Montalbacina: “Prescribir en caso de aburrimiento, apatía o astenia primavero-criminal”.
Las novelas de Andrea Camilleri deberían llevar, en la faja promocional que suele acompañarlas, la siguiente leyenda: “Prescribir en caso de aburrimiento, apatía o astenia primavero-criminal”.
Al menos, a mí la medicación me funciona de maravilla y constituye el mejor remedio para aquellos momentos en que me encuentro saturado del género, aburrido de leer siempre lo mismo, agobiado por la cantidad de lecturas pendientes -y con las que me siento comprometido- y que, vete tú a saber por qué, no me apetece acometer.
Y es curioso lo que acabo de escribir de “aburrido de leer siempre lo mismo”, porque con Camilleri -con Montalbano en realidad- se trata de combatir la enfermedad con una especie de vacuna, es decir, mediante de la inoculación de una pequeña dosis -algo más de doscientas páginas- del propio virus.
Porque, no nos engañemos, leer Montalbano es volver a leer lo mismo una y otra vez: los mismos tics de Catarella, las mismas disputas entre el comisario y su eterna novia, los mismos escarceos amorosos de Mimì Augello… Y, sin embargo, nada más placentero como volver a lo que ya es tu casa, allá en Vigàta, en Marinella, evitando ir a buscar a Livia a Punta Raisi cuando llega de visita -siempre en el peor de los momentos posibles-, luchando por el último cannolo con el dottore Pasquano, viendo como se le cae la baba al fiscal Tommaseo ante una mujer de bandera, conspirando con Nicolò Zito o ridiculizando a Pippo Ragonese.
Qué más da que el muerto sea el director de un supermercado o un viejo verde, chantajista y usurero; que un niño se dedique a robar meriendas o que un empresario aparezca muerto en su coche, en principio por causas naturales; que nuestro amigo Salvo deba frecuentar en el transcurso de la su investigación hipódromos o residencias de mafiosos; qué importa si en ocasiones Montalbano se hace trampas al solitario, olvidando indicios vitales para la investigación -serán los años, 58, que no perdonan- o si Camilleri le oculta información que termina apareciendo demasiado tarde.
Da lo mismo, lo importante es sentirte como en casa, pensar que formas parte de una gran y entrañable familia, disfrutar de unas estructuras perfectas, sin complicaciones -¿para qué hacer innecesariamente difíciles las cosas?-, repletas de grandes personajes y mejores diálogos, ágiles e ingeniosas hasta el punto de hacerte olvidar que, un día antes, habías prometido no leer más novela criminal al menos durante un par de meses.
No diré nada de la trama de Un nido de víboras: para qué, si ya está perfectamente apuntada en la contraportada de la novela. Nada de los personajes: para qué, si ya los conocemos como si los hubiéramos parido. Sólo terminaré deseando que, en mi próximo bajón lector, tenga a mano, en mi creciente pila de novelas pendientes, la última del comisario Montalbano.
Así se me quita la tontería y dejo de renegar de inmediato contra el género que tanto me apasiona.
Una voz en la noche
Andrea Camilleri
Trad.: Carlos Mayor Ortega
Salamandra