El hombro del abuelo

Tal vez el fútbol no lo sabe

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3 min readMar 22, 2020

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El hombro del abuelo | Jorge Faruelo

Por Álvaro Silva Muñoz

Voy a escribir de una. No voy a consultar Internet y sus fuentes infinitas de datos para contar la historia con exactitud porque no es lo que importa. Tengo el recuerdo fresco de lo que sucedió aquella tarde de miércoles hace más de 30 años .

Se había pospuesto el partido del fin de semana, no recuerdo si por lluvias o por actividad internacional, por disponibilidad de jueces u otro motivo.

La tarde estaba espectacular, soleada y primaveral. Los miércoles iba siempre a almorzar a la casa de mis abuelos paternos porque hacía base para cambiarme e ir a realizar las horas de educación física del liceo en la pista de atletismo del Parque Batlle de Montevideo. Pero, como había pasado el fin de semana con el fútbol, ese día también coincidió y se suspendió la clase porque el docente tuvo algún inconveniente. Casualidades.

Igual fui a la casa de los abuelos. Iría a almorzar y luego a estudiar y continuar con mis actividades. Cuando llegué comenté que no tendría educación física, a lo que el abuelo — siempre lúcido — rápidamente contraofertó:

— Entonces, vamos a ver a Nacional al Estadio — dijo sin preguntar.

No era un partido fácil. Era el Wanderers de — digo de memoria y supongo — Di Pascua, la China Báez, Peletti, Madrid y Rebollo, entre otros. Tal cual. A los 25 minutos ya ganaban 2 a 0. Y jugando muy bien. Estábamos en la tribuna Ámsterdam y el abuelo ya se mostraba algo arrepentido de la invitación que me había hecho. No recuerdo muy bien la distribución de los goles en los minutos siguientes, pero el hecho es que Nacional llegó a los tres minutos finales del partido ganando 3 a 2. Lo había dado vuelta. El tercero, lo recuerdo claramente, fue cerca de la mitad del segundo tiempo, lo vimos perfecto desde nuestra ubicación. El abrazo con el abuelo fue interminable. Del arrepentimiento pasó a la euforia.

— Me voy al baño y nos vamos — me dijo.

Parecía todo controlado.

Pero de repente volvió y me encontró llorando, solo, en la tribuna, mientras la gente se retiraba con ligereza.

— ¿Qué pasa? ¿Qué pasó? — preguntó con sorpresa y preocupación.

Sólo atiné a mostrarle el tablero electrónico que ya funcionaba en la tribuna Colombes: Wanderers 4 — Nacional 3. En el minuto final y en los descuentos, Nacional se distrajo, entregó mal algunas pelotas y Wanderers aprovechó, hilvanó muy bien los pases y acertó en la puntería final. Yo lloraba como si fuera la final del Mundo. Desconsolado.

El abuelo no dijo nada, pero advertí que su semblante también se desfiguró. Se hizo fuerte siendo bastante menudo, me levantó y me puso su hombro a mi costado. Caminamos las gradas, las escaleras, las veredas del Estadio y llegamos al ómnibus, todo eso sostenido sólo por su hombro mientras yo seguía llorando. No intentó calmarme. Tampoco ensayó explicaciones a las personas que se preguntaban qué pasaba. Delineó el silencio con su hombro, un silencio paradójicamente ausente de palabras pero siempre presente en la historia de mi vida.

Un miércoles cualquiera, una tarde cualquiera, un partido cualquiera, es fuente del recuerdo más fuerte. Tal vez el fútbol no sepa que provoca también estas cosas.

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Lectura, discusión y disidencia con un yo literario y narrativo distinto. Historias contadas, sentidas y vividas por el que escribe. Como todas, como siempre.