Ciudadano Rata

Cachivache
Cachivache Media
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17 min readOct 19, 2016
Ilustración: Mayo Bous / Cachivache Media.

Por Yadira Álvarez Betancourt

“Tan solo soy uno de vosotros.

Soy el ciudadano rata”

El Rey Rata, China Miéville

A la pregunta reiterada de por qué centrarse en analizar si un escritor es de la Generación X, si es babyboomer o Millenials, de la pre o la postguerra, la respuesta es que, en términos de ciencia ficción y fantasía, este constituye un análisis justificado. Narrar historias es un arte que bebe de su momento histórico. En dependencia de la época se pueden contar historias que sean un reflejo, una respuesta, una apología o una rebelión. Ver a un autor de fantasía dentro de su contexto histórico, político y geográfico da pistas muy claras de por qué escribe como lo hace, qué lecturas tuvo, qué clase de público lo leerá a él y cuál será el impacto de su obra. Verlo dentro de su época permite distinguir hacia qué universo pretende llevarnos o qué infierno quiere que evitemos. China Miéville es uno de esos autores que reflejan su época y el estilo de pensamiento de una generación concreta dedicada a la creación literaria.

Sus historias han recibido buenas críticas en diferentes momentos, incluso Neil Gaiman, quien no se caracteriza por ser paternalista con los nuevos talentos, afirmó: “Miéville ocupa la primera línea de aquellos escritores que usan las armas y herramientas del fantástico para definir y crear la ficción del próximo siglo.” Muchas de las obras de este autor aún no han sido traducidas al español y sus libros en papel no se han comercializado en Cuba, pero al menos las novelas más importantes ya están disponibles en las redes, de modo que es posible acercarse a los universos de Miéville.

Nació en el año 1972 en Norwich, un distrito no metropolitano de Inglaterra. Sus padres le llamaron “China” guiados por un sentido más estético que práctico, con la idea de encontrar para él un nombre que fuera hermoso. Esto provocó cierta confusión a la salida de su primer libro ya que los lectores pensaron que estaban ante una escritora.

Luego del divorcio de sus padres, cuando él tenía un año y medio de edad, su madre lo llevó a vivir a Londres, ciudad a la que Miéville honró convirtiéndola casi en un personaje de su primera novela y en un lugar obligado de casi toda su narrativa.

Creció leyendo Interzone, revista británica de ciencia ficción y fantasía que se publica desde 1982 y donde algunos de los más reputados escritores ingleses del género comenzaron su carrera. En la adolescencia dedicó mucho tiempo a dibujar y publicar lovecraftianas tiras de cómic en blanco y negro en fanzines y prozines, y simultaneó esta iniciativa escribiendo relatos cortos de fantasía y ciencia ficción. Su familia cercana (madre y hermana) estimularon de muchas formas su creatividad, con desafíos y sugerencias que agradece en cada novela o cuento que ha publicado. Asimismo reconoce que ambas estimularon en él su sentido crítico y objetivo de la realidad.

Imagen: quotesgram.com

A los diecinueve años marchó a África para impartir clases de inglés. La estancia en Egipto y Zimbawe le dejó profundamente interesado en la cultura de esta zona del mundo y en los aspectos antropológicos del Oriente Próximo. Parte de lo aprendido en su experiencia de trabajo lo volcó en la descripción de algunas razas y entornos de Bas-Lag, su universo ficticio más popular.

Desde muy joven estuvo involucrado en diferentes movimientos por el progreso social en el Reino Unido. hizo marxista en la universidad, postura que mantiene en la actualidad. Es miembro de la British Socialist Workers Party, una organización trotskista, y fue candidato para la Cámara de los Comunes del parlamento británico en las elecciones generales de 2001, dentro de la Socialist Alliance, aunque no fue elegido. Mieville apuesta por la necesidad de asumir criterios lúcidos sobre la legalidad y la justicia social, y alerta contra la aceptación acrítica de las concepciones académicas tenidas por absolutas en las ciencias sociales y la política. Aunque se doctoró en Relaciones Internacionales y Filosofía del Derecho Internacional siempre ha precisado que no le interesa poner en práctica dichos conocimientos en el ámbito profesional, solo en el académico-literario y en su trabajo de activismo.

