La bendición del síndrome del impostor

Sonia Horgan
BroadcasterMedia
Published in
3 min readNov 9, 2021
Ilustración hecha por Ariadna Dangla

A veces cuando me pongo a escribir un artículo me siento un poco como un fraude. ¿Sobre qué escribo este mes? ¿Desde qué ángulo? ¿Qué es lo que sé? En ocasiones, escribir me sirve como inspiración para mi trabajo, ya que busco o pienso en temas que me interesan. Otras veces, acabo haciendo una especie de introspección, poniendo mi trabajo bajo una lupa y ocasionalmente sintiéndome como un impostor, una persona inepta, cuyas ideas y habilidades no son dignas del tiempo de los demás. La verdad es que ahora mismo estoy sufriendo del síndrome del impostor mientras escribo sobre él, pero sí que disfruto de la sensación que siento después de acabar una tarea o un artículo. Disfruto de haber dicho o escrito sobre mis ideas y demostrándome a mí misma que mi punto de vista vale la pena, y eso debe tener algún tipo de beneficio, ¿no?

Entonces, ¿qué es este maldito síndrome? Pues es el miedo que una persona siente por ser descubierta como un fraude (aunque su trayecto profesional diga lo contrario), causado por el sentimiento de incompetencia hacia su trabajo, o insuficiencia de valor hacia un proyecto o una empresa. Reconozco que hay casos más serios que el mío, pero sé que no soy la única en sentirme insegura de mis habilidades al abordar ciertas tareas o proyectos. De hecho, por curiosidad empecé a preguntar si las personas en mi oficina se habían sentido así durante un momento u otro, y la mayoría de las respuestas resultaron en un “hombre, sí, cada día”. Lo que no me debería de sorprender, ya que aproximadamente el 82% de la población mundial experimenta esta sensación en algún momento en su vida. A estas alturas deberíamos plantearnos cambiar el nombre, ya que la palabra “síndrome” infravalora lo universal que es este sentimiento.

¿Por qué somos nuestros peores críticos? Según los científicos, la causa principal por la que nos sentimos como impostores es esencialmente porque estamos demasiado obsesionados con nosotros mismos. No nos fijamos en los defectos ni debilidades de la otra gente porque sólo los conocemos desde fuera, en cambio, nos atormentarnos con nuestras propias angustias y dudas. Todo lo que sabemos de los demás es lo que ellos hacen o lo que nos dicen, y el único remedio es un salto de fe; debemos creer con certeza que la mente de los demás funciona de la misma manera que la nuestra. Básicamente, la mayor parte de lo que sentimos se siente por todo el mundo.

Pero, ¿puede ser que un toque de síndrome del impostor sea crucial para ser una persona creativa? Personalmente, creo que sí. No dudo que nos hace falta un salto de fe, de hecho creo que es necesario para desarrollarnos profesionalmente, pero cuando tenemos expectativas feroces de nosotros mismos, nos convertimos en nuestros propios catalizadores, como un tipo de fuerza motriz.

Cada día le pedimos a nuestros clientes que inviertan en las ideas que salen de nuestros cerebros. Que confíen en nosotros y que apuesten por las historias que contamos. Si creemos de todo corazón en nuestra propia genialidad, seguramente eso debería ser suficiente para compensar e incluso adueñarnos de nuestro propio sentido de “impostura”. Porque al cuestionarnos todo, al criticar nuestro trabajo y al empujarnos a ser mejores, nos motivamos para conseguir algo más atrevido, más inteligente y más innovador. Preguntarnos si somos lo suficientemente buenos acaba haciendo que el trabajo sea lo suficientemente bueno.

Nada se interpone entre nosotros y la posibilidad de ser exitosos, tener responsabilidades y sentirnos satisfechos, eso es cierto, pero yo elijo consolarme con el hecho de que, aunque vayamos subiendo la escalera profesional y tengamos ocasiones de bloques creativos, casi todo el mundo se declara como un impostor.

--

--

Sonia Horgan
BroadcasterMedia

Not as English as I seem, not as Spanish as you think.