La muerte inesperada del gol

Ellos se fueron en su segunda casa, la del club de sus amores.

Llanely Rangel
Cámara Húngara
4 min readJan 12, 2017

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Tres aficionados murieron en las gradas el fin de semana pasado. No son los primeros. El Diablito, el Punky, el Gordo… muchos se han quedado en la línea, a punto de gol, alentando hasta el último respiro.

A Jesús Vargas Ureña lo difamaron. No murió por mezclar alcohol y medicamentos como se dijo en los medios. A su familia le gustaría que se aclarara la verdad. Fue una muerte instantánea derivada de un mal estomacal que empeoró con una descarga de adrenalina. Sí, fue segundos después de que La Chofis anotara un gol, aunque pareciera una película de ficción.

“Se murió de tanta alegría”, dice entre suspiros su hermano, Isaías Vargas Ureña. Jesús era el menor de tres. Su familia no se explica por qué a los cinco años decidió irle a Chivas si por herencia le tocaba jugársela con Pumas.

Originario de Puerto Vallarta, ahorró seis meses para poder viajar. Trabajó incesablemente en el área de lavandería del hotel ‘Velas Vallarta’. Gracias a su aguinaldo, logró el objetivo. Era la primera vez que viajaba. Su hermano recuerda su emoción al llegar a Guadalajara.

Después de que su equipo ganara, el plan era ir a Tequila a festejar, pero la muerte se lo llevó antes de ver el gol de Pulido que le daría el triunfo a Chivas sobre Pumas 2–0, cayó desplomado con el primer tanto de La Chofis.

Este miércoles fue incinerado. La Chofis llamó a su familia. Les dedicó unas palabras que prefieren guardar en la intimidad. Les envió una camiseta autografiada que estará encuadrada junto a sus cenizas, esas que siempre les recordarán que es un aficionado que murió de alegría, por esa emoción que sólo causa el futbol.

Juventino Garza estaba S-I-E-M-P-R-E para Monterrey. Se necesita deletrear “siempre” para que no suene a cliché, era literal. Incontables veces le dijeron que lo suyo era fanatismo, que estaba “chisqueado”, (sinónimo de locura en el norte). Él tenía la mejor respuesta: “lo que siento se llama pasión”.

La colonia México 86, en Nuevo León, fue testigo de su fidelidad. Ahí vivía. Su calendario lo dictaba Rayados. Presumía su viaje a Marruecos a ver el Mundial de Clubes en 2013. También su vuelo a Panamá para la Concachampions el año pasado. Seguía a su equipo por convicción. Por aire y por tierra. Y así perdió la vida, en un accidente vial camino a ver a su equipo jugar contra Puebla.

En su muro de Facebook se leen emotivos mensajes de despedida.”Porque para ser hincha se necesita que se alineen muchas cosas, tiempo, espacio, disposición, voluntad, sacrificio, valentía y amor por la camiseta (…) “., reza uno de ellos.

Así era Juve. Acompañaba a Rayados con voluntad y sacrificio. Monterrey también lo acompañó. Aldo de Nigris estuvo en su velorio, su madre portó la camiseta, y la hinchada le cantó de camino a su nueva morada en el Panteón Municipal de Guadalupe. Descanse en paz.

Gabriel Saucedo también perdió la vida este fin de semana. Era fan de Monarcas. Durante este reportaje, me fue imposible localizar a alguien cercano que hablara de él. De cualquier forma, le rindo honores, porque cuando los hinchas son violentos, las notas sobran; para mí no debía ser diferente.

Tres aficionados murieron en las gradas el fin de semana. No son los primeros. El Diablito, el Punky, el Gordo… muchos que se han quedado en la línea, a punto de gol, alentando hasta el último respiro.

Los rituales de la muerte son así de sorprendentes. Algunas personas piden que al morir se les lleve música. Otros, desean irse con sus objetos más preciados dentro de su caja de madera. Ellos se fueron en su segunda casa, la del club de sus amores, como a mí en su momento me gustaría despedirme. Pero estoy segura que ese honor no está hecho para cualquiera.

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