Entre sus referentes literarios más destacados suele citar The Borribles, de Michael de Larrabeiti y Mother London, de Michael Moorcock. Entre los grandes nombres que menciona está M. R. James, cuyas historias de fantasmas aún siguen cautivándolo. Entre otras influencias reconocidas destaca el surrealismo — especialmente, su faceta cinematográfica, destacando Breton y Buñuel — y escritores como Lautreamont, Kafka, Bulgakov, Cortázar, Mervyn Peake, el ya mencionado Michael Moorcock, Iain Banks, Jack Vance, Kim Stanley Robinson, Steven Brust, Iain Sinclair y Ken Macleod.

Otro tópico en su obra es el amor que profesa a Londres, a su música, su ambiente, la gente que lo habita y la peculiar arquitectura que caracterizan a la capital británica. Este gusto ha marcado las descripciones que hace de diferentes ciudades ficticias donde suceden sus historias. Sobre esta peculiaridad declaró en una entrevista: “siento que Londres me habita y yo a ella desde que soy muy joven”. Se confiesa además amante de la música jungle y el hip-hop, y de los edificios abandonados.

En su peculiar concepto de las ciudades como personajes se observa una tendencia a antropomorfizar o deificar a La Ciudad, no tanto la ciudad de las luces, las tiendas y la publicidad, sino a esa otra antigua y primordial, la que lleva en sí las piedras fundacionales y las memorias y sueños de los que la viven. Una ciudad en ocasiones paria, que puede hacer temblar los cimientos de la urbe convencional. Si, según el escritor, la ciudad es como una persona, yo concluiría que La Ciudad debajo de ella, esa que Miéville revela, es su subconsciente, lleno de toda la magia, el secreto y las semillas de la destrucción o la salvación de todo.

En el año 1998 fue publicada la primera novela de Miéville por la ya desparecida Editorial Tor. El Rey Rata es una fantasía gótica de corte urbano, inspirada en una pantomima que vio cuando era niño. El escritor y crítico Iain Sinclair calificó esta historia como “una verdadera contribución a la mitología del Londres subterráneo. Es humana, delinque y muerde”.

En esta historia hay un Londres oscuro y mágico que yace bajo el Londres luminoso, culto y convencional de las películas. En la Londres secreta y sucia vive una fauna de seres marginales de toda naturaleza. En este contexto singular se declara la guerra por el poder: de un lado los seres más bajos, del otro, un ente de proporciones míticas. Del resultado final depende si los seres humanos serán o no la próxima especie subyugada. En esta pelea clandestina, donde las ratas son la fuerza bélica más impresionante e invasiva del mundo moderno, el Rey Rata involucra a los seres humanos a través de la manipulación de su hijo mestizo, Saúl Garamond.

Imagen: bookstation.hu

Otros personajes acompañan a Saúl en la cruzada compartida contra su padre el Rey Rata y contra el mismísimo Flautista de Hamelín. Del lado mágico, Anansi, el dios araña de las tradiciones africanas, y Loplop, el señor de los pájaros, tomado de la inventiva surrealista del pintor alemán Max Ernst. Del lado humano, un inspector de policía que no cree en la culpabilidad de Saúl; Fabian, un amigo fiel que busca al joven príncipe rata sin sospechar la naturaleza de la radical transformación de Garamond; y Natasha Karadjian, una talentosa disc-jokey, también amiga de Saúl. Y acompañando la historia toda, como paisaje, refugio, infierno y vínculo: la ciudad de Londres, sus calles, el metro, las discotecas secretas de los pinchadiscos clandestinos, el Támesis, las cloacas, los subterráneos, almacenes y mansiones abandonadas.

