De series históricas y algunas mentiras piadosas

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7 min readAug 28, 2017
Reign, serie televisiva que “sigue las primeras hazañas de María Estuardo”. Foto: tv.com

“El único deber que tenemos con la historia es reescribirla”

Oscar Wilde

Por: Darío Alejandro Alemán

Un viejo proverbio dicta que el día en que los leones aprendan a escribir serán diferentes las historias de cacerías. Realmente, no lo creo tan así. Los leones, desde su perspectiva, le pondrían al asunto la excesiva épica aventurera de la que pecaban los relatos del cazador. Al final, solo sería la trama invertida de un safari, y lo sucedido en verdad quedaría perdido en la hierba alta de la sabana. Como sea, el hecho es que la Historia siempre será una falacia o, quizás, una verdad a medias.

Desde que surgió el lenguaje hasta la actualidad, el hombre no ha parado de hacer cuentos. De esta manera ha logrado postergarse en el tiempo, transmitir sus experiencias, escapar del olvido. Ese intento de perdurar en el tiempo lo conocemos como Historia.

En la antigüedad imperaba una versión de lo que pudiéramos llamar hoy “realismo mágico”. No existía lo históricamente puro, pues las memorias eran pasadas por el filtro de lo mítico y lo religioso, creando una amalgama narrativa. De alguna forma, toda fantasía tenía como trasfondo una realidad y viceversa.

Imaginemos por unos momentos a Homero: nos viene a la mente el aeda ciego, vagando por la Grecia antigua y recitando poemas tan largos que nos parecen imposibles de reproducir íntegramente sin un libro delante. Todos piensan en el poeta, sin embargo, casi nadie se refiere a él como historiador. A la sazón de los descubrimientos de Heinrich Schliemann y otros estudios posteriores, hoy se sabe que detrás de la cólera de Aquiles y la intromisión de los Olímpicos puede haber algo de verdad en La Ilíada. Otros ejemplos pudieran ser La Biblia y los mitos que rodean a los héroes semilegendarios nórdicos. Ambos, en dependencia de la posición con la que se les practique la exégesis, pueden ser considerados verdades sagradas tanto como recreaciones históricas.

De tiempos remotos solo sabemos lo que nos cuentan, y en el futuro, solo sabrán nuestra visión del presente. Lo objetivo estará siempre diluido en la subjetividad del narrador. Los libros de Historia, con todas las metodologías y pruebas que avalan su credibilidad, no pasan de ser meras interpretaciones. Por su parte, ese engendro de la relación promiscua del resto de las artes al que llamamos cine, ha aportado mucho a la preservación del pasado, muchas veces como documento fidedigno y otras tantas como adaptación de la realidad. Podría hablar de las “películas históricas”, recorrer décadas de filmografía, desde Ben-Hur (1959, basada en una novela) hasta infamias galardonadas como Argo. En cambio, serán las series televisivas las protagonistas de este comentario tan personal y apreciativo como todo cuanto se ha escrito.

Valorar una serie histórica por su nivel de apego a la realidad sería algo superficial puesto que el objetivo de todas es, sobre todo, entretener. Cualquier mentirilla piadosa sería comprensible para los estándares de la industria, no obstante, hay casos y casos. Este tipo de productos tienen como atractivo adicional la sensación que suele causar en los espectadores el hecho de ver algo “real” dentro de la ficción. Sin embargo, encontramos ejemplos donde lo verídico es solo un azaroso pincelazo en un cuadro dramático al más puro estilo de las novelas de Corín Tellado.

La serie Reign es un vívido ejemplo de lo mencionado anteriormente y, antes de ser mandado a linchar por sus fieles telespectadores, he de demostrarlo. Lo primero que resalta es el anacrónico vestuario de muchos de sus personajes, sobre todo el de algunas mujeres que parecen próximas a ser fotografiadas para su álbum de quinceañeras. La banda sonora pop, aunque le venga de anillo al dedo a su trama adolescente, no tiene mucho que ver con la Francia del siglo XVI. En cuanto a la veracidad histórica de sus personajes podemos encontrar a un apuesto rey Francisco de unos veintitantos años muy distante del real, quien sufría de una salud tan endeble que con apenas 16 años falleció.

Sería ilógico realizar un casting basado en el parecido físico entre actores y personajes, pero el caso de Reign no puede quedar impune ante la crítica. Tampoco debemos dejar de lado al Julio César de la cuarta temporada de Spartacus. Los bustos y las estatuas nos han legado la imagen del famoso cónsul y militar romano, mientras que los escritos de la época especificaron hasta su epilepsia. Sin embargo, el actor que lo interpreta (Todd Lasance) parece más un modelo de calzoncillos Calvin Klein que en cada una de las tomas alardea tanto de sus bíceps como de sus partes más íntimas. A todo ello sumémosle la errata de ubicarlo a él y no a Cneo Pompeyo como el vencedor de la rebelión de esclavos. Julio César, en tiempos de Espartaco, estaba muy ocupado encaminando su carrera política después de los altos y bajos sufridos durante la Guerra Civil entre Cayo Mario y Sila. En lo personal, prefiero la actuación de Ciarán Hinds en Roma, una serie que describe con mayor seriedad la vida en aquel imperio sin renunciar a la intriga, el sexo y la violencia exigidos por la industria.

