El otro que somos

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Cachivache Media
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6 min readJul 24, 2017
Imagen: culto.latercera.com.

Por: Gladys Marlenys Quesada Cruz

Una frase de Cervantes asevera que la comedia es una tragedia que le sucede a alguien más. Lleva razón, pues es mucho más fácil criticar, analizar o disponer en la existencia de otro, pero la risa se torna reflexión cuando ese otro es un semejante, un igual, o peor, cuando toma nuestra mano y nos pone en su lugar.

Exactamente eso, ponernos en el lugar del otro y ejercer el humano deber de la compasión es lo que logra Master of None, una comedia que santa Netflix nos trajo hace un tiempo y que ha superado expectativas de todo tipo con cada temporada. Y digo ha superado porque muchos se preguntan qué puede tener de novedoso un treintañero (otra vez) rodeado de sus amigos (otra vez) en Nueva York (otra vez).

Si el tópico del crecimiento personal y la crisis del primer cuarto de vida parecen gastados, Asiz Ansari y Alan Yang –ambos productores y guionistas– asumen todos los códigos propios de un producto ya vendido y vuelto a vender. Luego lo desarman, lo ponen a trasluz y lo vuelven a armar.

Dev, interpretado por Asiz Ansari, es un galán atípico que no tiene una historia de éxito, su conflicto no desemboca en una resolución épica ni posee un físico de macho alfa. Él es el hombre promedio de ambiciones comunes, rutinas ordinarias y planes terrenales. Con él se rompe la noción canónica de héroe magnánimo y se abren las puertas, muy a lo Seinfield, al tipo común que vive su vida normal, ese que por ser cualquiera termina siendo uno mismo.

En su proceso de autoconocimiento lo acompañan otros que también siguen, a su manera, el sendero hacia la adultez, la madurez prometida: Arnold (Erick Wareheim) que representa la nueva hornada de Peters Pan para los que los treinta son los nuevos veinte, también Denise (Lena Whaite) quien se asume como una diferencia dentro de lo distinto, además de Brian (Kelvin Yu) personaje que sirve para explicar el contraste que existe también en la mismidad, en los semejantes. La narrativa está concebida desde el punto de vista de Dev, pero confrontándolo constantemente con la experiencia ajena. La serie trata de explicar así que la equidad es una, la igualdad, es otra. La homogeneidad, no existe.

Su sino como personaje es sorprenderse, desconocerse. Dev se encuentra a sí mismo una y otra vez sin estarse buscando, razón que estructura ambas temporadas. La primera de ellas se dedica a su crisis: Dev duda de la paternidad, la relación de pareja, su carrera profesional y otros elementos que tradicionalmente son instituidos como parte de la vida adulta. Mejor aún, los desmiente, los desacraliza. La ansiedad, la presión social y el agobio por el futuro son parte del arco narrativo de los primeros diez episodios, el último de ellos coronado con La Higuera, poema de Sylvia Plath que es la metáfora misma de la adultez, del camino amargo hacia la supuesta consolidación de nuestras vidas. He ahí otra de sus sentencias claves: madurar significa renunciar y ganar, perder y decidir. Crecer, moverse, pero ¿hacia dónde?

Las respuestas, de antemano lo digo, no están en la segunda temporada. Ciertamente el ritmo cambia y se entiende esta mutación como un proceso de serenidad, de aceptación que por momentos huele a resignación. La segunda decena de episodios todavía critica los ideales de sociedad, vida y realización pero desde una postura que acoge lo impredecible, que acepta ceder el control y salirse del protocolo, porque en efecto la vida se basa en no saber, en el no plan. La vida es entonces un fin en sí misma.

Cada episodio responde a un eje temático que juega con las capas de identidad o etiquetas sociales: raza, cultura, género, religión, condición física y profesión. Desde el punto de vista de Dev, todo estereotipo funciona como una profecía de autocumplimiento, una pieza en el mecanismo social hasta que descubre que tienen un anverso, una excepción y la realidad es más rica, más diversa, menos previsible. En muchos casos él mismo es víctima y victimario en los extremos de un mismo estereotipo. Es entonces cuando la serie se encarga de desarticularlos al romper con el prejuicio.

