Docencia: La Perra Más Ingrata de Todas

Un mensaje de preocupación para estudiantes y padres de familia coprometidos con la educación

Mariano Morales Ramírez
Borra del Café v.2.0
17 min readMar 15, 2024

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Photo by Edwin Andrade on Unsplash

Lo siguiente es una respuesta honesta a la resistencia y los ataques consecutivos que recibo de padres, estudiantes y docentes, a los chismes engañosos y a los intentos de hacerme cesar la implementación de nuevas herramientas tecnológicas y nuevas formas de enseñanza y de evaluación; de dejar de fomentar buenos hábitos de práctica y exploración. A quien solicita mi renuncia y me quiere separar de las aulas, le escribo estas líneas honestas:

Soy lo suficientemente inteligente para saber que quizás no sea el profesor más experimentado y, a pesar de mi preparación (y competencia, de lo contrario no me habrían contratado), mi edad siempre ha sido un blanco para los padres: y es natural. También sé que no soy el maestro más enérgico o creativo para dar clases, pero creo que mis estudiantes pueden ver que le dedico tiempo a preparar cada clase y cada documento del curso que creo con LaTeX y que no descargo nunca de internet.

Pero por encima de todo, sé dónde estoy parado y contra qué estoy luchando. Sé en qué he fallado como profesor, y sé qué sigue fallando. Créeme que puedes estar seguro de que también soy absolutamente consciente de las cosas que representan una amenaza para mí y que pueden bien separarme de seguir haciendo mi labor docente.

Las calificaciones de matemáticas se publicarán mañana. Muchos nunca habían recibido una calificación tan baja en su vida, algunos otros nunca habían sido buenos en Matemáticas pero esta vez sí lo fueron, y por supuesto, algunos otros recibirán más del máximo de puntos disponibles porque así es como elegí configurar la clase desde octubre de 2017. Algo fuera de lo “permitido”. Algo, según algunos “inventado que se trajo de sus estudios en Estados Unidos”. Antes de presentar la razón por la que menciono esto, creo que vale la pena darte contarte una anécdota de mi desarrollo y que más tarde podrás validar, si llegas al final.

Como estudiante universitario, y también como estudiante de prepa, falté a clases y me quedé dormido en más de una de ellas. Falté a clase en más de una ocasión para trabajar en la tarea de otra clase, y también estuvo la vez que falté a clase para dormir una hora más. O por que me quedé dormido y no me levanté. Sí, reprobé un examen, y sí, me devolvieron tareas más veces de las que puedo recordar. Naturalmente, pasé incontables horas tratando de llegar a la versión perfecta y final en mi proceso de revisión, que usualmente terminaba viéndose algo así: Vietnam-essay.docx, Vietnam-essayfinal.docx, Vietnam-essayfinalv2.docx, Vietnam-essay-finalversionv2realv3.docx, Vietnam-essay-finalversionv2realv3-final.docx, […v3-final-revised.docx], y así sucesivamente. Guardaba correcciones y versiones de mis ensayos, y eso es algo que desearía haber apreciado en ese entonces. Sé que la mayoría de mis compañeros o mis amigos de la universidad, si no todos, pueden relacionarse con esto y pensar en una tarea particular que los puso en esa situación.

Aquí está el por qué te estoy diciendo esto: Me inscribí en un curso de Historia de Estados Unidos de 120 estudiantes aproximadamente. La sala de conferencias era intimidante y nunca olvidaré el primer día de clase: a miles de kilómetros de casa (Monterrey, México), estaba a -11° Celsius (12° F, y nunca había experimentado algo menos de 32°F o 0°C), y sabía aproximadamente nada sobre la historia de Estados Unidos — por supuesto, siendo un mexicano que estudió en México hasta la preparatoria, tenía poco o ningún conocimiento sobre esto — mi currículum estaba ocupado con la Historia de México — o al menos esa es mi mejor excusa.

Recuerdo que había revisado y leído el programa probablemente 5 veces la noche anterior. Estaba, por supuesto, aterrorizado por la configuración de la clase. Era simple: los exámenes parciales por sí mismos constituían el 60% de la clase, el 20% era el ensayo y el 20% el final (del cual podías excentar si tenías asistencia perfecta y algunas otras condiciones que no recuerdo hoy).

