El vino un buen compañero de mesa
Comenzamos con este inicio sobre como el vino es un ideal compañero de alimentos cocinados o no. Presentamos una primera parte de cuatro.
En la dieta mediterránea, beber vinos en las comidas es un hecho cultural, es un nexo tan evidente que, parece imposible que alguien se plantee su separación.
El vino se considera en nuestra dieta como un alimento en si mismo, con propiedades nutritivas y terapéuticas, siempre en su justa medida, por supuesto.
En el acompañamiento a los platos es, donde el vino muestra su verdadera importancia y relevancia, resaltando las cualidades del plato, acompañándolo de forma respetuosa sin imponerse al alimento sólido que acompaña.
Hay una norma, no escrita, que imponía matrimonios entre pescados y vinos blancos, carnes y vinos tintos y arroces, pastas y vinos rosados. Estos enlaces, aunque pueden servir como algo iniciativo y muy genérico, están superados, ya que, en algunos casos pueden dar lugar a verdaderas barbaridades.
Pongamos algunos ejemplos de contrariedad en el maridaje de algunos platos, aplicando la norma antes expuesta. Imaginemos un marmitaco o un bacalao a la riojana, acompañado por un blanco joven, afrutado y bien frío. Es seguro, que ante la contundencia de cualquiera de estos platos, el comensal beberá grandes cantidades de vino, hecho este que, es tan poco deseable como el que se abstenga. Del mismo modo, supongamos un plato de carnes suaves con un vino tinto de Toro. Esto supondría la ruina del plano y del bodeguero porque el comensal tendría suficiente con un solo sorbo.
Por no hablar del “todo vale” para los rosados, se intentan acompañar con una gran variedad de platos a modo comodín y al final no contentan a nadie.
Para cada plato hemos de buscar su complemento vinícola más adecuado, buscando siempre el respeto a los gustos individuales y las costumbres culinarias de cada uno.
Si queremos servir la copa en vino debemos tener presente algunas consideraciones.
