Del vinilo al streaming ¿buscando calidad de audio?

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6 min readAug 28, 2017
Ilustración: Mayo Bous / Cachivache Media.

Por: MSc. Ing. Alfonso Peña

Las charlas, paneles y conferencias del evento América por su Música (AM-PM), celebrado en nuestra capital en junio pasado, sirvieron de marco a la primera sesión cubana de la Sociedad de Ingenieros de Audio (AES). Muchos de los especialistas que nos visitaron compartieron sus conocimientos sobre las nuevas tecnologías y perspectivas del campo de la industria musical, algunas aún algo lejanas a nuestra realidad. Las nuevas tendencias adoptadas por la industria musical fueron magistralmente abordadas en su conferencia por el Dr. Richard Strasser, profesor del College of Arts and Media, CAM, Universidad de Denver, Colorado.

Con el desarrollo de Internet en los últimos años, la industria de la grabación y la distribución musical ha sufrido un vuelco considerable. La era del Red Book o Audio CD parece llegar a su fin. El disco compacto deja de ser el formato dominante para dar la bienvenida al streaming; el cual permite acceder en todo momento al mayor archivo de música jamás imaginado desde cualquier rincón del mundo (o casi cualquier). En adición, si se desea conservar un álbum, con un simple clic en el link buy, iTunes proporciona el file sin necesidad de moverse de casa.

Con esto no solo se ha transformado el modo en que se distribuye la música, sino también las maneras de asumir la producción musical. De esta forma, mientras las grandes empresas discográficas se ocupan de proyectos a gran escala, respaldados por gigantescos presupuestos y siguiendo los procedimientos tradicionales de producción, los pequeños programas emergentes tienen la posibilidad de autogestionar su proceso de producción con mecanismos como el crowdsourcing, y buscar financiamiento para llevarlos a cabo a través del crowdfounding.

Pero ¿significa esto que la calidad sonora de la música que consumimos se ha elevado consecuentemente con el desarrollo de la tecnología?

La industria cinematográfica, por ejemplo, ha desarrollado el sonido de sus películas desde el ininteligible y ruidoso fonograma óptico monofónico de inicios del cine sonoro, pasando por sistemas de reproducción magnética multicanal en cinta de 70mm, y por los primeros sistemas Dolby Stereo, hasta llegar a los sistemas multicanales actuales 5.1 y 7.1 Dolby Digital, SDDS, DTS y Dolby Atmos cada vez más realistas, con rango dinámico y gama de frecuencias cada vez más amplios. Vale agregar que el cine cuenta, además, con precisos estándares de audio establecidos en cuanto a loudness (volumen), lo que garantiza uniformidad en la percepción de la banda sonora de diferentes cintas en cualquier sala donde sean exhibidas.

¿Qué ha sucedido mientras tanto con la tecnología comercial de la industria musical en todos estos años? Pasó por el ruidoso soporte mecánico del disco de vinilo, de reducida gama de frecuencias y escaso rango dinámico después de algunas reproducciones debido a su inevitable deterioro; seguido de los diferentes soportes magnéticos –open reel (cinta de 1/4) y compact cassette–, algunos con mejorados pero aún ineficientes sistemas de reducción de ruido Dolby; hasta llegar al tan esperado audio digital en formato Red Book o Audio CD, con extenso rango dinámico de 96dB y respuesta de frecuencia que abarcaba todo el diapasón audible, aunque no por ello exento de problemas y catalogado de “frío” por muchos audiófilos. De muy efímera vida fue el Mini Disc, soporte magneto-óptico que permitía grabar el audio en formato digital con compresión ATRAC.

En aras de aportar portabilidad al audio file y disminuir su tamaño, el Grupo de Expertos del Cine (Moving Pictures Experts Group) introdujo el algoritmo MPEG-1 Audio Layer III y posteriormente MPEG-2 Audio Layer III, más conocido como mp3. Este ha resultado muy popular a pesar de constituir un formato comprimido bastante imperfecto respecto a su original sin compresión LPCM (Linear Pulse Code Modulation), utilizado en files tipo WAVE o AIFF. Por otra parte, en las nuevas plataformas de audio, como iTunes, se han adoptado nuevos formatos de compresión –teóricamente superiores al mp3–, tales como: el AAC (Advanced Audio Coding) o iTune plus; files de tipo m4a, sobre la base de ser generados a partir de masters de audio originales de alta definición de 48, 88.2, 96 y hasta 192 kHz de frecuencia de muestreo y 24 bits o 32 bits floating-point de resolución. No obstante, los especialistas insisten en que una confrontación A-B de estos files revela una diferencia notable a favor de su original.

