La gran mascarada

Marta Calvo
BroadcasterMedia
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3 min readMar 4, 2022
Imagen Cartel “La máscara nunca miente”. CCCB

En estos dos años de pandemia hay personas a quienes he conocido exclusivamente con mascarilla y a las cuales nunca les he visto la cara completa. Siempre detrás de ese bozal de tela o polipropileno. Y ahora resulta que cuando las veo por la calle sin mascarilla, no las conozco. No sé si es porque la parte oculta tras la mascarilla es tan determinante (que lo es) en la configuración del rostro que sin poder verla todo el mundo me parece bastante igual, o es más bien porque al no poder ver la expresión completa, mi atención y mi intención al fijarme en su apariencia ha dejado mucho que desear en estos tiempos… O igual es una combinación de ambas.

Exposición “La máscara nunca miente”

Lo que creo que ha generado en mí el uso de la mascarilla ha sido un mayor distanciamiento con la gente que no conocía previamente. Como si esa mascarilla fuera una barrera que impedía cualquier ventana a la cercanía, la confianza y en definitiva, a la credibilidad. Y es que lo era: porque sin duda la mayor pérdida impuesta por el cubrebocas ha sido la de la sonrisa. Tan importante para crear lazos. Las mascarillas se han interpuesto en nuestras relaciones, en mayor o menor medida las han alterado. ¿Cómo hubiera sido mi relación con X si no hubiéramos llevado mascarilla? ¿Y con Z? Pues no te sé decir, pero ya no hay vuelta atrás.

La máscara nunca miente

Relacionado con esto, hace poco visité la exposición La máscara nunca miente en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Súper recomendable: un recorrido a través de los usos políticos de la máscara en la modernidad, que explora como la ocultación del rostro ha servido como resistencia, como defensa del anonimato, como estrategia del miedo… En la muestra se ve desde la opresión y el racismo del Ku Klux Klan hasta el potencial subversivo de las Pussy Riot. Con su ambivalencia, la máscara ha servido (y sirve todavía) de instrumento de control y de imposición del terror por parte de poderes de todo tipo, pero también es una herramienta clave de transgresión del orden establecido. Escribe Judit Carreras, directora del CCCB, que “si tiene esta fuerza política, es porque la máscara es una interfaz, un espacio que vincula el yo con el nosotros, y lo que somos con lo que querríamos y — quizá — podríamos ser.” Muy interesante.

Es muy oportuno darse una vuelta por esta exposición y ver cómo la máscara ha servido para conseguir objetivos completamente ambivalentes: para oprimir y para rebelarse, para mentir y para revelar verdades ocultas, para destruir y para restaurar, para difuminar fronteras entre ficción y realidad.

Exposición “La máscara nunca miente”

¿Quiénes somos? ¿Para qué nos gustaría llevar máscara? Para perpetrar ¿qué? A lo largo de la historia la máscara ha permitido que bajo ella podamos ser lo que ansiamos, lo que deseamos, hacer realidad nuestros anhelos ocultos. Básicamente porque genera esa distancia, ese alejamiento entre lo que hacemos y lo que aparentamos. Más o menos como pasa en las redes sociales, el gran baile de máscaras 24/7, donde nada es lo que parece y donde todo puede esconder algo oculto. Todos bailamos en esa gran mascarade. ¿Cuál es tu baile?

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Marta Calvo
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Communication & Content Strategist at @Broadcaster_Co. Staying hungry staying foolish.