Asiz Ansari y Alan Yang decidieron enfocarse en las minorías y jugar con su condición de diferencia. Ser negro, sordomudo, mujer, gay, indio o chino tiene tanta connotación como ser blanco, heterosexual, oyente u hombre en dependencia del contexto, del contraste o la situación, hasta que cada cual se piensa a sí mismo como tal.

Con parsimonia de orfebre pero sin dar discursos políticos ni arengas sociales, la serie habla de las diferencias en las oportunidades y coexistencia entre hombres y mujeres, el horizonte cultural de los inmigrantes, la identidad de los no blancos y su solapado racismo. También se cuestiona la rigidez de ciertos ritos sociales como la religión, el matrimonio y la pertenencia étnica, a la vez que los explica como partes de nuestra existencia cultural, de lo que somos y a dónde vamos. Otro de sus valores es la inclusión de la familia no tradicional o de miembros que en muchos casos quedan fuera de escena: madres solteras, tíos y abuelos.

También se ponen en tela de juicio las relaciones intergeneracionales, las historias de vida que anteceden nuestro presente y cómo estos insospechadamente nos definen. Resulta refrescante varios momentos de humor exquisito en el que tanto padres como abuelos muestran su lado infantil, sus ganas de descubrir el mundo y su asimilación de lo nuevo.

Admirables son entonces algunos episodios en los que se asume la perspectiva enjuiciadora del otro. De la primera entrega brillan Nashville y Mornings, en los que se muestra el ascenso y caída de la relación amorosa junto a Rachel (Noël Wells), la fatiga emocional de sus ritos protocolares, además destierra la visión idealizada del romance. El segundo de ellos además lo logra con apenas dos personajes, una misma locación y varios puntos de giro que no solo hacen su secuencia narrativa más atractiva, sino que explica la simplicidad del amor y sus convencionalismos. Su paralelo y compensación llega en BuonaNotte, temporada mediante, en el que Dev resuelve su incordio amoroso.

De la segunda temporada destaca la secuencia final de The dinner Party en la que por cinco minutos y medio al espectador solo le queda la soledad de Dev en el asiento trasero de un Uber, su frustración por la ausencia de Francesca (Alessandra Mastronardi), su desamparo. Es en esta escena que Asiz Ansari demuestra sus dotes para, también, hacer pensar.

Lo queer tiene también una representación sin exaltaciones que se despoja del tremendismo terrible del que se valen muchos para lograr una empatía lastimosa. Para contar la historia de Denise y su coming out se apela a Thanks Giving en el que más que contar su experiencia familiar como negra y lesbiana, es un pasaje dedicado a la amistad con Dev, la verdadera.

En la serie se interconectan otras temáticas que sirven como hilos conductores hacia los grandes conflictos. Una de ellas es la tecnología, las formas en las que permea la existencia y media en las relaciones humanas: Yelp para la crítica culinaria, Uber para el transporte, Google para saberlo todo y Tinder para hallar el amor. A ella se dedican varios momentos de la serie y específicamente el episodio First date en la segunda temporada.

No falta la comida en Master of None, pues ella deja de ser parte de la escenografía y toma valor afectivo, es un elemento cultural cuando de especialidades se trata y es el centro de las actividades sociales. Ella es disfrute personal y gesto de generosidad para Dev.

Si de elementos escenográficos se trata, las locaciones de la serie comunican por sí solas, especialmente New York. Sonará a refrito de cliché, pero ella es un personaje más. La serie se regodea en sus cambios de estaciones, sus parajes más remotos y lo cosmopolita de su espíritu. Uno de sus episodios, New York, I love you, hurga en lo magnífico de una ciudad donde la diferencia es ley, cualquier cosa puede suceder y los más disímiles tipos de humanos coexisten.

Otro aspecto presente en la serie es la metatextualidad, pues el cine y la televisión son revisitados constantemente. Los entresijos de la producción audiovisual, las zancadillas propias del medio y sus turbulencias además de las concesiones que han de hacerse en pos del éxito se representan en el mundo laboral de Dev, que por si fuera poco, es actor.

Master of None es una reflexión constante sobre la existencia desde una perspectiva crítica, hilarante, que por divertida no deja de ser profunda. Se nos recuerda que la vida es siempre una respuesta sin pregunta y que tenemos derecho a ser nosotros mismos y el humano deber de, también, ser el otro.

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