lamarra, Aiello y Grandoli, 2013, p. 31).

El desafío no es menor, pero no lo podemos eludir. Nos coloca frente a la necesidad de innovación a nivel de cultura organizacional, de cara a los cambios a los que enfrenta su contexto en el presente siglo.

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