Prácticamente se puede oler la oscuridad londinense, sentir en la piel la humedad y el pavor, la sensación de estar siendo perseguido por un monstruo de fábula, dueño del instrumento infernal capaz de someter voluntades. Miéville se atreve a describir y comunicar el poder del ritmo jungle mientras nace de las manos de Natasha, se mezcla con los acordes de la flauta mágica y se apropia de la voluntad de ratas, pájaros, arañas y bailarines humanos. A la vez, el autor juega con sus obsesiones republicanas y antimonárquicas, revelando pinceladas atrevidas de un pensamiento centrado en la justicia y el derecho a la dignidad como pueblo, incluso para las ratas:

“Ha llegado la hora de la revolución. Fuisteis liderados por un monarca durante años, y os abocó al desastre. Después atravesasteis años de anarquía y miedo, de búsqueda de un nuevo soberano, el miedo os aislaba a todos para que no tuvieseis fe en vuestra nación. Ahora que sabéis lo que sois capaces de hacer, las ratas ya no volverán a doblegarse servilmente al antojo de los reyes nunca más. Yo no abdico en favor de otro. Declaro este año el Año Uno de la República de la Rata. (…) A partir de ahora no habrá reyes. Tan solo soy uno de vosotros. Soy el ciudadano rata.”

También se filtra de modo subliminal cierto rechazo a las figuras paternales y de autoridad, de lo que su madre y algunos conocidos dedujeron, al leer el manuscrito aún no publicado, que el autor no había pasado sin resentimientos ni penas la separación temprana de sus padres y el posterior distanciamiento de su progenitor.

La riqueza de las descripciones, la originalidad y lucidez de la historia, y la coherencia con que Miéville construyó sus personajes en esta novela, fue la confirmación, para críticos y público en general, de que un nuevo y poderoso talento se había incorporado a la novelística de fantasía.

Dada su experiencia durante el proceso creativo de El Rey Rata, desarrollado simultáneamente con “la vida real” –un tedioso trabajo de oficina y la continuidad de estudios–, Miéville animó a jóvenes escritores a que no cejaran en el empeño de llevar a término sus historias. E insistió, basándose en esa dura experiencia, en lo mucho que respeta a los creadores perseverantes, quienes aun teniendo una profesión y responsabilidades familiares y sociales, encuentran el tiempo y la disposición para entregar al público una historia atractiva, trascendente y bien hilvanada.

En el año 2000 China Miéville volvió a la carga, esta vez con La Estación de la Calle Perdido, una fantasía gótica urbana donde se mezclan la novela negra, el steampunk, la fantasía y el terror. Con ella da inicio a las historias de su universo más popular: Bas-Lag. Esta novela le hizo acreedor del premio Arthur Clarke y del British Fantasy Award de 2001, y además fue nominada al Hugo, al Nebula, al World Fantasy, al Locus y al British Science Fiction Award. Marcó su reconocimiento ante el público y los editores como uno de los escritores más recientes del movimiento New Weird británico. Otras novelas ambientadas en este universo son La Cicatriz (2002) y El Consejo de Hierro (2004), ambas también multipremiadas y nominadas. Corresponden a esta serie algunos cuentos presentes en las antologías Buscando a Jack y Armada.

Bas-Lag es un mundo barroco y complejo, poblado por seres de diferentes especies inteligentes creadas sobre la base de muchos mitos europeos, asiáticos y africanos. Existen aldeas, enclaves rebeldes, pueblos secretos y ciudades-estado. La más importante de estas últimas es Nueva Crobuzón, una megalópolis barroca y caótica donde bullen la corrupción gubernamental, el arte multiétnico, el comercio al más feroz estilo capitalista, la violencia de pandillas y clanes, la ciencia taumatúrgica y los intereses contrapuestos de muchas especies diferentes obligadas a convivir en un mismo lugar.

En La Estación de la calle Perdido convergen varias historias simultáneas que conducen en una lenta y exuberante progresión hacia el desastre representado por una plaga capaz de exterminar a todos los pobladores de Nueva Crobuzón. En una mezcla de novela negra, drama épico y steampunk, Mieville desplegó su universo más conocido y lo pobló de fenómenos y caracteres que podemos reconocer incluso en nuestra realidad. Es una entrada de lujo en el mundo de Bas-Lag, donde la humana no es la única especie racional y la magia taumatúrgica es elevada a la categoría de verdadera ciencia.