Con la aparición del audio digital se inició la llamada “guerra del volumen”, cuyo lema “más alto suena mejor” condujo a que cada productor o músico quisiera su máster de audio con más volumen que los otros. Se ha llegado al punto en que mucha de la música que escuchamos hoy carece de dinámica y sufre de pobre definición de los planos sonoros (dicho en otras palabras, todo se percibe en un mismo plano, cuando una de las ventajas de la estereofonía es la posibilidad de transmitir el sonido tridimensionalmente), a causa de una sobre compresión y limitación destinadas a conseguir un máster con más volumen. A diferencia del cine que, como se dijo, tiene muy bien establecido el estándar de volumen para sus fonogramas, en la industria musical esto ha devenido un caos total.

La Unión Internacional de Telecomunicación (ITU) y la Unión Europea de Radiodifusión (EBU), han establecido nuevos estándares de loudness para la radiodifusión en sus correspondientes regulaciones ITU-R BS.1770 y EBU Tech. Doc. 3341. Las diferentes plataformas online, se han visto por su parte requeridas a implantar sistemas de control de volumen, aunque hasta el momento no han llegado a un consenso en cuanto a magnitud, con el objetivo de normalizar el program loudness de todos los fonogramas transmitidos. De esta forma, gran parte de la música que escuchamos actualmente en emisoras como Spotify, no solo está comprimida de origen, sino también atenuada a posteriori para que las canciones provenientes de distinto origen suenen uniforme.

La lenta pero necesaria transición del actual criterio de mezcla y masterización (para CD de audio) por parte de productores e ingenieros, hacia el nuevo concepto regido por los estándares de distribución en plataformas online, garantizará que durante la radiodifusión la dinámica original de la obra sea respetada. Mientras tanto, aquellos masters procesados bajo el concepto de lograr el máximo de volumen a base de sobre compresión, serán intencionalmente atenuados hasta alcanzar el loudness promedio del programa sonoro global; sacando a la luz los defectos que acarrea el exceso de procesamiento dinámico.

Es lamentable que formatos como el Super Audio CD (SACD) y el DVD de audio (DVD-A), que podrían haber significado un gran paso de avance gracias a la alta definición de su formato de audio multicanal, no trascendieran. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de valorar un máster de audio en formato 5.1 asentirá que, si está bien hecho, es más notable la diferencia entre este formato y su homólogo estéreo, que entre el estéreo y la versión monofónica. Todo ello a favor del primero en cuanto a dinámica, transparencia, localización integral y perspectiva sonora. Entonces, ¿por qué no se le brindó más atención a esta tecnología en aras de convertirla en dominante? Al menos es cierto que los másters hechos para estos formatos de alta definición, son excelentes candidatos a ser utilizados como material de origen en la confección de masters AAC y ITunes Plus.

Podemos concluir que tenemos el streaming, donde escuchamos audio comprimido y reajustado en cuanto a volumen; el CD, que va en camino a la extinción y constituye un formato sin compresión aunque no de la mayor calidad posible teniendo en cuenta sus bajos parámetros (44.1kHz de frecuencia de muestreo y 16 bits de resolución); y el disco de vinilo, que las empresas discográficas reintentan promover, y que sabemos no trascenderá –a pesar de sus múltiples seguidores–, al ser solo una maniobra de mercado para vender equipos “nuevos” y música en soporte no clonable y no garantiza una alta calidad sonora y adolece de portabilidad nula. Y por último, el formato mp3, que incluso el del mayor bit rate, es de calidad muy inferior al audio no comprimido.

Sin embargo, no obstante todo lo que se ha avanzado en este campo, vale preguntarse: ¿tienen como objetivo central dichos progresos acrecentar la calidad de la música que escuchamos, o se dirigen hacia otros anillos colaterales de la diana de la industria como el tamaño del file, y la facilidad de copia y distribución? Esperemos que la AES dé solución a este problema crucial de la calidad de audio que hoy se consume, argumento que quedó en el tapete en el panel que dio clausura a la tercera edición de AM-PM.

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