Black Mirror o la metáfora del cristal roto

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7 min readNov 9, 2016
Imagen: independent.co.uk

Por Gabriela M. Fernández

Busque a su alrededor la pantalla más cercana. Puede ser un móvil moderno, un tablet, un reloj digital, un televisor… Si está encendida, apáguela. Concéntrese en ella: no en la imagen que dejó de mostrar, ni en la interfaz que espera encontrar al encenderla de nuevo. Observe la pantalla y descubrirá cómo su reflejo la convierte en un intrigante espejo negro.

Esta idea inspiró al polifacético británico Charlie Brooker para nombrar a su polémica serie Black Mirror. Las dos primeras temporadas (2011 y 2013) fueron emitidas por el canal público británico Channel 4 y solo tuvieron tres episodios cada una. Pero no hizo falta más que eso y un posterior “Especial de Navidad” para suscitar fuertes criterios entre sus espectadores. Mientras algunos se apropian de las interrogantes propuestas en cada capítulo sobre el futuro de la relación tecnología-sociedad, otros piensan que la serie es una exageración tecnófoba disfrazada de cuento con moraleja.

El anuncio de que a finales de 2016 saldría una nueva entrega distribuida por Netflix reavivó la discusión casi filosófica en torno al programa. En esta ocasión se especulaba además una posible americanización del show, convertido ahora en la nueva propuesta “original” de la popular plataforma de streaming, responsable de populares títulos como House of Cards y Orange is the New Black, y que tiene anunciada otra reapropiación tan entrañable para muchos como es Gilmore Girls.

Hipótesis tras una serie poco común

Charlie Brooker ha sido periodista, productor, guionista, presentador de televisión, entre otras cosas, pero casi siempre comienza la definición de su trabajo por humorista. En una entrevista reciente comenta “Mi experiencia viene de escribir comedias, por lo que la esencia de cada historia que escribo parte una idea cómica”.

Irónico, si tenemos en cuenta que la risa y la alegría deben estar entre las últimas posiciones del ranking “Reacciones de las personas ante Black Mirror”. Sobrecogimiento, sorpresa, miedo, incredulidad, tristeza, o enfado… pero, ¿risa? Sin embargo, una definición interesante llega justo después de esta aseveración de Brooker: contrario a lo que muchos piensan, él es una persona pro tecnología. “Me encanta el proceso de creación de las tecnologías que proponemos en el show, y me involucro mucho en el diseño de los productos”.

“En nuestro show –agrega Brooker– la tecnología cumple el mismo objetivo que lo supernatural en The Twilight Zone: permite que las cosas raras pasen, sin que para ello se involucre la magia”.

Cada uno de los capítulos de Black Mirror propone una historia, ambiente y personajes independientes. A veces, parece que la trama se desarrolla en un mundo desconocido a décadas de distancia; sin embargo, en otros casos nos golpea la certeza de que sucesos parecidos pudieran ocurrir mañana en cualquier país desarrollado.

Lo único que enlaza la serie como un conjunto coherente (que algunos llaman antología) es su tesis central, más semejante a un estado de ánimo que a una proyección futurista real. Pero esa esencia no se resume, como muchos creen, en que la tecnología es-puede llegar a ser “mala”. Más bien trata de imaginar el daño que el individuo, o la sociedad en general, puede hacerse a sí mismo a través del uso de la tecnología en escenarios muy específicos.

La primera historia escogida para probar esta hipótesis impactó con la fuerza de una bofetada: emitir en vivo la humillación grotesca de un Primer Ministro servía como pretexto para demostrar que la obsesión social con las pantallas y el poder de los medios de comunicación apartan nuestra vista de lo que es realmente importante. Apropiado statement para el espíritu que envolvería la serie entera.

Temas tan antiguos como el duelo, la justicia, la política, la banalidad o la memoria se han sucedido como eje central de los capítulos. Para completar la fórmula, se añaden gadgets y sistemas tecnológicos que, más o menos cerca del alcance de nuestra imaginación, proponen nuevas formas de vida y hasta estructuras sociales diferentes a las conocidas.

Tanto en las reseñas especializadas como en las redes sociales, podemos encontrar opiniones que relacionan a Black Mirror con determinados referentes culturales. Algunos se acercan a grandes distopías de la literatura como 1984 (George Orwell), Brave New World (Aldous Huxley) o Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), mientras otros la señalan como una serie que quiere ser The Twilight Zone en la era Internet y “termina siendo una Amelie pesimista y el The Newsroom del neoludismo”.

Resulta bien difícil, a mi juicio, encontrar un “antecedente directo” que sea obvio en todos los capítulos de Black Mirror, por el simple hecho de que proponen escenarios bien diferentes entre sí. Quizá sería mejor hablar de influencias culturales y hasta intertextos entre creadores, que decidieron mirar a un futuro imaginario para criticar fenómenos negativos de la sociedad que viven.