El instructor quería que tuviéramos una idea de las distribuciones de calificaciones que eran típicas para sus cursos de Historia de EE. UU.: el 9% de los estudiantes en la clase obtenían una A (90+), el 21% obtenía una B (89–89), el 36% obtenía una C (70–79) y el 14% una D (60–69, que era una calificación de aprobación solo para cursos no principales). El resto o abandonaba (DR) la clase o recibía una F (<60). Sin embargo, lo que siguió a continuación sí captó toda mi atención. Esto nunca lo olvidé porque me impactó tanto que lo conté a mis padres esa misma tarde y no lo pude sacar de mi cabeza por semanas.

Puedes intentar imaginar pero no lograr hacerlo, cuál fue mi sorpresa cuando un señor mayor con un aspecto tan anticuado (probablemente tenía el estereotipo de villano más vívido que he encontrado) con cabello blanco largo hasta los hombros y vistiendo un blazer de motociclista de cuero negro entró en la sala presentándose:

Buenos días, soy Ron Milam. Puedes llamarme Milam o simplemente Dr. Milam, de cualquier manera está bien para mí. Seré tu instructor para este curso, que es HIST 1301. Asegúrate de estar en la sala de conferencias correcta. He hecho disponible el programa en línea…[…].

Hasta ahora todo bien. No esperaba que ese tipo fuera un profesor. Solo quiero contextualizar cuán impactante fue esto para mí: primero, todos mis profesores habían sido profesores la mayor parte de sus vidas, ciertamente todos mis profesores de historia habían estado enseñando historia toda su vida y algunos de ellos cambiaron de historia a física y luego de vuelta a historia mundial y luego después de que el profesor de matemáticas renunciara fue asignado para enseñar matemáticas. En otras palabras, estaba acostumbrado a que me transfirieran contenido, lo cual nunca es algo malo, especialmente cuando la persona — o el profesor — en realidad hace una lectura y una investigación sustancial antes de hablar sobre el tema en clase. Mis profesores de matemáticas, bueno, recuerdo haber tenido como 4 o 5 en la secundaria. Ninguno de ellos sabía lo que estaba haciendo.

No soy tan viejo como para haber olvidado esos días de la preparatoria y las clases que me tomé. Recuerdo la credibilidad que los profesores imponían y que nosotros — con razón, quizás — les comprábamos.

Usualmente, estas personas me pedían que me cortara el cabello, que me fajara la camiseta y que dejara mis jeans holgados en casa. Mis padres me habrían matado a esta edad si me hubiera hecho un tatuaje. Me hice mi primer tatuaje cuando tenía 25 años, y nada tenía que ver con el Dr. Milam o la Guerra de Vietnam — según yo.

Puedes ver hacia dónde voy con todo esto: este tal Dr. Milam no era lo que esperaba y se convirtió en un actor transformador en mi vida. Aquí hay un enlace a su sitio web. Puedes validar todo lo que te estoy diciendo.

Estaba lejos de comprender los inadvertidos efectos de la intolerancia, el prejuicio y los conceptos erróneos y malformados que traía de mi tan valiosa ‘educación privada’.

Volviendo a la evaluación: mis exámenes durante la preparatoria fueron duros. Quiero decir pesados. No recuerdo una época en la que trabajé más duro — o más tiempo, debería decir — que cuando era estudiante de prepa. Tenía 7 u 8 cursos por semestre. Pagaba cerca de $50,000 por semestre que en México, considerando el poder adquisitivo, se puede traducir a $100,000 por semestre, y eso que tenía una beca sólida del 50%.

Sí, recibí una educación valiosa de la mayoría de mis profesores, y aprendí que las calificaciones vienen fácilmente cuando persigues el conocimiento y no un punto. Desarrollé hábitos, sí, pero no puedo imaginar un momento más rico en aprendizaje y en crecimiento personal como en mis tiempos de estudiante universitario. Mi profesor de Cálculo Diferencial cambió mi vida y mi visión de las matemáticas al punto en el que ahora intento replicar todas sus estrategias, técnicas y métodos de enseñanza de tal modo que pueda acercarme aunque sea un poco a su trascendencia como docente.

