¿Cuanta transparencia podemos asimilar?

Santi Román Ferro
Boucherie Sanzot
Published in
3 min readJun 13, 2018

La transparencia es un activo al alza. Tanto en la esfera personal como profesional. Vivimos en una sociedad más transparente respecto a la de hace unas décadas. Una sociedad digital donde la información quiere fluir libremente empoderadas por herramientas y plataformas que han democratizado su acceso, creación y distribución, hasta el punto que mucha gente subestima el valor de la memoria pudiendo utilizar buscadores como Google siempre disponibles. Por lo que a pesar de toda la desinformación que fluye a través de las redes sociales en forma de fake news, creo que podemos afirmar que vivimos en una sociedad más transparente (lo afirmo sin estar 100% convencido) que hace algunos años.

Todos reconocemos la transparencia como una virtud. En el momento de negociar cuanta mayor simetría de información tengan las partes, más justo y equitativo será el acuerdo. Históricamente la asimetria de información siempre ha supuesto grandes beneficios para la parte con mayor información. De ahí el mantra que aún domina algunas organizaciones y profesionales de “la información es poder”. Un buen ejemplo es el mercado inmobiliario donde el vendedor solía tener muchas más información sobre posibles vicios ocultos del activo que el comprador. Ahora los compradores están mejor (que no totalmente) informados gracias a Internet y a la ley, que ha eliminado muchas incertidumbres, creando mayor liquidez y seguridad en la toma de decisiones. Y lo mismo se podría decir de otros sectores y negocios.

Pero la pregunta es: ¿Cuanta transparencia podemos asumir? ¿Realmente podríamos vivir en una sociedad donde hubiese transparencia radical? ¿Donde pudiesemos saber las opiniones de todos sobre cualquier tema, o sobre ti? La respuesta no es obvia.

Ray Dalio fundador y hasta hace poco Presidente de Bridgewater, uno de los mayores hedge funds del mundo, acaba de publicar “Principles”, libro en el que describe sus principios de gestión que considera que han sido determinantes en su éxito personal y profesional. Y uno de ellos es la transparencia radical. Su concepto de transparencia radical se basa en:

“todas las personas deberían tener acceso a toda la información de la empresa en cualquier momento; y como parte de ello, deberían dar y recibir feedback profesional de una forma permanente”.

Es tan radical que en las reuniones internas hay unos artefactos que te permiten puntuar el argumento y el razonamiento de los asistentes en tiempo real. Es decir, Pedro ha dicho algo y el resto de los asistentes a la reunión, pueden puntuar que les ha parecido el argumento de Pedro. Desde unas pantallas puedes ver tus resultados y los de los demás. Suena un poco friki pero tiene aspectos positivos: mayor responsabilidad sobre lo que se dice y hace, meritocracia en la toma de decisiones (gana la decisión más soportada independientemente de quién la ha puesto sobre la mesa) y un mayor conocimiento de las personas para después combinarlos en equipos trabajos eficientes. De todas formas, el propio Dalio es consciente de que no es un sistema para todos ni para todas las organizaciones, pero a él le ha funcionado, y muy bien. ¿Es aplicable en vuestra organización? ¿Estamos preparados para esta transparencia radical en general en la sociedad? ¿O hay cosas que es mejor que no sepamos, pero que son necesarias para el funcionamiento del sistema? Exijimos a las organizaciones que sean transparente en sus acciones y actividades, pero ¿lo somos nosotros? Preguntas para reflexionar.

Acabo con un texto que siempre tengo presente: Veintisiete de diciembre de 1917. David Lloyd George, premier del Reino Unido durante la Primera Guerra Mundial, cena en casa del corresponsal de guerra Philip Gibbs:

“Anoche escuché, en una cena que organizaba Philip Gibbs a su vuelta del frente, la más increíble y emocionante descripción que he oído jamás de lo que significa la guerra. Incluso la audiencia de cínicos periodistas y políticos que estaban allí se quedó sin habla. Si la gente realmente supiera, la guerra terminaría mañana mismo. Pero no lo saben y no lo pueden saber. Los corresponsales no escriben y la censura no deja transpirar la verdad. Lo que nos envían no es la guerra, sino una bonita postal de la guerra donde todo el mundo hace gestos heroicos. La verdad es horrible y supera los límites de nuestra tolerancia, y yo siento que no puedo seguir con este negocio sangriento”.

Seguramente se podrías decir lo mismo en los acontecimientos que suceden en la actualidad en cualquier esfera de la vida. ¿Realmente queremos saber?

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