Quizá por eso, mi tuit favorito sobre Black Mirror no propone un juicio categórico, sino una simpática opinión personal sobre las series de moda. @RojitoSocial: “Tú tan Game of Thrones y The Walking Dead, y yo tan Black Mirror y Mr. Robot”.

¿Qué esperar de la Season 3?

La primera pregunta que se deriva de esta nueva temporada es qué ha significado el cambio hacia Netflix para la serie. Luego de haberla visto, mi opinión puede dividirse en tres aspectos:

La estructura. La tercera temporada tiene el doble de capítulos que las anteriores. De hecho, el contrato firmado con Netflix en 2015 cubre la producción de 12 capítulos, que posteriormente se decidió dividir en dos temporadas de 6 cada una. Sin embargo, en entrevistas que ha dado Brooker parece evidente que la producción de ambas temporadas se ha hecho de forma casi simultánea.

Para el público que llegó a ver la serie por Channel 4 con frecuencia semanal, el hecho de tener 6 capítulos juntos debe haber resultado extraño. Incluso los que siempre la hemos obtenido “de a golpe”, nos damos cuenta que ver varios capítulos seguidos de Black Mirror es como ver varias películas de Lars Von Trier con poco intervalo de tiempo entre ellas: hace falta tener un estado anímico específico a riesgo de rozar la depresión. Por supuesto, la ventaja que tiene Netflix en ese sentido es que el ritmo se lo impone el mismo espectador.

La supuesta americanización del show. Nada grave. Más bien, parecería que Brooker se propone dejar el punto bien claro. Si nos guiamos por el estándar de los acentos americano y británico, la proporción entre ambos está pareja. Aunque no en todos los casos se utilizan lugares reales, el segundo capítulo está obviamente emplazado en Londres, mientras el cuarto no escatima en referencias a California.

El contenido. La esencia de Black Mirror se mantiene. Debajo de la hipótesis global que hemos mencionado, todavía quedan ideas que explotar y tópicos diferentes a los tratados en los que profundizar. Con diferente intensidad, al igual que las temporadas anteriores, varios capítulos me han dejado con la cabeza dando vueltas.

Se menciona en algunos reviews que esta nueva entrega hace énfasis en la influencia de las redes sociales. Siguiendo ese argumento, la tercera temporada es como una serpiente que se muerde la cola: el primer y el último capítulo (Nosedive y Hated in the Nation) tienen fuertes proyecciones sobre el tema, aunque las historias no se parecen nada entre sí. Mientras una comienza como un horripilante cuento de hadas en tonos pastel, la otra casi imita la narrativa de una película policiaca. Eso sí, (SPOILER ALERT) es posible que luego de ver Hated in the Nation te de miedo volver a abrir la app de Twitter.

Playtest, por su parte, propone un videojuego que adapta su trama a los recuerdos, conflictos y miedos del jugador gracias a una mezcla de realidad virtual con inteligencia artificial. Men Against Fire también habla de la manipulación entre realidad y ficción, pero en el contexto aún más temible de la guerra. Como ya experimentamos en White Bear (segunda temporada), este capítulo deja fuertes cuestionamientos sobre la línea moral que la sociedad estaría dispuesta a cruzar mientras construye su concepto de justicia.

Uno de los capítulos más inquietantes es Shut Up and Dance, por la sensación de que el eje central del argumento pudiera ocurrir mañana. El hackeo de la webcam de una laptop (elemento aprovechado en otras series, por ejemplo Mr. Robot) provoca una sucesión de eventos al mejor estilo bola de nieve que nos hace preguntarnos si ese tipo de chantaje informático será la moneda de cambio del 2017.

Pero, si de huella emocional estamos hablando, San Junipero se lleva el premio. Pocos quedarán indiferentes ante el riesgo enorme que asumieron los guionistas para conseguir que Black Mirror tuviera un capítulo “de época”. Los ambientes, vestuario y la música sugieren un aire inevitable de nostalgia, con un espíritu mucho más positivo a lo que estamos acostumbrados en la antología . Pero aquí sí no digo más; cualquier otro detalle sería un SPOILER imperdonable.

Los verdaderos fans de la serie (que deben haberla visto ya o están contando los segundos para hacerlo), quizá quieran sumarse a la búsqueda de los “huevos de pascua” escondidos en todos sus capítulos. El cruce de intertextos no se limita a estos 6 últimos capítulos: también podemos encontrar referencias hacia las dos primeras temporadas y al Especial de Navidad de 2014.

A quien quiera unirse al juego, un consejo: esté atento a todo feed de redes sociales que tenga al alcance de la vista. Y al que no tenga tiempo para dedicarse a cazar easter eggs, como curiosidad les dejamos este enlace con muchos de ellos.

Volvamos al experimento del principio. Concéntrese de nuevo en la pantalla apagada. ¿Qué refleja exactamente? Tanto el “espejo negro” como la serie revelan nuestra condición de ser humano/ser social rodeado de tecnología. Sin embargo, lo que hace que Black Mirror no deje a nadie indiferente es la obsesión de Charlie Brooker por imaginar cómo el espejo termina roto.

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