Imagen: washingtonpost.com

La Estación… posee una densidad descriptiva que se puede calificar como sello característico del autor. Por momentos escatológica y pavorosa, nos lleva a adentrarnos en rincones de las ciudades que normalmente no se mencionan en la literatura, esos donde acontecen los descubrimientos y las rebeliones. Y en la pormenorizada narración nos enfrenta con el bajo mundo, los rebeldes, los marginados y los errantes, nos convierte en la parte oscura de Nueva Crobuzón, unida para desafiar a cinco criaturas que literalmente devoran las almas de los seres pensantes.

En La Cicatriz la trama se aleja de tierra firme y trae para el lector una nueva mirada de Bas-Lag, desde el mar, y aborda la descripción de nuevas razas y zonas geográficas. Para los que aman las aventuras de piratería, magia y espías esta es una novela que encontrarán muy atractiva. Aun cuando la historia tiene lugar en el mar, el autor, fiel a sus obsesiones por los entornos urbanos, nos presenta una ciudad flotante construida con barcos robados. La ciudad deriva lejos de todas las rutas, escondida, y acepta como ciudadano a todo el que esté dispuesto a quedarse a vivir en ella y guarde el secreto de su existencia. Armada, nombre de esta ciudad flotante, posee todas las particularidades propias de una urbanización, desde bares, tiendas, bibliotecas y oficinas, hasta distritos, grupos de poder, tributos y cuerpos represivos. Esta ciudad marina, clandestina y fugitiva, aparece nuevamente en una serie de cuentos recogida en la antología homónima, aún no traducida al español.

Armada, remolcada por un leviatán del tamaño de una ciudad, navega peligrosamente hacia el sitio más peligroso de todo Bas-Lag: La Cicatriz. Esta fractura en la tierra es la reminiscencia colosal de un imperio ya olvidado que provocó la distorsión de todas las leyes físicas en varios lugares del mundo. Los que dirigen el viaje, los desquiciados Amantes, desean descubrir en La Cicatriz todos los poderes y posibilidades que quedaron allí luego de la caída del Imperio Espectrocéfalo. Las cicatrices no son únicamente el nombre de un lugar en esta novela que es, sobre todo, la historia de un viaje, la historia de las heridas, las locuras y las traiciones, y de las cicatrices que quedan después.

Pero su novela más atrevida y mejor construida de la saga de Bas-Lag es El Consejo de Hierro. Esta es la historia de una revolución convertida en leyenda y de un monumento detenido en el tiempo. La narración se desarrolla in media res, técnica narrativa de la que el autor demostró un dominio exquisito. En esta novela se busca un líder, se construye un ferrocarril, se roba un tren, se atraviesa una zona cargada de magia perversa, se destruye una cultura, se construye otra, se acaba con una invasión taumatúrgica… En realidad se hace y se vive mucho más, a un ritmo tan veloz que el lector puede sentirse abrumado. Al final de la historia se siente como haber atravesado los miles de kilómetros y decenas de años que El Consejo de Hierro viajó, primero hacia lo desconocido y después de regreso hacia la revolución. Y como todo el que regresa de un viaje trascendental, luego de leer El Consejo… algo habrá cambiado en ti: no verás de la misma manera los ferrocarriles, los westerns ni los grafitis de la pared.

La construcción del universo de Bas-Lag es una excelente muestra de cómo el worldbuilding puede hacerse también sobre la base de mitos y hechos ya existentes y aun así mantener la originalidad. La sensación que nos dejan estas novelas es la de que hay un universo vastísimo en el cual acontecen otras muchas historias que el autor aún no ha contado.

Tal vez es por ello que el recibimiento por el público de otras novelas ambientadas en universos diferentes fue reservado y un poco descontento: todos esperaban más crónicas de Bas-Lag. Sin embargo la calidad narrativa de Miéville no decayó, con lo que demostró que es un escritor versátil capaz de abordar otros estilos y temas, negado a encasillarse en un único universo imaginario.

