Barbara Millicent Roberts: la historia

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5 min readFeb 13, 2017
Ilustración: Mayo Bous / Cachivache Media.

Por: Yudith Vargas Riverón

“Mirror mirror on the wall: who´s the fairest of them all?”

I. Catarsis necesaria

Ella tiene la culpa. Ella inició el régimen tortuoso de las dietas imposibles. Ella impuso medidas arbitrarias a los cuerpos femeninos. Ella es la responsable de los odiosos 90–60–90. Ella, la oxigenada. Ella, la alta jirafa. Ella, Doña Perfecta. Es ella y no otra la culpable.

Por ella se han traumatizado mujeres de disímiles procedencias, cuyo legado genotípico rehúye las milimétricamente calculadas proporciones de ella: Barbie. Esta muñeca es una de las responsables del canon utópico, del sex appeal irreal, de la apariencia quirúrgicamente construida y de la gastroenteritis por inanición voluntaria y autoimpuesta.

Contradictoriamente, también inició la fiebre multitudinaria por el ejercicio diario y la economía doméstica, para mantener –obviamente– los estandarizados modelos de vida que encajan perfectamente con el american way of life.

Barbie es todo eso, y mucho más. Barbie es uno de los productos más exitosos del mercado durante el siglo XX. Barbie es un objeto de deseo masculino y femenino que no excede los 30 centímetros del altura, pero sí los 100 dólares. Barbie es para coleccionistas refinados. Y su historia está plagada de una buena suerte que empezó en 1959.

II. De La Historia

Quiso el destino que 1959 fuera el año del debut de una nueva muñeca en la Feria Internacional del Juguete. La aparición de una figura de 29 centímetros (era más bajita entonces) vestida con traje de baño a rayas blanquinegras y estilizada silueta, recordaba a los alarmados padres la sensual apariencia de un maniquí.

En efecto, su creadora Ruth Handler había descubierto tres años antes a la muñeca alemana “Lili”, antecedente inmediata de Barbie. El fuerte instinto comercial de Handler le indicó las potencialidades de desarrollar un juguete para niños alejado de las lloronas muñecas bebés. Y ni corta ni perezosa, se plantó en las oficinas del alto mando de Mattel Inc., donde comandaba su marido, a explicarle con paciencia de predicador –y cara de dictador– las conveniencias de lanzar al mercado una muñeca como aquella.

En parte intimidado por la determinación de su mujer, y porque ya varios años de matrimonio le habían demostrado el buen olfato y testarudez de Ruth para los negocios, Elliot accedió –sin demasiado entusiasmo– a la petición de su esposa. El diseño de la nueva muñeca lo hizo Jack Ryan, bajo supervisión constante de la Handler.

Ella quería que el nuevo prototipo debutase ese año en la Feria Internacional del Juguete, con sede en New York, y lo consiguió. El 9 de marzo de 1959 sería reconocido desde entonces como aniversario de la muñeca más famosa del mundo. Y la nombró Barbie, en honor de su hija Bárbara.

Imagen de una Barbie original. Foto: Barbie.

Cuando los asistentes a la feria vieron escandalizados a una figura femenina en traje de baño por poco clausuran el evento. ¡Dónde se había visto semejante ofensa a la moral! La muñeca no solo iba enseñando sus curvas, sino que además tenía dos versiones: una rubia y otra trigueña. Contra todo pronóstico –o precisamente por eso– se vendió como pan caliente, o más bien, como lo que era: el más novedoso, sensual, rebelde y moderno juguete de la Feria. Como lo fue Buzz Lightyear muchos años después.

La trusa oprobiosa fue diseñada por la modista de Mattel: Charlotte Jonhson. Cientos de costureras japonesas cosieron a mano cada uno de los minúsculos trajes de baño, a riesgo de perder la vista durante el intento. Y las ventas y encargos a Mattel Inc. no cesaron. Solamente durante su año debut, fueron vendidas alrededor de 350 000 ejemplares de la Barbie.

Acorde con estudios de mercado, los padres encontraron ofensivos los generosos senos de la muñeca. Sin embargo, Ruth Handler permaneció inmutable cuando los del departamento de marketing “muy respetuosa e insistentemente le aconsejamos aniñar a Barbie, so pena de quedarnos sin compradores”.

-“Bah! ¡Pues haremos la campaña de marketing televisivo más grande en la historia del marketing y en la historia de la televisión!”, fue la única respuesta de la Handler. Funcionó. En más de 150 países, casi 1 billón de copias han sido vendidas de la muñeca extraordinaria, a razón de tres Barbie por segundo (de acuerdo con las investigaciones del abnegado equipo de marketing de Mattel Inc).

Por si fuera poco, el merchandising derivado incluye no solo ropa y accesorios para Barbie, sino también libros, películas, juegos de video, y hasta cosméticos para señoritas.

Barbie se ha convertido en un ícono del siglo XX con perpetuidad en el XXI. Tanto es así, que incluso Andy Warhol la inmortalizó en una de sus obras. Y hasta nombraron Barbie, durante una semana, a una de las principales avenidas de Times Square. Cuando cumplió 50 años se realizó un desfile de modas conmemorativo durante la neoyorkina Fashion Week.

¡Ah! Casi olvidaba la versión masculina de Barbie. Ruth Handler también honró a su hijo varón Kenneth, al nombrar Ken a la contraparte masculina de Barbie. El muñeco no ha gozado de la buenaventura de su novia, no obstante. Tal pareciera uno de sus muchos accesorios que solo existen para hacerla más interesante, más inalcanzable, más deseada.

III. El síndrome Barbie

“Síndrome Barbie” han llamado los psicólogos al anhelo imposible de las mujeres que han recurrido a la cirugía estética para emular la apariencia de la muñeca. La modelo rusa Valeria Lukyanova ha consagrado su existencia a convertirse en la “Barbie humana”. Casi lo ha conseguido. Quienes padecen del síndrome parecen olvidar que las proporciones de la muñeca rehúyen toda lógica biológica y humana. Algunos estudios afirman que, de ser real, a la Barbie le sería imposible menstruar pues a su cuerpo le falta entre el 17–22% de grasa corporal necesario a tal efecto: padecería de anorexia.

Entonces, ¿por qué emular un ícono de lo imposible? ¿Placer culpable? Tal vez. Ciertamente muchas han sido las controversias en torno a Barbie, y no solo por su estilizada silueta. El galante modo de vida que promueve nos recuerda el American dream y refuerza su filosofía del éxito: para triunfar en la vida debes tener dinero, y para tener dinero debes trabajar incansablemente, y para obtener un trabajo debes lucir bella, para lucir bella, debes ser delgada, y para ser delgada, no comas y no le temas a la belleza quirúrgicamente obtenida.

Por demás, han sido escasos los esfuerzos de Mattel para contrarrestar dicha situación. Ciertamente, los intentos de lanzar Barbies “afroamericanas”, o Barbies de cuerpo más rellenito son insuficientes. Barbie es y será una pija. “No entiendo por qué escribes sobre Barbie” me preguntan.

La respuesta es simple: nunca tuve una Barbie. Conseguirlas en Cuba era –es– casi una quimera. Los afortunados con familia en el extranjero tal vez obtuvieron una o varias. Acá comercializaban copias chinas, baratas: pseudobarbies. Barbie gusta precisamente porque es linda. Una vez más, somos víctimas del estereotipo. Ese que nos guía a recoger de la calle al gatito más lindo, no importa que a su lado otro minino necesite tanto o más de nuestra caridad humana. Siempre nos decantaremos por el más hermoso.

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