Con todo esta educación, todas estas oportunidad y conocimientos, créeme, aún así, hubiera preferido asistir a una escuela pública y ahorrar todo ese dinero a mis padres,el cual en cierta medida, pudo haber dado a mis hermanos una mejor infancia (que tuvieron, pero pasamos por tiempos difíciles). Estudiante del Tec, bilingüe, con notas altas, yo era según muchos, un perfil prometedor. Pero tenía una barrera de mil pies de altura frente a mis ojos. Tenía una idea enredada del éxito. Tenía el dinero como meta final. Entré en uno de los programas más demandados y competidos de la nación: Ingeniería Petrolera en Texas Tech University por dinero. Reconozco que tomé una mala decisión. Aunque no me arrepiento haber hecho mi minor en Mathematics. O quizá tomé una decisión por las razones equivocadas. Porque aún así, obtuve herramientas invaluables, y que sin ellas no habría podido desarrollarme en mis procesos de pensamiento científico ni tampoco mis tantas otras habilidades que obtuve en la universidad.

¿Era esta parte de mi plan? ¿Sabía a dónde iba, o las cosas que estaba destinado a aprender?

Era un devorador de contenido y un As en los exámenes. Estaba tan contaminado por la sociedad, el consumismo, las ideologías falsas de emprendimiento y de un ambiente asfixiante impulsado por la competencia malsana.

Ah, cómo me sorprendió ver al Dr. Milam hablar durante la primera clase. Había estado en Vietnam en la década de 1960 y había luchado en la guerra. Mi profesor de historia era un veterano de Vietnam. ¡No mames! Sí, esa fue mi reacción. Así de alarmante como es para ti quizá escucharme escribir eso. En ese punto, después de que brevemente terminara de presentar el curso y a sí mismo, automáticamente dejé de hacer cálculos en mi cabeza.

‘Si obtengo un 80 en el examen, y hago un gran ensayo (quiero decir, la preparatoria era todo sobre ensayos, y mis profesores de literatura eran estrictos en revisar ensayos como no podrías imaginar), y digamos, promedio de 90 en los cuestionarios, quizá alcance a sacar una A.’
Eso ya no me importaba más. Así que cuando comenzó a hacer estas preguntas retóricas sobre tal presidente o referenciando la ubicación de Vietnam en el mapa como clave para una misión tal, me di cuenta que estaba frente a algo más que una ordinaria clase de historia. Tenía que saber todo lo que se suponía que debería saber. Por supuesto que no iba a cambiar la conferencia en consideración del 8% de estudiantes internacionales que se suponía tenían suficiente capacidad para estar en esa clase — después de todo, no sabía qué privilegiado era de tenerlo como profesor hasta que comenzó a dar clases sobre Vietnam. No te olvides que este no era un curso sobre la historia de Vietnam, era un curso para satisfacer el currículum básico del sistema universitario de Texas), que naturalmente y obviamente, era lo que él sabía que podía darnos mejor. ¿Porqué quejarme de un contenido que me está sumando más valor que aquel que está impreso en los libros de historia? ¿Porqué no está en los libros, o porque no me interesa Vietnam? Qué tonto fui.

Imagina a alguien describiendo cuánto ama a su familia: ciertamente esperas escuchar cosas bonitas. Esperas de los soldados que hablen sobre sus familias y cuánto las extrañaban. Esperas escuchar cuánto desean volver a Estados Unidos, pero no esperas escuchar que en la guerra, la razón número 1 por la que luchas, no es tu familia, sino tu compañero: el que vigila tu espalda y te mantiene vivo para que puedas volver a tu familia.

Difícil de creer si lo lees en texto. No puedes entender casi la profundidad de esas líneas si lo lees en un libro de historia la noche antes del examen. No puedes darle sentido hasta que el conocimiento encuentra su valor en tu atención. Hastas que descubres el tremendo poder que trae el conocimiento. Quizá para muchos sea irrelevante, pero yo aprendí más de lo que me imaginé podría aprender del Dr. Rom Milam.

Dejé de preocuparme por los puntos en el momento en que comencé a asistir a la clase para aprender, en el momento en que comencé a construir los cimientos de confianza y seguridad que el conocimiento brinda. Para esa clase, escribí por primera vez un ensayo sin esfuerzo porque antes de siquiera empezarlo, ya tenía mil preguntas del tema, una idea de tesis clara y definida, y sobre todo, sed de saber. Sed de aprender. Estaba ansioso por aprender sobre la Guerra de Vietnam. ¿Qué carajos, quién podría haberlo imaginado? ¿Yo? Ni de broma. Juro que no sabía la posición exacta de Vietnam en el mapa. Claro que la sé ahora, la supe esa misma tarde del 9 de enero de 2012.

