A la espera de Juego de Tronos

Cachivache
Cachivache Media
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8 min readJul 17, 2017
Ilustración: Mayo Bous / Cachivache Media.

Por: Carlos Ávila Villamar

Nunca ha dejado de ser misteriosa la fascinación que cada época sostiene por épocas anteriores. Al decir que nos interesa el pasado, erróneamente, podemos dar a entender que nos interesa todo lo que sucedió antes de nosotros. En realidad nos interesan momentos específicos, entre los cuales existen borrones y amplias zonas en blanco. Durante el renacimiento, digamos, el mundo sintió curiosidad por los esplendores de Grecia y Roma, dejando un poco de lado lo que sucedió antes y después. Nuestra época, por otra parte, está fascinada por los idílicos albores del siglo XX, y por la violencia y la magia improbable de la Edad Media, que ya habían cautivado a los poetas y pintores del romanticismo.

Estos puentes extraños, que nacen y mueren de manera imprevista a lo largo de los siglos, permiten un simulacro de simultaneidad. Ferias, libros, películas, videojuegos e inclusive música, pueden hacer sentir al ciudadano contemporáneo, aunque sea por un instante, en la Edad Media. Aunque sea por un instante, pretender que no existe lo políticamente correcto, el pago del seguro, la aduana, la burocracia, las elecciones, y otras tantas molestias de la civilización. Y Juego de Tronos ha sabido aprovechar como nadie esa nostalgia colectiva.

Para ser justos, habría que aclarar que El Señor de los Anillos fue el verdadero impulsor del renacer medievalista en el nuevo milenio, pero como la literatura y sus márgenes (dígase estas líneas) no tienen que ser justas sino interesantes, diré que Juego de Tronos es mejor en todo menos en los efectos especiales, que es lo de menos, y que buena parte del encanto de El Señor de los Anillos es generacional. Yace en la memoria del impacto que nos causó una vez, y en la certeza reconfortante de que otros sintieron lo mismo, como sucede con La Guerra de las Galaxias. No por eso es un encanto ilegítimo, pero es bueno entender la diferencia.

Cuando parecía que toda producción de fantasía épica iba a tener que vivir a la sombra de El Señor de los Anillos, apareció una que decidió ir por otro camino. Lo interesante de Juego de Tronos como serie es que es una apuesta enorme, y lo fue desde las primeras temporadas, que no exigían presupuestos tan elevados.

Pensemos, por ejemplo, en la primera temporada. Ya había un número inmenso de personajes, cada uno con su propia historia, muchas cosas que el espectador debía memorizar sin recibir a cambio grandes dosis de efectos especiales. Nada de batallas gigantescas, que hasta el momento había sido el plato fuerte de todas las producciones que adaptaban la Edad Media. La historia debía ser lo suficientemente fuerte como para capturar al indeciso espectador, y nada mejor que comenzar con una trama de misterio. Ned va a ocupar un cargo que quedó vacante a causa de un envenenamiento, del que no se sabe mucho. Recordaba más a El nombre de la rosa que a cualquier otra historia de fantasía épica que hubiéramos visto.

Juego de Tronos tomó elementos de la novela policial, de la tragedia griega, de Las mil y una noches, de los cantares medievales, de la película Gladiador, de Frankenstein, del cine de zombis, cuestión que en los diferentes sitios en los que se desarrollan las historias, existen modelos distintos de narración. La enumeración anterior, para el lector que no haya visto Juego de Tronos, debe sugerir un compendio terrible. Le garantizo que están tan bien sumergidas muchas de estas fuentes, que no las notará a menos que vea la serie varias veces, y en tal caso no va a decepcionarse. Por el contrario, sentirá un regocijo de descubridor similar a cuando nos dimos cuenta que Tarzán es la versión musculosa y norteamericana de Mogli, o que Simbad es una adaptación árabe de Ulises.

Es muy fácil ver, eso sí, que la historia de Daenerys es la que más tiene de fantasía épica. No solo por los dragones, sino por los personajes relativamente planos, los bandos bien definidos, la envidiable buena suerte que hasta ahora le ha propiciado el argumento, e inclusive el esquema narrativo, que convierte a cada victoria en un mero episodio, su destino está prefijado y ya todos lo sabemos.

El modo en que suceden las cosas en Poniente es muy distinto, y me atrevo a decir que siempre ha sido más interesante. Personajes que traicionan, que se sacrifican, ambigüedades, fallos trágicos con su consiguiente castigo, historias de venganza, de celos, y sobre todo historias sobre el complicadísimo uso del poder. Ningún personaje en Poniente está a salvo de la muerte. Cada uno tiene que crear su propio destino, no mediante dragones, sino mediante la inteligencia. A veces mediante la crueldad.

Por último, la historia de Jon Snow es una típica historia de aprendizaje, en la que un niño, mediante una serie de sucesos y de encuentros con otros personajes va convirtiéndose en un hombre. El cambio no es moral (a diferencia de lo que sucede con otros personajes de la serie) sino que se produce en el carácter.

Los múltiples modelos narrativos no son solo un modo de capturar a audiencias variadas. La serie tiene desnudos, sangre, dragones, conspiraciones, terrorismo, religión, lobos, mamuts, cambio climático etc., pero lo más interesante es el uso del contraste entre estos elementos, y el modo dosificado en el que se han empleado hasta ahora. El espectador sabe que en el mismo mundo está sucediendo todo, y por eso cada tonalidad narrativa se siente más fuerte, más precisa. Nos impresiona, durante el cautiverio de Jaime, saber que hay hombres bajo el mando de Robb que también violan y saquean. De repente, en la mítica historia del Lobo Joven, se inserta algo que uno no espera, un relato de barbarie. Y de no ser por el misticismo que rodea a Robb, y la nobleza que asociamos a su causa, no nos interesara tanto ese relato de barbarie.

