Kartoffelschäler

Sol Martinez
Borra del Café v.2.0
5 min readFeb 18, 2020

— No creo que llueva al final.

Esa había sido la primera frase que cualquiera de las dos había pronunciado desde que nos subimos al auto hacía más de media hora.

— Menos mal — respondí mientras alternaba la vista entre el parabrisas y el espejo retrovisor — Así no vas a tener que preocuparte mucho por la turbulencia.

Sonreíste de una manera dolorosamente forzada. Tus ojos buscaban los míos, recorrían mi rostro en un intento de desentrañar la ira que había acumulado dentro de mí durante los últimos cuatro meses. Supongo que pensabas que era mejor que explotase en ese momento, porque después iba a ser demasiado tarde, y vos ibas a estar demasiado lejos como para poder hacer algo lo suficientemente significativo para arreglarlo. Para arreglarnos.

Pasamos enfrente del edificio donde vivías antes de mudarte conmigo, pero no nos detuvimos. Luis estaba limpiando los vidrios de la puerta principal, como hacía todos los sábados a esa hora. Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, bajaste la ventanilla y lo saludaste. Él te devolvió el saludo con una sonrisa.

De reojo pude ver que te temblaban las manos.

— Ay, no sabes el regalo que me dio Maca en la fiesta del otro día, me olvidé de contarte.

Entre risas, me volviste a relatar la historia del pelapapas envuelto en papel de regalo mientras yo negaba lentamente con la cabeza y fingía sorpresa.

— Porque a ella le pasó cuando se mudó sola por primera, ¿viste? Estaba agotada después de no sé cuántos días de mudanza y lo único que quería era hacerse unas papas fritas en su cocina nueva para celebrar. De repente, se da cuenta de que no tenía pelapapas para pelarlas. ¡Toda la casa llena de cajas de mudanza, y en ninguna había un bendito pelapapas!

Siempre tuviste esa costumbre de peinarte el flequillo cada cinco minutos cuando estabas nerviosa, no importaba qué estuvieras haciendo ni dónde. Cada vez que te veía hacerlo, volvía en el tiempo a nuestra primera cita.

Habíamos comprado pochoclos dulces antes de entrar al cine y terminaste comiéndotelos todos vos sola. Para cuando terminó la película, tus dedos estaban manchados con caramelo y azúcar, por eso cuando más tarde te peinaste el flequillo, te quedó el pelo pegajoso. Yo me acerqué para limpiártelo y fue ahí cuando te abalanzaste sobre mí. Fue nuestro primer beso.

Tres años después, el mismo gesto me generaba la misma sensación de ternura, pero ahora esa ternura se materializaba adentro mío como un humo tóxico que llenaba mis pulmones, enrojecía mis ojos y no me dejaba respirar.

— Y bueno, dijo que era importante que tuviera algo para pelar las papas allá. Sobre todo si voy a estar sola en otro país. Es mas, nos pusimos a buscar cómo se dice “pelapapas” en alemán. “Schäler” se dice.

Tu pronunciación sonaba casi perfecta. Era sorprendente cómo en tan poco tiempo, habías aprendido el idioma tan bien.

Habían pasado sólo cuatro meses desde que un llamado telefónico destruyó mi vida. Había sido un domingo — ¡un domingo! — mientras nos preparábamos para ir a almorzar a lo de tu vieja.

Vi que tu celular estaba vibrando así que te lo pasé.

— Uh, es Nahuel de vuelta — dijiste de mala gana mientras te abrochabas el último botón la camisa. — Mejor ni le respondo. Es fin de semana, que se deje de joder.

Qué diferentes serían nuestras vidas si no hubieses atendido. Si no te hubieras enterado nunca de que habías ganado la beca en el extranjero para la que te habías postulado un año atrás. Había pasado tanto tiempo que ya hasta te habías olvidado, todo tipo de esperanza había sido aniquilada. Yo misma te sostuve en mis brazos por noches enteras mientras llorabas desconsoladamente porque creías que no te habían elegido.

Esa llamada arruinó mi futuro, pero al tuyo lo salvó. Eso era todo lo que importaba.

Llegamos a Ezeiza y después de dar un par de vueltas, encontré un lugar para estacionar.

Apagué el motor.
Nadie se movió.

Mi vista seguía fija en un punto inexistente del parabrisas

— Sabes que esto no tiene que cambiar nada, ¿no? — susurraste de manera casi imperceptible — Podemos hacer videollamadas todos los días y ya estuve buscando vuelos para volver en Navidad…

Mis nudillos estaban casi blancos de la fuerza con la que me estaba aferrando al manubrio. Al ver que yo no emitía respuesta alguna, largaste un suspiro- el suspiro más largo que escuché en mi vida- y saliste del auto.

Cerré los ojos con fuerza y pude escucharte abrir el baúl y sacar la valija. El ruido de las ruedas sobre el asfalto se volvía cada vez más débil. Eso fue lo que me impulsó a actuar.

Abrí la puerta del vehículo, te busqué entre la multitud de personas que empezaba a acumularse en la entrada del aeropuerto y cuando te encontré, grité con todas mis fuerzas:

— Kartoffelschäler.
Te diste vuelta al escuchar mi voz.
— ¿Qué?

Kartoffelschäler — repetí mientras me acercaba — Así se dice pelapapas en alemán. “Scháler” significa sólo pelador. Le pregunté al papá de un amigo que es traductor y me dijo…

Te abalanzaste sobre mí y me abrazaste. Una parte mi quería que ese abrazo durase para siempre, lo suficiente como para que todos los aviones despegaran y perdieses tu vuelo. La otra parte, la razonable, la parte que hizo que te enamoraras de mí, sabía que tenía que dejar que te vayas.

— Vamos a hablar todos los días, ¿me escuchaste? Y te consigo un pasaje para Año Nuevo. Yo puedo ir para allá en tu cumpleaños. Esto no tiene que terminar acá, podemos hacer que funcione.

Sonreí de una manera dolorosamente forzada y asentí con la cabeza, incapaz de emitir sonido sin romper en llanto.

Agarraste la valija y te peinaste el flequillo de nuevo. Tus manos ya no temblaban, tu mirada transmitía seguridad: seguridad en nosotras, en nuestro futuro juntas. Estabas convencida de que ese momento no era el final, sino una continuación de lo que sería una larga y exitosa historia de amor.

Con una última sonrisa, te diste vuelta y entraste al aeropuerto.
Las puertas mecánicas se cerraron atrás tuyo.
Esa fue la última vez que te vi.

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