Esa misma tarde aprendí eso, y tantas otras cosas que era impensable en mí sentir tanto interés en una clase de historia de los Estados Unidos. No se me asignó leer del tema, ni tampoco tenía un examen al día siguiente. No estaba tratando de probar conocimiento a nadie. Estaba inspirado. Estaba explorando la verdadera calidad educativa, estaba derribando los muros que tenía frente a mí desde que crecí en estos colegios privados.

Sigo teniendo esa gran duda ¿qué había estado recibiendo como educación? ¿realmente era tan cara? ¿Me impidió dicha educación admirar a mi profesor tatuado, a quien si mis padres hubieran conocido, habrían criticado? Y aunque me siento como la persona más afortunada del mundo por tener a los padres que tengo, sé que si él hubiera sido profesor en mi secundaria o en la prepa, lo habrían invalidado. Habrían hecho comentarios. Habrían quizá criticado. Eso es lo que nosotros los mexicanos — sin tratar de generalizar — estamos siendo enseñados desde el jardín de infantes: a criticar lo que no es parte de nuestra realidad. Estamos engañándonos al pensar que la educación depende de la escuela a la que asistan. Nada puede ser más falso. Puede relacionarte, y conectarte con gente con mayores oportunidades, sí. Pero ni eso es tan bueno si no tienes hábitos o habilidades sobresalientes, ni son obligatoriamente ponderantes en tu vida profesional. Mírame a mí que me salí de mi país para empezar de cero, literal, en una universidad americana. Mis amigos de la prepa, de la secundaria y de la primaria pudieron haber sido otros, yo igual hubiera estado allí. Lo sé porque no fue la escuela, ni tampoco mis compañeros los que me pusieron las ganas de aprender.

Fueron mis padres al darme el inglés como segunda lengua, al permitirme jugar videojuegos cuando crecí (dime si jugar en línea con personas de otro país discutiendo en inglés para lograr un objetivo común no es una habilidad que supera por lejos cualquier actividad de trabajo en equipo en el aula), y que me inspiraban a ser el mejor y a aprender por mi cuenta. Alimentaban mis intereses, y jamás, ni un solo día de toda mi educación, mis padres se pararon a hablar con alguno de mis profesores o directores para defenderme de algún tipo de injusticia. Porque me hacían respetar a mis maestros, y también a lidiar con aquellos falsos profetas de la educación de tal modo que no me tuvieran como blanco. Claro que la educación marista formó hábitos, valores y un gran sentido de fraternidad y familia, pero también es cierto que la educación que necesitamos, nunca vendrá de las maneras que experamos, ni tampoco en los tiempos que queremos.

Mi prepa se trataba de estudiar el libro de texto y de trabajar en equipos y de resolver esto y lo otros, y también aquello y la cosa de la otra cosa que ya ni puedo hoy recordar. Estequiometría en la escuela secundaria: incontables horas sufriendo tratando de hacer que soluciones complejas encuentraran un equilibrio hasta el punto de que la química se trataba sobre matemáticas y el resultado ni siquiera tenía un sentido para mí ni para el tema. Sabía cómo hacer que compuestos teóricos tuvieran los mismos neutrones y protones que estos otros. ¡Genial! Obtuve crédito por ello, ¿ahora qué? ¿Qué diablos podría hacer con ese conocimiento? ¿Por qué pasé tanto tiempo estudiando algo sin buscar conocimiento en lugar de puntos? Claro que al día siguiente, o por lo menos al semestre siguiente, ya todo ese “conocimiento”, se me había olvidado.

Y esto no fue culpa de mis profesores. Ellos eran, sin duda, bastante buenos en lo que hacían, incluso los que no eran tan buenos, estaban ahí por una razón. Porque algo tenían que enseñarme, fuese o no de su materia, fuese o no de la forma en la que ellos e incluso yo, esperara.

Y me prepararon bien. Recuerdo que en el tercer semestre tuvimos que leer 4 libros en mi clase de Literatura (IB Nivel Superior), uno de ellos siendo Cien años de Soledad, de Gabriel García Márquez. Literatura era una clase de 2 sesiones a la semana, y mis compañeros no me dejaran mentir y seguramente el programa de Lite de la Prepa Tec siga siendo igual o muy similar. Otros libros eran por ejemplo Todos los Fuegos el Fuego, o Rayuela, de Cortázar. Además, ya sabes, mis otros 6 cursos que cada uno tenía su propio programa riguroso. Y créeme que los leía. Encontraba el tiempo y aunque pasé muchas horas estudiando y leyendo, al final obtuve lo que la prepa y mis profesores estaban destinados a ofrecerme con eso. Ciertamente estaba preparado y tenía mi parte de trasfondo cultural, pero no creo que esto sea cierto para la mayoría de los estudiantes de las nuevas generaciones — al menos esa es mi perspectiva general en mi contexto.