El espectador, desde su sillón, entiende lo que sucede. Y no me refiero a entender el hilo de las acciones y que sepa el lema de las casas, sino que entiende las complejidades del ser humano en las circunstancias más diversas. Creo que el gran mérito de Juego de Tronos es la sensación de complicidad que uno siente al seguir la ruta de la mayoría de los personajes. Despreciamos la conducta del Perro, que golpea y roba al campesino bondadoso que lo acoge, y sin embargo no podemos odiarlo. El espectador deja de juzgar en determinado punto, y se limita a ver, sediento de impotencia, sediento de sentimientos encontrados.

Hay escenas de un grotesco desgarrador, como cuando Theon para probar su autoridad debe decapitar a un hombre que lo vio crecer, pero a su espada le falta filo y a su brazo fuerza, y debe dar cuatro o cinco golpes en vez de uno; o cuando un grupo de borrachos cosen la cabeza del huargo al cuerpo del antes invencible Robb, o cuando Cersei llora a la hija y se recuerda a sí misma de niña, preguntándose cada noche cuán hinchado estaría el cadáver de su madre, o cuando el cruel Ramsay, desgarrado e impotente, pide que tiren el cuerpo de Myranda a los perros. Y a la vez, como contrapeso, en Juego de Tronos hay escenas de una ternura extraña y conmovedora, como cuando Sansa observa la muñeca que le regaló el padre muerto, la muñeca tosca que una vez ella despreció; o cuando el viejo Aemon recuerda la imagen de una muchacha que amó en su juventud, y dice que como está ciego, ella es más real que las voces que ahora escucha; o cuando Jaime se despide en silencio de la honorable Brienne, que se aleja en el bote. Juego de Tronos nos gusta por estos detalles silenciosos y persistentes, que solo se encuentran en la alta literatura, y que otras producciones con presupuestos mayores no consiguen emular.

Theon no es indigno de una novela propia. Sus múltiples conflictos internos, que desencadenaron la traición más miserable de la serie, así como el peor castigo, y la redención progresiva, constituyen un material precioso y admirable. Lo mismo sucede con la historia de Tyrion, que encuentra a la mujer a la que ama en la cama de su padre, y la asesina con un collar, el enano gracioso que de repente mata a su temible padre en un cuarto inmundo. Pensemos en la historia de Jaime, un hombre despreciado por todo el mundo, despojado de su antiguo orgullo de espadachín, atormentado por el honor al que es incapaz de servir, amante fiel de su hermana. A veces uno siente que la historia abusa un poco de los personajes, pero es que al final los personajes con un gran recorrido, los que han dado grandes viajes, se vuelven más entrañables, y uno entiende que nada ha sido en vano.

El modo en el que Arya asesina al traidor Walder Frey recuerda asombrosamente a la historia que hace Bran, varias temporadas antes, sobre el cocinero que hace al rey comerse a su propio hijo. La escena de la narración, cuya moraleja condena a aquel que asesina a su huésped, es seguida por un diálogo entre Bolton y Walder Frey. Ese vínculo es una muestra del cuidado que tiene la serie en los detalles, que incluso pueden ser proféticos, aunque uno no lo note.

El sistema de temporadas tiene ventajas y desventajas. No solamente existe el peligro de que algunos espectadores queden desorientados al olvidar datos puntuales, en los que no se ha hecho mucho énfasis, sino también existe el peligro de que los sucesos en cada nueva temporada sean demasiado obvios, o demasiado imprudentes. Al leer una novela o al ver una película, la sucesión constante de acontecimientos deja un margen ligeramente estrecho a nuestra imaginación, es más fácil que la tensión se resuelva de una manera inesperada, pero dentro de los límites probables. Sin embargo, desde que la serie se ha bifurcado de los libros, los seguidores de Juego de Tronos tienen ahora un año entero entre temporada y temporada para agotar todas las probabilidades. ¿Cómo el guion puede resolver que no todo haya sido previsto por los seguidores, y al mismo tiempo no caer en algo disparatado?

Muy a menudo, lo que hacen las temporadas para tener finales sorprendentes es que resuelven un conflicto que se ha generado en la misma temporada, que no ha dado tiempo a pensarse mucho. Y a pesar de eso algunas cosas ya han sido previstas. Ya se había debatido bastante la posibilidad de que Cersei, acorralada y sin apoyo de nadie, volara el templo con fuego valirio, y lo que los creadores de la serie pudieron hacer, y les salió muy bien, fue añadir la música, jugar con la tensión, y mostrar a un macabro ejército de niños llevando a cabo el plan. Esta habilidad para sostener el espectáculo durante tantas temporadas a veces suele menospreciarse. Recordemos que hasta la fecha cada temporada de Juego de Tronos ha roto los índices de audiencia de la anterior.

El lector habrá notado que me he referido a la serie en todo momento, y nunca a los libros. Eso tiene una explicación tan simple como que no he leído los libros, y no tiene mucho sentido hacer referencia a algo que uno conoce de manera indirecta. Además, creo que debe reconocerse que HBO hizo una buena apuesta, puesto que mil historias de fantasía heroica hubieran podido parecer más comerciales y rentables que la de Juego de Tronos. A su vez, Juego de Tronos ha hecho posible que se le dé luz verde a proyectos prometedores como Westworld. En definitiva, la serie ha demostrado que el público no es tan idiota como parece.

Hace unas horas salió el primer capítulo de la Séptima Temporada, y hoy miles de cubanos iremos a comprarlo a dos pesos, en los bancos de series y películas más cercanos. Sospecho que, como siempre, la cola valdrá la pena.

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