Imagen: fabulantes.com

El azogue (2002) es una noveleta escrita poco antes del fatal boom de las modernas novelas de vampiros. Es, junto a las historias de drakhouls de Sarah Ash y Tierra de Vampiros de John Marks, una honrosa excepción que sobresale entre la masa de historias edulcoradas y falsas sobre hematófagos. Está inspirada en un texto de Jorge Luis Borges, Animales de los espejos, y sucede en Londres. Propone un interesante acercamiento a la mitología de vampiros y al porqué del tabú vampírico sobre los espejos. No tiene el alto vuelo narrativo de otras obras de Miéville, pero es una lectura inquietante y atractiva, para leer de una sentada.

Un Lun Dun (2007) es una historia donde Londres se fractura en dos ciudades que se solapan a la vez que se ignoran mutuamente. Londres habitada por la gente normal y corriente, Lun Dun, por un grupo de gigantes que poseen tres veces la talla de las personas normales. En la historia se aborda la idea alienada y contradictoria de las comunidades que coexisten pero aun así se evitan hasta el punto de no contactar en lo absoluto como si para cada una la otra no existiera. Por momentos parece una alegoría de la separación de clases o de etnias.

En La Ciudad y la Ciudad (2009) continúa el juego iniciado con Un Lun Dun trayendo otra urbe fracturada donde cohabitan sin mezclarse Besźel y Ul Qoma, dos ciudades que voluntariamente se ignoran coexistiendo en zonas de entramado, zonas de alteridad y zonas íntegras (crosshatched, alter y total en el original). Andrew Mackie analizó el libro para The Spectator y sugirió que “lo más fascinante es la característica subyacente en esta historia de Miéville, de que todos los habitantes de las ciudades conspiran para no hacer caso de aspectos auténticos de las ciudades en las que viven –los indigentes, las estructuras políticas, el mundo comercial o las cosas que son “para los turistas” — no llega a elaborarse nunca. Es la novela más lograda de Miéville desde La Estación de la Calle Perdido. La Ciudad… merece la atención de aquellos que huirían a toda velocidad de sus otros libros: es fantástica, también en el sentido más despreocupado y coloquial”.

Se inicia con un asesinato que podría constituir una brecha, o sea: una infracción al pacto no declarado de ignorarse mutuamente ambas ciudades. La sutil e inexorable autoridad llamada La Brecha debe definir si ocurrió o no una transgresión. A partir de este dilema el inspector Tyador Borlú, de la Brigada de Crímenes Violentos en la ciudad-estado europea de Besźel, lleva a cabo una investigación que es más un viaje a la verdad fundamental que yace bajo la realidad visible de las ciudades, a la vez que se ve envuelto en un submundo de nacionalistas que intentan destruir la ciudad vecina, y de unificacionistas que sueñan con convertir las dos ciudades en una sola.

La trama tiene similitudes con la obra de Kafka y Philip K. Dick, por la exploración del fenómeno de las autoridades arbitrarias, la impotencia y la desorientación individual. La alegoría de las ciudades divididas, como Jerusalem y Berlín, está construida con maestría, a partir de un narrador en primera persona que va descubriendo las cuestiones subyacentes de una realidad artificialmente distorsionada.

Más de una vez mientras leía este libro intenté buscar información sobre Besźel y Ul Qoma, debido a la inexplicable familiaridad con la que el autor logra impregnar algunos elementos y comunicarle al lector cierta duda sobre si el idioma, las marcas o las referencias históricas existen en la realidad, como “secuestros” a situaciones de la vida cotidiana.

Kraken, publicada en el año 2010 y premiada al año siguiente con el galardón Locus a la mejor novela de fantasía, es una demostración del autor de que se pueden plantear los conceptos más retorcidos y desarrollarlos sin caer en el absurdo. La trama parte del robo de un calamar de ocho metros que flota en un tanque de formol ante la vista de todo el mundo, y a partir de este desatino se despliega una historia delirante que lleva al protagonista a encontrarse con (¡nuevamente!) un Londres desconocido y bizarro. En esta ciudad dentro de la ciudad los demonios familiares responden ante un sindicato dirigido por un personaje revolucionario y anárquico que viene de las profundidades de la historia y el inframundo (mi héroe preferido). Los magos utilizan la magia interna de la ciudad en una especie de “Megapolisománcia” como la descrita por el escritor Fritz Lieber. Las sectas poseen representantes y sedes y hasta el mismo mar tiene una embajada a donde se le puede ir a solicitar favores y bendiciones.