Esto es lo que es verdaderamente aterraor: muchos estudiantes compartieron el mismo argumento que yo pero en una manera preocupante.

“Es que tengo que iniciar sesión a 3 plataformas y me confundo”. Claro, entiendo que tras no haber utilizado una plataforma digital que te pidan que utilices tres puede ser confuso. Pero las guías que les daba, videos guiados y tutoriales, reducía esa posible confusión a unos cuantos minutos.

Tener que iniciar sesión en 3 sitios para su clase (Google Classroom, WeBWork y el curso en OpenEdx) es extremadamente confuso y desorientador.

Para tener éxito en la universidad tuve que aprender a pedir ayuda a tiempo, y no fue fácil. Porque resulta más fácil quejarse e ir en contra, que buscar el viento a favor aunque sea en dirección opuesta a la corriente.

Solo podrás validar esto cuando te descubras capaz de aprender y cambies tu mentalidad sobre lo que según tú es “difícil”, “complejo”, o “complicado”. Son tres palabras con significados tan diferentes pero tan confundidas en su uso, que parece ser que el argumento realmente es “no quiero aprender porque no quiero batallar”. Y si te quejas de algo similar, solo estás siguiendo la corriente, estás siendo entrenado para seguir instrucciones que poco tienen que ver con la fuerza laboral o el éxito profesional. Te estás convirtiendo en el excedente de robots que son alimentados con falsos premios. Los puntos que atesoras, te estás engañando a ti mismo. Los puntos te conseguirán una calificación. Quizás, si tienes buenos hábitos, las calificaciones te conseguirán becas. Irás a la universidad y continuarás haciendo lo mismo, compulsivamente. Seguirás perdiendo el por qué del qué.

Aprender viene con una etiqueta pesada: los puntos que estás acumulando mientras el propósito de tu educación pasa desapercibido ante tus ojos. Intento hacer mi mejor esfuerzo para inspirarte a encontrar tal significado en lo que decidas hacer. Ser estudiante debe ser una decisión que tomes y no una tarea que se te asigne emprender. No sé si es mala suerte para ti, mi estudiante, o para mí, tu profesor. No sé si ser constantemente cuestionado sobre por qué elijo hacer esto o aquello, de ser atacado por padres que podrían haber sido los míos — es cierto, entiendo cómo son las cosas aquí — limita las oportunidades de aprendizaje que estoy tratando de darte como mis estudiantes, por quienes me preocupo, quizás más de lo que debería permitirme preocuparme. Desafortunadamente, estoy solo contra un sistema que también una vez me alimentó ilusiones de lo que es la verdadera educación, ilusiones de lo que debería ser volverse hábil en diferentes áreas de mi vida. También alguna vez todo se trataba de los codiciados y valiosos puntos.

Intento recordarle a mis estudiantes cada vez que tengo la oportunidad la realidad que enfrentarán una vez que se gradúen de la universidad. Eso puede parecer mucho tiempo, pero estos tiempos cambian rápido. Rápido al punto donde no tengo miedo de indagar genuinamente si el mundo pronto estará lleno de estos cazadores de puntos para los que un título será inútil.

¿Quieres saber mi opinión sobre lo que te preguntarán cuando estés buscando un trabajo? ‘¿Cuál es tu nivel de inglés’ ‘¿Puedes utilizar tal tecnología?’ ‘¿Qué tan bueno es tu escritura persuasiva?’ ‘¿tienes recomendacinoes de algún profesor?’ ‘¿Puedes argumentar con solidez?’ ‘¿Qué software manejas mejor, Photoshop, Corel Draw, Premiere Pro, SolidWorks, etc’? ‘Necesito lanzar un producto, y se presenta tal problema. ¿Cómo lo solucionas?’ ‘¿Cómo minimizarías los costos de nuestra producción?’ ¿Qué tan bueno eres en …? ¿Qué talentos te hacen único y te separan de los demás? ¿Qué tan eficiente eres creando contenido en la computadora, documentando, o resolviendo problemas?