Otro caso digno de mencionar –para bien– es el de Jeremy Irons en la piel del Papa Alejandro VI en Los Borgias. Las imágenes de Rodrigo Borja (nombre del personaje antes de ser Sumo Pontífice) no dejan dudas acerca de sus libras de más, sin embargo, el actor que lo interpreta ha sido siempre alto y delgado. Este detalle, a diferencia de lo sucedido en Reign y en Spartacus, no repercute para nada en el argumento. Irons logra captar la esencia fría y cínica del Papa español en medio de una trama basada más en chismes históricos que en datos verídicos.

Los demonios de Da Vinci es otra de esas series que a por momentos entretiene y poco después te hace hervir la sangre de tantos disparates y absurdos. Aquí, el más grande genio renacentista se nos pinta como un picaflor capaz de ridiculizar el halo de romántica promiscuidad que ostentan Casanova y Don Juan juntos. Además, se desenvuelve en la lucha como un personaje de Assassin´s Creed, resuelve misterios a lo Sherlock Holmes y, si tuviera una temporada más, sería capaz de descubrir el ADN y crear una bomba atómica. Cuando de cargarse la historia se trata, es difícil encontrar quien supere a Los demonios de Da Vinci.

Tanto en la literatura como en el cine, a veces basta un rumor o una pequeña duda para crear apasionantes hilos argumentales. Esta estrategia ha sido de sobra explotada por las series históricas, casi siempre con buenos resultados. Por ejemplo, qué sería de Los Borgias sin el incesto entre César y su hermana Lucrecia. De esta relación no se han encontrado pruebas definitivas, pero usar los chismes de la época (tratados por Mario Puzzo en una de sus novelas) condimenta la trama y fortalece a los personajes.

En el caso específico de la serie Vikings dicho artilugio está justificado por la naturaleza semilegendaria de la mayoría de sus personajes. Incluir algunos retoques fantásticos es hasta necesario para poder comprender la cultura de los pueblos vikingos. Algunos le critican a la serie el relacionar personajes que nunca convivieron temporalmente como Rollo y Ragnar, pero si se quiere demostrar el tránsito del paganismo al cristianismo no existe mejor táctica. Vikings, aunque logre despertar pasiones hacia sus protagonistas, no busca identificación con los personajes sino describir una época.

No siempre es necesario relatar un suceso real desde la visión de los protagonistas, ni de las figuras ilustres que la historiografía gusta de ensalzar. A veces basta con la perspectiva de los héroes anónimos, de las personas comunes y corrientes, de los testigos. La serie Los pilares de la Tierra supo recrear a la perfección el espíritu del Medioevo inglés sin recurrir a grandes héroes, ni conquistadores, ni fieros monarcas. El motivo de la arquitectura y la construcción de una catedral fue motivo suficiente para urdir una trama entretenida y veraz. Por supuesto, la genialidad de esta obra se debe en gran medida a la exitosa novela homónima de Ken Follett.

En la misma cuerda de Los Pilares de la Tierra se mueve Downton Abbey. La serie nos cuenta las intrigas de la familia Crawley y su servidumbre en la Inglaterra de inicios del siglo pasado, pero este no es el plato fuerte de su trama. Tras las expresiones aristocráticas de la excelentísima actriz Maggie Smith y algunos chismes pequeños de pasillos entre los criados, Downton Abbey repasa sucesos importantes como el hundimiento del Titanic, la Primera Guerra Mundial y la Guerra alglo-irlandesa. The Knick sería otro ejemplo destacable en esta lógica de resaltar épocas por encima de personalidades famosas, pero de ese ya se ha escrito aquí.

El escritor y dramaturgo teutón Wolfgang von Goethe dijo una vez que “todo en la historia sigue siendo incierto”, así que es válido jugar un poco con el pasado. A fin de cuentas, nadie podrá decir con exactitud que algo no ocurrió de tal o más cuál manera. No obstante, siempre ha de prevalecer cierto respeto al ápice de veracidad histórica que nos ha sido legado por más que la industria del entretenimiento quiera convertir la historia en sexo, sangre y clichés.

Como en todo, nunca es bueno llegar a los extremos. Hay historias que son entretenidas y apasionantes por sí solas, mientras otras necesitan de algunos retoques por parte de los guionistas. El objetivo debe ser mantener al espectador pegado a su asiento consumiendo un producto de calidad y no una sarta de mentiras que lo sacrifica todo por despertar morbos. La historia, para ser contada, no necesita de aberraciones comerciales; más bien exige matices que la acerquen a los códigos de estos tiempos. La fórmula está en un poco de espectáculo y una dosis de fidelidad imparcial, pues, como dijera Tito Flavio: “la ley del historiador manda que calle el dolor”.

Bonus track:

Si difiere de estos criterios, pues simplemente haga caso omiso a todo lo anterior. Si es un neófito en esto de las series históricas no me queda más que recomendarle algunas:

  • The Crown
  • Los Borgias
  • Downton Abbey
  • The Knick
  • Roma
  • Los Tudor
  • Vikings
  • Los Pilares de la Tierra
  • Band of Brothers
  • Boardwalk Empire
  • Yo, Claudio

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