Miéville marcó esta novela con el mismo picante espíritu antisistema que encontramos en Bas-Lag. Sus ideas políticas se deslizan subliminalmente y toman una gran fuerza bajo el aspecto de metáforas como la huelga de familiares mágicos y el liderazgo de un espíritu egipcio, ex esclavo de faraones en el mundo después de la muerte. La narración corre a cargo de más de un protagonista, es vívida y técnicamente impecable. Las soluciones a los dilemas que el mismo autor plantea son brillantes en casi todos los casos. Tal vez la crítica sería el modo intrascendente en que hacen su salida algunos personajes con alto peso dramático.

Propiamente de ciencia-ficción es la novela La Ciudad Embajada (2011). Esta historia me hizo rememorar una frase del filósofo Bertrand Russell: “El lenguaje sirve no sólo para expresar el pensamiento, sino para posibilitar pensamientos que no existirían sin él”.

Una colonia remota de humanos en un planeta poblado por un tipo especial de alienígena enfrenta la posibilidad de estar siendo los causantes de un salto radical en la evolución de la cultura nativa. Para los Ariekei, lenguaje, pensamiento y realidad son inseparables, y por tanto no son capaces de entender a humanos individuales, mentir o especular. Su existencia se ve perturbada de forma definitiva al verse desafiados por una especie sintiente capaz de modificar la realidad a través del uso del idioma y utilizar metáforas, símiles y cadencias adictivas en el habla.

Miéville tuvo la idea para crear a los Ariekei por primera vez a los once años, en “un tosco boceto de lo que llegaría a ser Embassytown”, escrito mientras estaba en la escuela. Volvieron a aparecer en una historia corta que escribió ocho años después, que Miéville pretendía conseguir publicar en la revista Interzone. Sobre sus intentos de crear una raza alienígena verdaderamente “alienígena”, Miéville comentó que le resultó en extremo difícil, por la tendencia antropocentrista que nos guía en la comprensión de la realidad y en la creación. Afirmó que “si eres un escritor que resulta ser humano, creo que está definitivamente más allá de nuestro entendimiento describir algo realmente inhumano, algo psicológicamente alienígena”.

Ursula K. Le Guin, en su análisis para The Guardian, escribió que “Embassytown es una obra de arte perfectamente rematada… funciona a todos los niveles y ofrece una narración compulsiva, un espléndido rigor intelectual mezclado con riesgo, sofisticación moral, hermosas atracciones y artificios verbales, e incluso la anticuada satisfacción de ver como la protagonista llega a ser mejor persona de lo que sugería que podría ser”.

Me atrevería a decir que esta, El Consejo… y La Ciudad… son las tres novelas que mejor pueden servir de recomendación a los que quieran acercarse a la narrativa de China Miéville.

En el año 2012 fue publicada bajo su autoría “Railsea”, una fábula sobre un mundo de arena y raíles de tren, donde capitanes obsesivos persiguen con sus locomotoras a leviatanes cavadores y bajo las dunas se esconden tesoros y horrores. Miéville rinde homenaje a muchos clásicos: Moby Dick y La isla del tesoro de manera prominente, pero también a Robinson Crusoe, Roadside Picnic, Dune. Al igual que Azogue, no tiene la intensidad y perfección de otras novelas de Miéville, pero por su originalidad y carácter ameno, definitivamente merece un lugar en nuestros libreros.

Aparte de sus novelas, China Miéville ha guionizado cómic para DC (Hellblazer y la actual serie de Dial H for Hero) y escenarios de campaña de Pathfinder. En la actualidad enseña escritura creativa en la universidad de Warwick. Es una persona accesible que gusta de compartir sus ideas en muchos espacios.

Hablar de todos los galardones obtenidos por sus obras es extenderse innecesariamente: las historias hablan por sí solas de la calidad y profundidad que posee la narrativa de Miéville. Dueño de una prosa rica, cargada de su visión particular y de una interpretación lúcida sobre la realidad, -volcada hacia la fantasía — baste con decir que de los autores del movimiento fantástico que han surgido en las dos últimas décadas, este es uno de los mejores.

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