Si no puedes escribir o leer bien en inglés, te perderás el mundo que las comunidades en línea tienen para ofrecer. Desafortunadamente, el internet y la web no son y no serán nunca universalmente accesibles porque el inglés domina la mayoría de su contenido, y esta es una fuerte barrera para la inclusión y la accesibilidad tecnológica. Sin mencionar que cada — o al menos cada lenguaje de programación importante — está escrito en inglés.

Siendo un estudiante mexicano, puedo decirte que la habilidad (o capacidad) más valiosa que encuentro tener, es el inglés como segundo idioma. ¿Qué estaría haciendo si no supiera inglés? Mi vida sería otra 100%. Me sentiría ciego ante la tecnología y el aprendizaje. Así de cruel puede sonar para algunos y tan irrelevante para otros. Pero si lo hablas, o si has visto las oportunidades que trae hablarlo, no podrás estar en desacuerdo conmigo. No puedo imaginar una vida sin acceso al mundo que conocer el inglés abre.

Prepárate para un entorno de trabajo remoto en el que si no sabes cómo manejar una computadora (hábilmente, no para entretenimiento), expresar ideas por escrito (obviamente en una computadora), hacer/crear/redactar (dibujos, música, modelos) con software complejo, o usar software específico de última generación como inteligencia artificial, ser el mejor bailarín, un vendedor dotado o alguien con un talento nato y raro, entonces no tienes juego. Tan cruel y lejano como pueda sonarte hoy. Pero eso ya está sucediendo.

Cada día que dejas pasar sin agregar algo valioso a tu conjunto de saberes, es un día más cerca de entrar a la fuerza laboral y un día en que te vuelves menos necesario en la fuerza de trabajo.

La era en línea devorará tu idea de lo que es conseguir trabajo después de la universidad. Realmente espero estar equivocado sobre la escasez de trabajos y que las oportunidades de alguna manera aumenten de las que existen hoy, realmente deseo estar equivocado en eso, pero sé que no estoy equivocado sobre el hecho de que si no tienes buenas habilidades de escritura (obviamente en inglés si deseas tener éxito), si no sabes cómo manejar la tecnología para ajustarse a tu área de interés dada, o si no sobresales en lo que haces (y eso solo viene con la práctica y el interés propio en aprender y no en puntos, entonces, querido estudiante, debes mirar a tu alrededor y volver a cuestionarte sobre qué te está realmente sumando y qué estás según tú consiguiendo con los puntos.

Quizás continúes crucificándome con acusaciones que buscan una modificación colectiva de las calificaciones porque es posible que no estés acostumbrado a trabajar en las cosas con las que te estoy haciendo trabajar: una plataforma en línea, foros de discusión, escribir un ensayo en una clase de mate, argumentar, esto y aquello… Créemelo, no disfruto tu lucha ni tu cansancio. Pero deja de quejarte de lo que sé que no estoy fallando: preparándote con herramientas que tarde o temprano vas a necesitar, y dotándote de recursos que tarde o temprano, algo bueno te van a dar. Aunque yo te enseñe una clase de matemáticas, te quiero dar en un semestre todo lo bueno que recogí de mis años universitarios poniéndotelos como un regalo en un semestre. Eso y todo mi tiempo que dedico a asesorías por las tardes y noches sin cobrar jamás un peso y los cientos de horas que dedico a la elaboración de mis cursos, que sabes que me esfuerzo y que te los regalo todos con todo el conocimiento y todo lo bueno.

Mañana publicaré las calificaciones y recibiré argumentos que de alguna manera perseguirán una sola cosa: puntos de calificación inútiles y que consumen la vida. “¡Qué injusta es la docencia!” Dirían y yo no escucharía.

Sé que algunos exalumnos míos sí lo vieron y otros que tardaron un poco más. Y los que no, por lo menos sé que saben, que siempre me importaron aunque te mí no se hayan llevado nada más que una mala calificación.

Sí, la docencia es la perra más ingrata de todas, pero también es la más pura y valiosa que uno puede perseguir. Por eso escribo esto, porque no quiero dejarla y porque sé que aún tengo mucho más para dar. Y porque no tengo miedo y a todos los padres enfrentaré si hay que hacerlo.

Ante todo, y como siempre hastsa hoy, siempre intentaré hacer lo mejor que pueda.

Octubre 2017, publicado en Marzo 2024

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Mariano Morales Ramírez
Borra del Café v.2.0

I teach STEM related courses with AI. I like helping students find and unleash their true potential by enabling opportunities. Former Texas Tech student.